Ayer lo volví a hacer. Abrí de nuevo la caja de Pandora y descubrí que lo que quedaba dentro no era la esperanza, sino los rescoldos de un amor que nunca ha sido agua pasada. Contemplé una a una todas tus fotos y volví a sonreír de la misma manera en la que te sonreí a ti cada vez que me tapabas los ojos por la espalda y me susurrabas secretos de madrugada. Me torturé durante más de dos horas, como sólo los chinos son capaces de atormentar a sus enemigos. No sirvió de nada. Ni estoy en Japón ni tengo una espada.
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