Éste es un país de ciegos, de gente que no ve porque no quiere ver, de personas que piensan que algo es mejor que nada y que no se dan cuenta de que la nada tiene más entidad que ese algo completamente vacío que nos venden en las revistas y en las noticias. Callar. Callar porque tenemos suerte, porque podría ser peor, porque no somos Grecia, aunque acabaremos siéndolo, pero incluso entonces no hay que quejarse. Una vez más, podría ser peor. No somos África, ni lo seremos nunca. Merkel no lo permitiría. De África no se puede sacar nada, pero de nosotros sí, porque callamos y otorgamos, permitimos que continúe la sangría, porque tenemos miedo de rasgarnos las venas si tratamos de arrancarnos la jeringuilla. Callamos y miramos hacia otro lado, esperamos a que acabe el infierno y regresen las vacas gordas, pero nunca lo harán, porque ya no quedará hierba que comer, ni siquiera paja. Reímos. Al mal tiempo buena cara. Fingimos que no nos importa que nos jodan. Sólo las putas de lujo lo hacen. Las de la calle Montera son más dignas. Cuando te pagan cuatro perras puedes limitarte a no gritar mientras te dan por culo. Sólo las damas de compañía de mil euros la hora dan las gracias al autor de un desgarro anal. Sí, se trata de palabras políticamente incorrectas, pero dada la incorrección de la política actual no creo que importe demasiado. Además, ¿acaso alguien leerá estas frases? Éste es un país de ciegos, de gente que no ve porque no quiere ver, de analfabetos que saben leer, de dóciles animales de granja que prefieren someterse al gobierno de los tiránicos cerdos antes que ser explotados por el hombre, de cobardes deseosos de perder la libertad, porque sólo los esclavos carecen de responsabilidad y ningún español ha sido jamás capaz de asumir el peso de su culpa. Rezamos en las iglesias o nos ahogamos en los bares, para poder luego maldecir al Dios que no nos escucha o al alcohol que nubla el entendimiento que jamás hemos tenido. Botamos, en lugar de votar y, cuando todo se derrumbe, aclamaremos al primer Dictador que vuelva a proporcionarnos pan y circo a cambio de la amputación de nuestras lenguas. Pero, para entonces, España ya no tendrá ningún Unamuno que se duela por ella, porque Augusto Pérez murió sin tener más hijos, dejando a este estúpido país huérfano de juicio.
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