Un copo de nieve se posa en la punta de una de tus pestañas. Parpadeas, pero la gota de cristal se adhiere con fuerza, obstinada, irreverente, desobediente. No quiere morir, no quiere besar el suelo y derretirse agonizante sobre esta tierra de inmigrantes. Te rindes y continuas caminando, ajena al frío que nubla ahora tu mirada.Te adentras más y más en el bosque. Cruje el hielo triturado por tus botas. Echas de menos el sol de los días claros de verano, pero no puedes renunciar al cortante silbar del viento ártico. Él sabe que no te irás, que no le seguirás hasta la orilla de ese mar meridional que ahogaría todas tus esperanzas y tus sueños. Su azul no es suficientemente limpio. Su brisa, demasiado cálida. Y, aún así, dudas (sólo sus manos saben envolver tus noches). Aceleras el paso porque te ahogas o te ahogas porque aceleras el paso. No sabes qué fue primero. No sabes esquivar el miedo. La fuga de una lágrima arrastra al copo de nieve hacia la muerte que consiguió esquivar en un primer instante. Sólo es otro pulso ganado por el destino.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
jueves, 28 de noviembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
El frío de esta medianoche, que hiere sin llegar al filo
Aún me falta valor. Todavía soy presa del miedo. Me miro al espejo y soy incapaz de cruzar al otro lado. Alicia se ríe de mí, mientras Lewis Carroll sigue tejiendo acertijos indescifrados. Vuelvo a la cama y entierro la cabeza entre las sábanas. No lloro. Sólo me asfixio. Sin que yo te lo pida, me rescatas del frío de esta medianoche, que hiere sin llegar al filo. Zumba despacio tu abeja en mi oído. Son sólo palabras, pero me han mordido. Son sólo imágenes, pero me han vencido. Aún me falta valor. Todavía soy presa del miedo. Pero cierro los ojos y pulso el botón. Cuando los abro, sólo tú has iniciado la reconstrucción.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Cataclismos (V)
Me pareció verte pasar, con tu pelo grasiento y tus gafas sin graduar. Sentí el impulso de reptar entre los huecos abiertos por tus manos, pero mis orgullosos pies se negaron a seguir tus pasos. Tu incierto perfil se perdió entre la masa de desconocidos, mientras yo trataba de negociar con la suela de mis zapatos, que hacían oídos sordos a mis súplicas. Mis rodillas permanecieron inmóviles, testarudas objetoras de conciencia, reticentes a combatir en una nueva guerra. Te vi marchar, a ti o alguien como tú, constreñida en la camisa de fuerza que ataba mis extremidades inferiores. Juré no volver a llamarte, no intentar buscarte, dejar de amarte; pero pesan como losas los años sin besarte, me aplastan contra el asfalto, como un insecto ejecutado de un contundente manotazo. Esperé a que fueras tú quien me encontrara, pero nunca organizaste un safari para cazar la fiera salvaje que hiberna en mis entrañas. Lloré abandonada en la sabana, mientras los aborígenes ensartaban mis pedazos en sus lanzas. Las lenguas de las hienas lamieron los últimos restos de mi sangre. Había gente que saltaba al ritmo de tambores que evitaban que se desatara la violencia. Depuse mis insuficientes armas y abandoné la escena del crimen. Las pestañas me escocían mientras se desprendían de mis párpados. Oí tu voz que me llamaba por la espalda. Fingí que era otra la que se licuaba en lontananza.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Cataclismos (IV)
Sé que acabarás conmigo, que me asesinarás sin ser consciente de estar matándome, que me destruirás sin dejar pruebas del crimen, que me reducirás a la nada en tu deseo de hacer que perdure para siempre. No me importa. Está bien volver al origen, al principio de todo, al comienzo del universo. Además, no hay delito si existe consentimiento de la víctima. Perdona por no advertirte del peligro, por no informarte de lo que está pasando, por no anunciarte las consecuencias de tus actos, pero si lo hago querrás salvarme y la única manera de conseguirlo es alejándome de ti. Quizá ni siquiera eso. Tal vez ya no haya ninguna posibilidad de salvación. Sólo se trata de decidir qué es mejor, si morir lentamente de frío o fallecer en un segundo abrasada por el sol.
martes, 12 de noviembre de 2013
Sombras (II)
Eres parte del error, un pedazo del desastre, la pieza que desencaja todo el puzle. Cuando me fui no quisiste saber nada de mí o puede que me fuera porque, ya antes de partir, no querías saber nada de mí. Fingí que no había nada que perder; cuando, en realidad, ya tenía todo lo que podía ganar. Se destruirá la noche y arderá la aurora, pero nunca amanecerá en el interior de mis párpados. Aunque no sepas lo que pasa, cuando se nubla tu vista es porque la sombra de mi recuerdo sobrevuela tu cerebro.
lunes, 4 de noviembre de 2013
Naufragios (II)
Cuando llegaron las termitas, tú ya te habías convertido en piedra. Besaron tus muñecas, pero no encontraron ni una partícula de madera que llevarse a la boca. Te abandonaron y devoraron otros cuerpos más porosos y barnizados, que flotaban en el agua a la deriva, mientras tú, pesado granito, te hundías sin remedio entre las olas que azotaban los restos del naufragio. Saber nadar no te sirvió de nada. El mar te sepultó viva, mientras otros morían roídos por los implacables isópteros. Las víctimas no emitieron ninguna queja ni protesta, anestesiadas por el placer que provoca entregar el cuerpo propio al cuerpo ajeno. Tus gritos se ahogaron en un agua poco proclive a trasmitir el sonido del terror. Lloraste. También las rocas derraman lágrimas, pero todos las confunden con gotas de rocío. Ahora sólo tienes que esperar a que la Gran Sequía te devuelva a la superficie, una vez evaporado el hábitat de las algas que ahora te sirven de sudario. No es la primera vez que ocurre. Escucha. Aún hay peces que recuerdan cómo se formaron los océanos y el significado de los ríos que riegan las tierras baldías. Te esfuerzas en convertirte en corcho para poder hacer el muerto hasta la orilla, sin darte cuenta de que es la densidad de tus sueños la que te impide respirar un átomo de oxígeno que no esté ligado a dos de hidrógeno. Vivir es esto. Morir, lo otro.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Rascacielos (I)
Aún no es invierno, ni siquiera un otoño frío, pero vuelvo a dormir con calcetines. Mis pies son dos témpanos de hielo y cuando se quiebren caeré al suelo, me derrumbaré como las Torres Gemelas y una gigantesca nube de polvo cegará a quienes se encuentren cerca. Mis cimientos nunca fueron buenos. Siempre se me dieron mal los legos. ¿Cómo sostener sobre mis hombros el peso del mundo sin raíces que anclen mis piernas a la tierra? La lana hace efecto. El hielo se derrite y asoma la carne. En menos de diez minutos duermo y sueño con pies de hierro y acero que sustentan enormes rascacielos de más de mil pisos. Una niña de cuatro años se asoma al alféizar de una ventana de lo que ella cree que es la cima del mundo. Una muralla de nubes la protege de esa realidad que más tarde o más temprano la noqueará, de todas esas almas que ni comprende ni comprenderá. Concentrada, tratando de atisbar un pedazo de lo que oculta el telón blanco, regula el flujo de oxígeno de su mascarilla para adecuarlo a su ansiosa respiración. Vivir por encima del resto de la humanidad tiene un coste, aunque muchos se empeñen en defender lo contrario.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Cadáveres (VI)
Cadáveres descompuestos, superpuestos en una pila informe carente de cualquier atisbo de vida. Buitres. Buitres que sobrevuelan la llanura y se relamen imaginándose el festín. Tienes miedo. Miedo de que él esté ahí, enterrado bajo esos cientos de personas cuya muerte te resulta indiferente. Rezas. Rezas para que no sea así, pero hay algo que te asusta aún más. Si sigue vivo y no lo encuentras, tu dolor será mucho más grande. Sé que es absurdo, pero la separación definitiva parece menos terrible si ha sido determinada por la todopoderosa muerte.
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