Me duelen los pies de no correr detrás de lo único que merecía la pena retener. No me moví. Me limité a contemplar el fin. Tú, besando la lona del ring. Yo, aplaudiendo tu caída del modo más vil. No te ayudé, no te besé, no te consolé, ni te abracé. Crucé los dedos para no volverte a ver, para que murieras allí, golpeado y sangrante, junto a mis pies enfundados en tacones ambulantes. Y tú, humillado y vencido, permaneciste ahí, ni vivo ni muerto, sólo herido y cansado, yacente sobre un costado, tendiendo la mano en vano. Escupí a tus heridas y tú te arrastraste de rodillas, alejando tus machacados huesos de la punta de mis dedos. No me moví. Me limité a contemplar el fin. Y ahora que tres buitres planean sobre mí me pregunto si soy yo la que está a punto de morir.
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