Siete palabras nos separan. Las siete palabras que no nos atrevemos a pronunciar. Siete palabras que siempre empañan el cristal, impidiéndonos ver el mundo que yace al otro lado del espejo. La saliva no siempre limpia y desinfecta, a veces ahoga, obturando la garganta con el miedo a no escupir a la cara del otro la verdad. Tratamos de diluirnos en el recuerdo del sueño que una vez nos unió, sin darnos cuenta de que ya no estamos dormidos. Por más que abro los ojos, todo sigue siendo oscuro. Hace tiempo que ya no comprendo tus contornos. Tampoco los míos. La noche no debería ser tan negra, ni las lechuzas ulular las letanías de los monstruos. Sopla el viento, agitando los cimientos de este castillo de naipes. Si no te derrumbas tú, lo haré yo. Cierro los párpados y trato de imaginar un sol que no nos queme. El reloj resuena dentro de mi pecho. También el tiempo acabará muriendo, cuando no quede nadie que sea capaz de medirlo. Nuestros corazones sólo saben latir de doce en doce campanadas, pero ¿qué pasará si un día no nos acordamos de darnos cuerda? ¿Y si ya nos hemos olvidado? Siento que me asfixio, que se encharcan mis pulmones, que ya no soy capaz de beber el oxígeno de tus labios. Trato de hablar, pero no puedo. Mi grito de auxilio es un gemido moribundo. Cuanto más abro los brazos, menos dispuesto estás a naufragar en ellos. Nuestro amor es un Cristo crucificado que no resucitará al tercer día. Los buitres sobrevuelan el Gólgota, pero nuestras lenguas permanecen impertérritas. Tal vez, cuando reunamos el valor para decirlas, las siete palabras que ahora desgarran nuestras cuerdas vocales ya habrán dejado de existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario