domingo, 31 de mayo de 2015

Hormigas de luz

Miró hacia abajo, contemplando el afanoso movimiento de todas aquellas minúsculas hormigas de luz. Aunque nadie las escuchaba, las azafatas rezaban, sin fe, el monótono rosario de medidas de seguridad. Su compañero de asiento preguntó:
- ¿Le da miedo volar?
- No.
- Entonces, ¿por qué tiembla?
- ¿Ve todas esas lucecitas de ahí abajo?
- Sí, claro, los coches, las casas, las farolas…
- Para usted ninguna brilla más que el resto, ¿verdad?
Tras una pequeña pausa meditativa afirmó:
- No, la verdad es que no.
- Entonces es usted afortunado. No tiene nada que temer.
- No la entiendo.
- Las estrellas no nos asustan hasta que nos damos cuenta de que, si una de ellas se apagara, una en concreto y no cualquier otra, nosotros también dejaríamos de brillar.
- No sé si la sigo.
- Mejor que no lo haga. Sólo un consejo: nunca mire hacia abajo desde las alturas. Sólo así evitará que una hormiga se convierta en gigante, aplastando su corazón con la punta de su dedo índice.
Concluida la aburrida letanía de las asistentes de vuelo comenzó el reparto de las cenas de cartón. Bea tomó su bandeja, aunque no hizo ningún esfuerzo por tratar de engullir el sucedáneo de comida.
Abajo, David conducía en dirección contraria a sus sentimientos. La radio vomitaba canciones de amor eterno, pero él sabía que quienes las escribían se limitaban a inventar mentiras para poder follar con más facilidad. En el siguiente semáforo en rojo miró hacia arriba. La estela de un avión rasgó la negrura de la noche. Sabía que no era el que la alejaba de su lado. Lo sabía con la misma certeza con la que ella había podido determinar cuál de todas aquellas hormigas de luz era él. En cuanto se encendió el verde pisó el acelerador. Nunca más volvió a despegar la vista del asfalto.

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