El vértigo comienza cuando termina el miedo, cuando por fin te decides a saltar, a dejarte caer en el vacío, a sumergirte en lo desconocido. Sólo entonces comprendes lo que implica el cambio, también el riesgo, y decides que no importa, que no hay o no debe haber vuelta a atrás, que todo el pescado está vendido y que, si no sacas la basura, el olor a podrido terminará por contaminar toda la casa. Dejas que el pie derecho se deslice hasta el borde. Miras hacia abajo y empujas el pie izquierdo un poco más allá del límite marcado por su predecesor. Levantas un segundo la vista, buscando el final del horizonte y lo encuentras, justo antes de marearte y perder el equilibrio. Caes o asciendes. No lo sabes bien. La vida es un precipicio de paredes romas y resbaladizas. Tal vez sea mejor no tener a qué agarrarse.
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