Tu número tintinea en la luz de mi contestador. No dejaste ningún mensaje, pero debería devolverte la llamada, aclarar mi voz y ofrecerte mis palabras más sonrientes y despreocupadas. Si fuera capaz, lo haría, te escupiría a la cara que no me importas nada, que tu nombre no tiene ningún efecto sobre mis tripas, que tu respiración al otro lado del hilo telefónico no me eriza la piel, que no eres nadie y que, por tanto, no tienes ningún poder sobre mí. Estaría bien ser capaz de hacerlo, pero no lo soy. Nunca se me dio bien mentir. Por eso contemplo cómo tu número tintinea en la luz de mi contestador, mientras me pregunto cuánto tiempo permanecerá ahí, cuántos días transcurrirán antes de que se borre de la memoria del maléfico aparato. Suena el teléfono. No puedo cogerlo y, aún así, descuelgo.
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