Quiero plegarme entre tus labios, hundirme en las marismas de tu boca, dormir sobre el colchón de agua de tu lengua, ondular ingrávida bajo el cielo de tu paladar, hasta que un tsunami de saliva ahogue para siempre mis ansias de ti. Quiero que me estrujes con rencor, exorcizando todos los silencios que no nos atrevemos a dinamitar, ordeñando hasta la última gota del dolor que ahora oprime las gargantas. Quiero que penetres mis defensas, que arañes los pedazos más esquivos de mi piel, que muerdas mi carne cenicienta, resucitando el hambre que trato de adormecer bajo el edredón de la soledad más absoluta. Somos dos mitades imposibles de reconciliar, que se abrazan bajo el eclipse alcohólico de esta noche plagada de fantasmas. Tu sudor me envuelve con el regusto de una marea de cianuro con sal. Quiero morir o, tal vez, matar. Ahorco un grito con forma de buitre, mientras una sinfonía de gemidos amordazados trepa decidida las paredes de mi femoral. No quiero dilatar la eternidad. Tampoco concretar lo abstracto. Sólo quiero cerrar los ojos y que tus dedos dibujen con esmero la silueta del deseo.
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