La gente bebe, la gente habla, la gente ríe, tú sólo callas. La noche es fría e indolente a tus deseos, pero la tentación se enrosca en torno a tus tobillos con la insistencia de una gata en celo. ¿Por qué no ceder? ¿Por qué resistirte hasta que revienten todas las compuertas? ¿Por qué no puedes ser como ellos? Éstas que ahora escribo son palabras huidas que cacé en el medio de su fuga. Algunas consiguieron escapar definitivamente de mis labios. Poco importa. Que torturen a otros sus secretos. Un terrón de azúcar se hunde silenciosamente en una amarga taza colmada de café. Tú hueles a ropa recién sacada de la lavadora. Yo a cera aplastada entre tus dedos. La luz fallece. Los adoquines son trampas mortales para los tacones de las Cenicientas que tratan de alejarse de sus príncipes. El cristal se quiebra con un grito de murciélago. El miedo rebota contra las paredes de un callejón sin salida. La luna se esconde entre las nubes, sembrando de tinieblas esta esquiva madrugada. Nuestras bocas son estrellas que ya no producen luz. Nos morimos en la titilante distancia que separa nuestros cuerpos, pero nadie se decide a enterrar nuestros cadáveres. Se les da bien camuflar el hedor de la putrefacción.
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