Es fácil predecir la trayectoria de una rata. Sólo hay que liberar los instintos más básicos de la pequeña alimaña que todos llevamos dentro. Pensar como ellas, sentir como ellas, desear como ellas. No se trata de adivinar a dónde queremos ir, sino de determinar a dónde nos gustaría llegar y, después, imaginar el camino más fácil para alcanzar nuestra meta, ignorando siempre la molesta voz de nuestra remilgada conciencia. Corretear entre la basura sin ningún tipo de escrúpulo, morder a cualquiera que se interponga en la senda que conduce a nuestro objetivo, arañar hasta encontrar una salida. Todo vale. Nada importa. Sé lo que vas a responderme: tú no deseas ser una rata, pero yo no te pido que te conviertas en una. Sólo debes aprender a predecir su trayectoria para poder así evitar ser roído por sus inmisericordes dientes envidiosos. Hay que conocer al enemigo, no ya para matarlo, sino para no morir a sus manos. Estamos en guerra y, aunque no te des cuenta, perdemos la partida. No quieres acercarte a ellas, mucho menos ponerte en su pellejo, pero es la única forma de que no nos transmitan la peste. Míralas. Están convencidas de que son las amas y señoras de este podrido imperio de miserias. Para eliminar sus escondites no es suficiente con limpiar toda la mierda. Tendremos que sembrar de trampas las cloacas y luego recoger sus cadáveres y quemarlos antes de que se descompongan y siembren la tierra con su veneno de ultratumba. No es ponernos a su nivel. Podremos ser mejores. Seguramente acabaremos siendo mucho peores. Pero nunca, escúchame bien, nunca seremos como ellas.
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