Junto las manos, entrelazo los dedos y aprieto con fuerza, rezando a un Dios que nunca escucha las súplicas de los desesperados si son contrarias a sus insondables designios. Noche insomne de oraciones peregrinas que no concluyen su Camino. Pesa el miedo, la soledad aplasta y la angustia es una bomba de relojería que explotará antes del amanecer. Sudo lágrimas de sangre o, tal vez, sangro el sudor de las lágrimas. Te pedí un único milagro y, cuando no te dignaste a concedérmelo, te odié por ello, obviando todos los otros milagros que me concediste sin yo pedírtelos. Perdona mi ignorancia cenicienta y líbranos del mal que marchita el alma hasta pudrir el corazón. Amén.
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