miércoles, 30 de enero de 2013

El móvil (XI)

- Hola Juan.
 
- Hola María.
 
- En realidad no me llamo Juan.
 
- Ni yo María.
 
Dos enfermeras buscan a quien se suponía que jamás volvería a levantarse.
 
Dos enfermeros dan la voz de alarma.
 
- Sabía que si me abría la cabeza te encontraría. Fui un imbécil. Te odiaba por haber hecho que me enamorara de ti y traté de eliminarte de mi vida borrando tu número de teléfono. Cuando me arrepentí volví a tu casa, pero me abrió la puerta una señora que podría ser tu madre. Le pregunté por ti y me dijo que no tenía ninguna hija que se llamara María, así que me fui. No entendía nada. No había compañera de piso y tú parecías no existir. No tenía forma de volver a verte, pero sabía que te escondías en algún rincón de mi estúpido cerebro y allí te busqué y te he encontrado.
 
El absurdo del amor. La irracionalidad del amor. La inevitabilidad del amor. La perdurabilidad del amor.
 
FIN

4 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Absurdo y doloroso. Pero, ¿con final feliz?

De El móvil se desprende que es más interesante el camino hasta llegar al amor que el propio amor.

Como la vida misma.

moonriver dijo...

Sé que no es un buen final, básicamente, porque creo que nadie lo entiende. Me pasa con frecuencia. Hay cosas que a mí me parecen evidentes y que la gente no ve.

Dos personas que se buscan, creyendo que no se quieren encontrar y que, perdiéndose a sí mismos, terminan por estrellarse el uno contra el otro. Personas que acaban juntas a pesar de no querer estarlo. Un amor que hace daño, tanto daño, que lo rechazas, intentas extirparlo y, al hacerlo, sólo consigues perpetuarlo.

No ocurre siempre. Estos desórdenes afectivos vienen de otras vidas. Almas que se tropiezan una y otra vez a lo largo del tiempo y el espacio.

No sé si el final es feliz. No sé si encontrar a alguien a quien quieres tanto que duele hasta el punto de querer arrancártelo de la cabeza y borrarlo de tu piel conduce a la felicidad.

Después de pasarme varias horas hablando del amor con uno de mis mejores amigos dudo más que nunca de su existencia. Saber que él dejaría a la mujer de su vida, una de mis mejores amigas, si ella cambiara de opinión y le diera por querer tener hijos me hace replantearme qué queremos decir cuando decimos que queremos a alguien.

Una vez me dijeron que la fe es la capacidad de soportar dudas, de modo que quien no duda no cree realmente. En ésas estoy.

Perdona por el rollo. Ha sido una tarde-noche bastante rara.

Yeamon Kemp dijo...

Lo había entendido tal y como lo explicas, pero mi reflexión se refería a lo interesante de los amores imposibles, los dolorosos, los absurdos.

Los amores serenos (esta palabra quizá es demasiado bonita), estáticos (esta está mejor) no tienen ningún interés. ¿Adónde van? No tienen destino. ¿Están en él? No creo que exista.

Y tirando del hilo de tu penúltimo párrafo, en muchos casos creo que la fe no es más que la máscara del miedo; miedo a dejar de dudar.

moonriver dijo...

Tuve una tarde-noche extraña, ya te digo. Aún me dura la resaca (y no hablo de alcohol).

La cuestión, en realidad, giraba en torno a lo que tú comentas, pero no me di cuenta. Acabé recitando una sarta de lugares comunes que ni siquiera se acercaba a la verdadera cuestión: aunque siempre he deseado un amor estático, calmado y feliz, acabo perdiéndome en el tortuoso camino de los amores que no llegan a ningún lado.

En cualquier caso, el final no me convence, pero no fui capaz de cambiarlo, por más que lo intenté.