Bailemos. Juguemos. Cantemos. Finjamos que no viajamos en un Titanic que se hunde. Riamos por fuera, aunque lloremos por dentro. Pero ten cuidado. Los payasos llevan flores que arrojan agua a la cara de los espectadores. Puede que algún día no haya agua con la que llenar la flor y sea un ácido corrosivo el que salpique tus despreocupados ojos burgueses, absortos en la contemplación de este circo que hace tiempo que dejó de ser el mayor espectáculo del mundo.
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