Era una noche de sábado. Él había bebido mucho y ella había llorado demasiado. Ambos estaban en el sitio correcto estando en el lugar equivocado. Drama clásico dividido en tres actos.
Preludio: Un beso heterosexual en medio de un mar de besos homosexuales.
Nudo: La cama horas antes regada por lágrimas ahora se humedece con otro tipo de efluvios corporales. Espasmo tras espasmo, las vibrantes células se funden y confunden. Nuevas lágrimas riegan la almohada. No hay dolor. Sólo placer. Y algo más que ninguno de los dos se atreve a aceptar. Un reconocimiento que ambos tratan de negar. Los dedos y las lenguas no se olvidan. Vida tras vida, cambian las huellas dactilares y las papilas gustativas, pero el tacto y el sabor son los mismos, inconfundibles, inimitables, indescriptibles.
Desenlace: El miedo, como siempre, gana la partida. Miedo a no morir solo. Miedo a no vivir solo.
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