Ya no eres capaz de soportar el peso del mundo sobre tu espalda. Por eso te arrastras sobre la tripa, besando el suelo, arañando el barro con la punta de tus dedos. Para otros es fácil. Para ti no. No tienes alma de serpiente, ni sabes mudar de piel. Sólo tu lengua bífida te asemeja al resto de reptiles que te rodean. Y, aún así, no eres una de ellos. Ni siquiera los lagartos son tus primos hermanos. Nunca tuviste escamas y no aprendiste a camuflarte ni en la selva ni en el desierto. Siempre se te ha visto demasiado, a pesar de tus deseos de ser invisible. Quizás algún día lo consigas. Desaparecer. Evaporarte. Sumergirte en ninguna parte. Mientras tendrás que seguir pegada al suelo y cruzar los dedos para que tu estómago no reviente aplastado por el peso que curvó tu espalda.
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