Esta noche mi voz es tan ronca como la tuya. Por eso podemos pelear a vida o muerte a la luz de la luna. Dos boxeadores que se arañan y muerden tejiendo dudas. Dos gigantes enhiestos entre la bruma. La inmortalidad no reside en la ternura. Yo soy tu tumba. Tú eres mi cuna. Si no falleces, yo no dormiré. Si resucitas, despertaré. Si no exhalas tu último aliento, no derramaré mi primer llanto. Tu sangre será mi manto. Mi risa te servirá de canto. No hay vencedor. No hay vencido. Si los púgiles son nobles, ambos alzan los puños con rabia al final del combate. El laurel sólo corona a quienes, aun sin fuerzas, se levantan de la lona y luchan. Saber que, aunque lo intentes, no te rendirás es lo único que me ayuda a aguantar el temporal, a sonreír y no llorar, a nadar contra la inconmensurable fuerza del mar.
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