Nadie entiende tus palabras, porque el tuyo es un idioma tan imposible como arcaico. Sólo tú conoces el significado de tus frases. Los demás sólo adivinamos tus emociones a través del grado de apertura de tus labios. Esta noche, tu boca es la más negra de todas las cavernas y yo sólo quiero introducirme dentro, habitarla algunas horas, buscar las sombras que describía Platón o el oso que hiberna en su interior. Ríes y, de repente, por fin, comprendo lo que sientes. No hay salida ni ruta de regreso. Si decido sumergirme en su helada oscuridad renunciaré a todo lo que hay fuera. Oigo cantos de sirena y el batir de las olas contra el casco de un barco hendido por un iceberg errante. Quiero saltar al mar o a la saliva que escupes cuando hablas con vehemencia. Quiero saber que tú también ardes en las llamas de este infierno. Quiero recoger los pedazos de tus estructuras semánticas más afiladas, ensamblarlos poco a poco, construyendo Torres Eiffeles inclinadas como en Pisa. Quiero que traduzcas simultáneamente mis silencios y que leas en Braille los deseos más ocultos de mi cuerpo. Quiero callar cuando te acerques y dejar que mi voz perezca a manos de tu lengua más vernácula. Quiero ser sin ser y hablar sólo un instante, antes de que ya no quede nada más que decir.
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