Tropecé conmigo misma. Caí. Rodé. Sangré. Lloré. Me levanté. Volví a correr. Cerré los ojos. Apreté los dientes. Recé. Volví a caer. Esta vez no me levanté. Tampoco sangré ni lloré. Fue tu pie con el que tropecé. Lo besé. Lo lavé y desinfecté con la saliva que no tragué. Dame la mano y convénceme de que hay caminos sin piedras, aunque no los podamos ver.
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