Miró por la ventana. La lluvia caía incesantemente, desdibujando el paisaje, mientras el tren avanzaba implacable hacia su destino. Gruesas gotas de agua resbalaban por el cristal, paralelamente a las lágrimas que comenzaban a abandonar sus celestes ojos.
No era la primera vez que Lucía viajaba en tren. En realidad, siempre había tenido la sensación de haber malgastado gran parte de su corta vida sobre las vías de un ferrocarril. Claro que eso es lo normal cuando eres hija de padres divorciados que comparten tu custodia y viven en diferentes ciudades. De lunes a viernes, Madrid. El viernes por la tarde coges un tren para llegar a Valencia, donde te espera un largo fin de semana con tu padre y su nueva y flamante esposa. Y, después de algo más de dos días fingiendo que no desearías ver a Marga fulminada por un rayo, de nuevo el tren, esta vez en sentido contrario, para volver a enfrentarte a tu gris existencia semanal.
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