martes, 11 de marzo de 2014

Marionetas (I)

Mi inconsciente no consigue liberarse del abrazo del dolor provocado por tu ausencia. De madrugada me devoran pesadillas recurrentes que, por más que Jung se empeñe en lo contrario, no tienen un origen colectivo. De día trazo triángulos al azar en cuartillas cuadriculadas, sobre las que ya nadie podrá escribir una frase coherente. Recuerdo sin querer recordar y, lo que es peor, sin saber que estoy recordando. Mis pies me conducen de forma involuntaria a lugares que orbitan en torno a los escenarios de la tragedia griega que tan mal declamamos. Contemplo el principio y el final de nuestra historia en las pantallas gigantes de ciudades europeas que acunan a sus bebés con oberturas nibelungas y bailo valses acuáticos y azules para difuminar las afiladas aristas de los contornos de los días que nunca jamás volveremos a pasar juntos. Las camas de los hoteles tienen espinas. Me levanto al amanecer, aunque sé que ningún buffet libre ofrece lo que necesito para empezar bien el día. Cafeteras amargas que riegan tostadas sin sal. Puede que hoy llueva algo menos que ayer, pero será difícil notar la diferencia. Dos marionetas de Pinocho me contemplan al otro lado de un escaparate descolorido y lleno de polvo. Aún no entiendo por qué nunca nos mentimos, aunque sólo fuera a nosotros mismos.

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