miércoles, 27 de febrero de 2013

Nieve (II)

Nieva. Nieva mansamente sobre Madrid y no puedo evitar pensar en ti, perdido en otras nieves menos australes, horadadas por las pezuñas de los renos, cuadriculadas por raquetas que no juegan al tenis, inmaculadas fuera del camino que recorren los más valientes, los que no sienten el frío, porque son de sangre caliente o amantes incondicionales del vodka. Entiendo que no vuelvas, igual que tú entenderás que no deje de mirar por la ventana, contemplando el suicidio colectivo de estas lágrimas heladas, calculando las horas de vida que les restan antes de que el débil sol de invierno derrita su existencia, imaginando que tú también contemplas un espectáculo similar, más frío, más animal, más ancestral. Sé que tus ojos lloran porque no saben apreciar la luz de la nieve, de este blanco nuclear que sepulta las miserias del asfalto, de este hielo que refleja el sol oculto tras el gris de las nubes. Quiero salir, dejar que los copos esculpan sobre mí una nueva forma, más rubia, más alta, más vikinga, disfrazarme para poder colarme bajo tus sábanas sin que adivines que es a mí a quien tienes entre tus brazos, que son mis muslos los que estrangulan tus caderas y mi lengua la que palpa el contorno de tus dientes; pero hay dos cosas que nunca podré ocultar. Tú eres el único que las conoces. Por eso te anhelo bajo la nieve.

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