domingo, 13 de enero de 2013

El móvil (II)

Sí, todo ha acabado, pero él sigue insistiendo, removiendo una y otra vez las piezas destrozadas de su magnífico y flamante móvil nuevo, examinándolas detenidamente, tratando de leer su lenguaje más oculto. Quizá sería más práctico abrirse la cabeza y hurgar entre sus neuronas. Allí, en algún rincón oscuro y olvidado, plagado de telarañas, debe estar su número. Sí, abrirse la cabeza es la única solución viable. O encuentra lo que busca o deja de pensar en ello. Dejar de pensar. Ése es ahora su único objetivo.
 
La bañera está fría y es blanca, tan blanca como el techo, puede que incluso un poco más. Tiene que salir de allí, de esta claridad que la envuelve, refugiarse en las tinieblas, en las entrañas más oscuras de la tierra, dejar que la devoren los gusanos, fallecer entre sus fauces, desaparecer de este mundo, dejar de sentir, que todo deje de doler; pero no puede, no tiene fuerzas para incorporarse y escapar de este blanco sepulcro fabricado por Roca. Sólo puede levantar un pie y abrir el grifo, dejar que el agua corra y cruzar los dedos para ahogarse. Mierda. Se le olvidó poner el tapón y ya no es capaz de realizar ningún movimiento adicional. El agua corre, pero nunca la cubrirá. El peso del agua no la aplastará. Después de todo, sobrevivirá, limpia y aseada, presta a que otro imbécil se le acerque lo suficiente como para oler su gran debilidad, este miedo a no encontrar su otra mitad, a morir incompleta, desgajada, rechazada, olvidada.

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