martes, 25 de mayo de 2010

Sonia

Sonia ya no lee a bordo de ningún medio de transporte. Se encuentra demasiado ocupada escudriñando todos y cada uno de los rincones del autobús o del vagón de metro con la vana esperanza de volver a tropezarse con el eléctrico desconocido. Quiere y no quiere volver a encontrárselo, pero ésta no es una cuestión en la que el destino tenga en cuenta los deseos o la opinión de sus indefensas víctimas. En este preciso instante faltan 7 días 6 horas 1 minuto y 7 segundos para que las miradas de las dos cobayas con las que experimenta el fátum vuelvan a chocar provocando chispas incendiarias, pero Sonia no tiene ni idea de esto. Si lo supiera podría relajarse y disfrutar de la incisiva prosa de Óscar Wilde, pero como no adivina los designios cósmicos continúa lanzando la red de sus negras pupilas amparada en la estúpida creencia de que, de un momento a otro, el eléctrico desconocido morderá el anzuelo. Lo cierto es que será él quien la cace a ella, casi sin proponérselo, sin trampa ni cartón, por pura casualidad o eso pensarán los testigos accidentales del magno acontecimiento. Nadie sospechará la verdad, que todo estaba planeado y cronometrado, medido y encajado, estudiado y repasado, escrito y revisado. Movimientos sincronizados y coreografiados, alientos acompasados y dedos sintonizados. Mentes reincidentes en la locura ardiente de un amor ambivalente y dos risas estridentes. Recuerdos mortecinos de una certeza que se fue y una duda que vino.

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