Le cortaron el micrófono, pero no se apagó su voz. El eco de su grito retumbó como el rugido de un motor a reacción. Después, él calló y un silencio eterno se extendió desde USA hasta Japón. No había nada más que decir. Bajó del estrado y empezó a construir los cimientos del mundo en el que quería vivir. Otras manos silenciosas comenzaron a ayudarle. Había demasiado que hacer para perder el tiempo con palabras que ya no edifican nada.
1 comentario:
Cuánto mejor irían las cosas si los estrados importaran un poco menos...
Publicar un comentario