Parecía un rasguño poco profundo, pero tres días después de originarse volvió a sangrar. Una enorme gota roja conquistó el níveo monte de su mano de pianista. Sin terminar de entender por qué, comenzó a tararear uno de los nocturnos de Chopin. No se molestó en desinfectar la herida. Y qué si moría a consecuencia de la septicemia provocada por los gérmenes que habitaban el filo de la hoja de papel que le hincó sus dientes mientras leía por enésima vez la rima XXI de Bécquer. Ningún fan del músico polaco y del poeta sevillano podría soñar con una muerte más romántica. Desgraciadamente, sobrevivió al minúsculo corte. Por eso se inoculó la versión más potente del bacilo de Koch. Mientras agonizaba entre toses tísicas sonrió. A veces no es tan difícil encontrar la solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario