Tratamos de anestesiar el rugido de los monstruos, pero es imposible acallar el quejido de la piel rasgada por sus garras. Sabes que nuestro dolor es idéntico, aunque se manifieste de diferente forma, pero te empeñas en fingir que el origen de tus lágrimas se sitúa a miles de kilómetros de la fuente de las mías. Tu deseo trepa la cordillera de mis pestañas, sólo para poder afirmar que no ansías sumergirte en el petrolífero lago de mis pupilas de pizarra. Tu desprecio de tiza tatúa versos de nieve sobre mi mirada de niña abandonada. La lluvia cae torrencialmente sobre mis mejillas, sin que tus manos sirvan de paraguas a mis pechos. Hay tumores que, aunque las pruebas médicas se obstinen en afirmar lo contrario, nunca pueden ser benignos.
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