No te vi morir porque no quería que fallecieras en mi memoria. Preferí recordarte vivo, ignorando tu exiguo cadáver, fingiendo que la tumba que ostenta tu nombre es sólo un agujero vacío y carente de sentido. Tu ausencia resulta más soportable si no es adjetivada como eterna. Recé para no perderte; pero, a veces, la sinceridad de la oración no garantiza que la misma sea escuchada y atendida. Quizá sea mejor así, pero no disminuye el dolor que lacera mi costado. Te echo de menos, como si aún existiera la posibilidad de volver a verte, pero muerdo el vacío cada vez que trato de aprehenderte. Saber que te has marchado para siempre no impide que todavía pretenda descubrirte tras las huellas de tu sombra. Mis neuronas aún custodian la mayor parte de las escenas de mi vida que tú protagonizaste. Sé que nunca desaparecerán, por mucho que caiga la tarde.
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