Tres hormigas zopas recorren mi espalda, mientras una mariquita coja se posa en el azul celeste de la media que envuelve mi rodilla. Huele a césped mojado y suelo enlodado. Sabe a agua apresada y almendros en flor. Palpo el asfalto mullido. Respiro. Suspiro. Me levanto del suelo con cuidado, lentamente, sin hacer ruido. No quisiera perder a ninguno de los miembros de mi ejército de insectos tullidos. Intento caminar lo más dignamente posible, como si aún hubiera un esqueleto que diera forma a mi piel, pero no es cierto. Aquel golpe pulverizó todos mis huesos. Lo que ves es sólo un envoltorio vacío y, por mucho que me esfuerce, sé que no tardaré en volver a desplomarme sobre el polvo del camino. Tres hormigas zopas me harán cosquillas en la espalda. Una mariquita coja acariciará el centro de mi pierna. No me rendiré mientras me sostenga el aliento de los más débiles.
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