Me dices que escriba, mientras tú dejas de hablar, convencido de que sólo yo seré capaz de convertir nuestro dolor en algo digno de contemplación. Pero, cuando tú enmudeces, se quiebra mi voz. Eres la semilla que nunca floreció y yo la lluvia que nunca te regó. Se oye un búho que ulula en el exterior. Suena a obertura de un adiós. Pienso que no quiero pensar más, porque las ideas me impiden respirar. Gruñen mis tripas. Crujen mis vértebras. Igual que el ataúd de Drácula. Como él, quisiera beber tu sangre, obligarte a circular físicamente por mis arterias (metafóricamente hace mucho tiempo que, como un torrente, fluyes por mis venas). Sentirte cerca. Sentirte dentro. Policronía asintótica y absurda. Vive por mí. Muere por ti. Los ilusos piensan que no es tan difícil ser feliz.
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