Entre tú y yo, la distancia nunca es la adecuada. Te siento lejos, inalcanzable, inaprehensible e inabordable cuando estás a mi lado y, sin embargo, cercano, cálido y accesible, casi casi hasta posible, cuando los kilómetros que nos separan superan las tres cifras. Tu presencia me duele demasiado como para desear reducir el aire que divide el espacio existente entre mi boca y tus labios. Sé que, por mucho que nos acerquemos, siempre existirá esa barrera que levantaste para impedir que penetrara hasta el centro de tu ombligo. También perdurará esta barricada que construí con los escombros de mi amor propio para protegerme tanto de mí como de ti. Por eso no podemos aproximarnos demasiado, porque si tu barrera se estrellara contra mi barricada, nuestras defensas volarían en mil pedazos y no tendríamos más remedio que aceptar que no existen fronteras entre la tierra de tus dedos y el agua que fluye entre mis piernas. Convertidos en barro, ni tú serías tú, ni yo sería yo. ¿Es eso lo que te asusta? Perdona, a veces se me olvida que soy yo la paralizada por el miedo, mientras tú sonríes indolente, no sé si más cínico que fuerte.
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