Llueve. Llueve tan fuerte que las gotas de lluvia se cuelan por el marco de la ventana y una gotera del tamaño de un puño nace en una esquina del techo de mi dormitorio. Truena. Truena y relampaguea. Se va la luz. Si fuera una chica normal gritaría y desearía tener un hombre grande y fuerte a mi lado al que poder abrazar con desesperación hasta que todo termine. Pero no soy una chica normal o, al menos, no busco ni deseo la protección de nadie. En realidad, no me asustan las tormentas y menos si son de verano, pasajeras, cálidas, efímeras. Contemplo a la luz de los relámpagos las gotas que caen del techo. Cierro los ojos y me concentro en su monótono repiqueteo. Tac, tac, tac. Es el mismo ritmo. Exactamente el mismo. Ya puedes decirlo. Tú, ilustre poeta, ya puedes recitarlo en tu próxima elegía a nuestro amor muerto. Tú y yo follábamos al compás marcado por el metrónomo de las gotas de lluvia que caían del techo de nuestro cuarto. Perdona. Se me olvidaba que no te gusta robar versos y mucho menos si son míos. Llueve. Llueve tan fuerte que ya no me acuerdo de lo mucho que te echo de menos. No sé si la cortina de agua será capaz de enmascarar la mentira. Está bien. Seré sincera. Siempre fuiste una tormenta de invierno.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
viernes, 28 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
Donde habitan los orcos
Te ocultas entre las sombras, camuflada, aovillada, disfrazada, vigilante, expectante, anhelante de un mundo sin dolor ni signos de interrogación, de una tierra sin inventar, poblada de ángeles que no se cansan de entonar los himnos más excelsos que se pueden recitar. Pero, en contra de lo que todos dicen, aún no ha llegado el fin del mundo, así que tendrás que esperar para poder contemplar el Este del Edén y el Oeste del Arca de Noé. Sigue observando, sigue esperando a que el ardor se extinga por refrigeración espontánea. Cruza los dedos y reza para que el dueño del sueño no convierta en pesadilla las imágenes perdidas en tu inconsciente menos colectivo. Él se ha ido y tú hace tiempo que te has extinguido. No cierres los ojos. Detrás de tus párpados es donde habitan los orcos.
sábado, 22 de septiembre de 2012
Cambiando el mundo (II)
Le cortaron el micrófono, pero no se apagó su voz. El eco de su grito retumbó como el rugido de un motor a reacción. Después, él calló y un silencio eterno se extendió desde USA hasta Japón. No había nada más que decir. Bajó del estrado y empezó a construir los cimientos del mundo en el que quería vivir. Otras manos silenciosas comenzaron a ayudarle. Había demasiado que hacer para perder el tiempo con palabras que ya no edifican nada.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Insectos (I)
Hay arañas y hormigas sobre mi cama. Las primeras quieren tejer sueños lo suficientemente hermosos como para que quiera quedarme eternamente atrapada entre sus redes. Las segundas sólo esperan a que muera de felicidad para devorar poco a poco mi cadáver. Me gustaría aplastarlas y dormir en paz, pero son demasiadas y, si asesino a una, las demás se reproducirán en progresión geométrica. Una mosca zumba cerca de la ventana. Quiere salir, pero no puede. La cerré antes de acostarme. La necesitaba como sacrificio. Mientras ella lucha por zafarse de la telaraña que nos envuelve, yo podré descansar plácidamente en los brazos de Morfeo. Lo siento, pero no tendré remordimientos. Era la mosca o mi vida y nunca me fié de quienes pudiendo volar prefieren alimentarse de la mierda que yace sobre el suelo.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Australia (I)
Creí que no te echaba de menos hasta que hablé de ti. Entonces me di cuenta de cuánta falta me hacías, de cómo necesitaba volver a verte y de cómo sería menos doloroso si nunca volviéramos a encontrarnos. Te llamé al llegar a casa. No me lo cogiste. Decidí borrarte de mi vida, pero ni siquiera fui capaz de eliminar tu número de mi agenda. Me pregunté cuánto frío haría ahora en Australia. Recibí un sms. "Sorry. No oí tu llamada. En un par de horas estoy en casa y hablamos por Skype. Hace un frío del carajo". Hay preguntas para las que sería mejor no obtener respuesta.
lunes, 17 de septiembre de 2012
El dolor es sordo
El dolor es sordo, no te oye. Por eso no se detiene, te va minando por dentro, poco a poco, sin que puedas evitarlo, sin que sepas controlarlo. Trataste de extirparlo una vez, pero fue inútil. Se escondió tan bien que creíste haber tenido éxito, pero continúa dentro de ti, silencioso, destruyéndote poquito a poco, sin prisa, pero sin pausa, más certero que una lanza. Respiras hondo mientras miras a través de la ventana, contemplando ese vacío que te llama, ese cielo que te abraza, esas voces que no callan. Sería tan fácil... Subir al alféizar y deslizarse en la nada, dejar que la fuerza de la gravedad te aplaste contra el suelo, reventándote por dentro. En unos segundos, todo habría acabado. Pero no puedes hacerlo. Tú no quieres morir, tan sólo quieres vivir sin tener que sufrir este dolor que nadie debería tener que asumir. Por eso te diriges a la cocina y blandiendo tu mejor cuchillo comienzas a buscar la guarida de este demonio que ya no te deja pensar. Nadie lo entiende. Nadie comprende por qué lo hiciste. Tendida en el suelo, flotando en un charco de sangre, mutilada y sonriente, nadie adivina la verdad, que no buscabas tu fin, sino el suyo. Lástima que para encontrarlo tuvieras que vaciarte completamente. Pero venciste, con tu último aliento hallaste su escondrijo y lo aniquilaste. Ya no torturará a nadie más. Por eso sonríe tu cadáver. Parece mentira, pero hay muertes que tienen algún sentido.
domingo, 16 de septiembre de 2012
Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy
Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy. Ellos se esfuerzan por hacer algo que yo me esfuerzo por no hacer. Ellos buscan la fama y la gloria, anhelan focos y titulares, persiguen elogios y cumplidos y recolectan billetes que ya no saben poner a buen recaudo. Yo sólo quiero ser anónima y morir en paz, que cuando desaparezca de este mundo nadie sea consciente de mi existencia, que ni siquiera una lápida ayude a localizar mi tumba, que cuando mis amigos mueran fallezca mi recuerdo, que el polvo de mis huesos se confunda con la arena del camino, que mis palabras se las lleve el viento. Ellos duermen apaciblemente por las noches sobre colchones viscoelásticos que acunan sueños dulces de un capitalismo sin rastro de crisis. Yo permanezco despierta, insomne y agitada, tratando de contener las palabras que se escapan por cada uno de mis poros cada vez que relajo mis músculos, intentando retener historias de apocalipsis cotidianos que devastan nuestras vidas, luchando cuerpo a cuerpo con personajes más reales que yo misma, acosada por pesadillas menos voraces de noche que de día. Cambiaría mi vida por su vida para saber lo que se siente sin sentir nada, para que no me duelan las pestañas, cansadas de abanicar a los que mueren abrasados por el fuego que consume estos días agostados antes de que haya llegado el verano, para no tener heridas que sangran a pesar de ser cosidas, para no verme obligada a esquivar esos cuchillos asesinos lanzados por enemigos escondidos entre las zarzas y los espinos. ¿Y qué si no duermo? ¿Y qué si me muero? ¿Y qué si, a pesar mío, sobrevivo al invierno de este infierno? Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy. Ellos están muertos, aunque se piensan vivos. Yo estoy viva, aunque me crea muerta. Por eso no descanso. Ningún ataúd sirve de soporte a mi columna vertebral. Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy. Escritores vivos, palabras muertas. Palabras que asesinan a quienes las escriben y resucitan a quienes las escuchan. Palabras que duelen más cuando se callan que cuando se pronuncian. Gritos que desgarran la garganta y parten en dos el paladar. Lamentos roídos entre los dientes. Lágrimas que verbalizan las frases de los muertos. Un cadáver que me mira desde el otro lado del espejo. Otra vez dudo de si vivo o ya he muerto. Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy. Yo aún respiro y ellos ¿no?
jueves, 13 de septiembre de 2012
El borde del mundo y los cimientos del firmamento (I)
Cayó al suelo, exhausta, derrotada, agotada. Simplemente no podía más y, aún así, sabía que tenía que levantarse y seguir luchando por algo que jamás conseguiría. No tenía sentido, pero daba igual. Era demasiado cabezota para rendirse.
Contempló el azul de un cielo vacío de nubes. Sintió una leve brisa que enfriaba el sudor de sus sienes y de sus axilas. Cerró los ojos y respiró hondo. Sólo se oía el rumor del viento agitando las hojas de los árboles. Pensó que debería morir allí, en esa pacífica y solitaria pradera, apartada de todo y de todos, pero intuía que su final quedaba lejos. Inspiró profundamente una vez más y, casi sin fuerzas, apoyando las manos y las rodillas en la hierba, se irguió sin abrir aún los ojos.
Permaneció un rato quieta, dejando que un viento ligero acariciara sus mejillas. No, la guerra no había terminado. Despegó los párpados y dejó que su vista se perdiera en el infinito horizonte que se desplegaba frente a ella. Correr hasta llegar al fin del mundo, dinamitar todas las leyes científicas, encontrar el borde del precipicio y saltar a la nada. Nunca creyó en los círculos, mucho menos en las esferas. Daba igual que no lo encontrara. Sabía que existía. Correr. Correr hasta que tropiece con él. No es tan difícil. Según lo piensa, lo hace.
Los guardianes del borde comienzan a desplazarlo a la misma velocidad a la que ella se mueve. Ellos también están cansados, exhaustos, agotados. No pueden descuidarse ni un momento. No lo entienden. Desde la Edad Media hasta ahora casi no habían tenido trabajo, pero esta maldita cría es demasiado testaruda, no les deja relajarse ni un segundo. Se consuelan con la idea de que es sólo algo temporal. Cuando ella muera podrán descansar otros quinientos años.
Están tan concentrados en evitar que ella encuentre la verdad que no perciben el auténtico peligro, ese poeta tísico que al nacer se equivocó de siglo. Es la única persona de este mundo que, despierto, no se mueve. Por eso percibe el borde cuando se desliza junto a él y, antes de que los guardianes puedan hacer nada por evitarlo, salta, sumergiéndose en la nada.
Tiembla la Tierra. Estalla el cielo. Ella se vuelve y corre sobre sus pasos. Sin que aún hayan entendido lo que acaba de suceder, los guardianes, paralizados por el miedo, contemplan sin tratar de impedirlo el segundo fracaso de su eterna vida.
La nada ya no es la nada. La nada se convierte en algo, en un mundo en ciernes poblado por dos extranjeros que desafiaron al universo. Crujen todas las galaxias. Se convierten en polvo algunas estrellas. Nadie entiende el cataclismo.
Él la mira y lo comprende. Esos ojos serían capaces de demoler los cimientos del firmamento. Ella clava sus pupilas negras en el azul de su iris derecho. Da igual que fallezca el cielo. Si él vive sobrevivirá el color celeste.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Cambiando el mundo (I)
El papel está caliente, con la tinta aún fresca, recién salido de la impresora. Lees las letras que forman las palabras que construyen las frases que edifican el mensaje que querías transmitir. Asientes con la cabeza, orgulloso del resultado obtenido y, después, lo tiras todo a la basura. El mundo aún no está preparado para escuchar ciertas cosas, pero tú necesitabas comprobar que eras capaz de escribirlas. Satisfecho con el trabajo realizado, sales a la calle y caminas lentamente hacia tu casa. Todos piensan que el atropello es un accidente. Qué otra cosa podía ser. Nadie sabe realmente lo molesto que podrías haber llegado a resultar. Nadie excepto los que te vigilaban desde hace tiempo y ordenaron tu eliminación. Nadie excepto esa señora de la limpieza que, curiosa, se detiene a leer el papel arrugado, ya casi tan helado como tu cadáver. No termina de entenderlo, pero intuye su importancia. Por eso lo lleva a casa y se lo enseña a su hijo, que, anonadado, decide difundirlo por internet. Es curioso, incluso un muerto puede cambiar las cosas.
martes, 11 de septiembre de 2012
La defensa sin ataque
Entre tú y yo, la distancia nunca es la adecuada. Te siento lejos, inalcanzable, inaprehensible e inabordable cuando estás a mi lado y, sin embargo, cercano, cálido y accesible, casi casi hasta posible, cuando los kilómetros que nos separan superan las tres cifras. Tu presencia me duele demasiado como para desear reducir el aire que divide el espacio existente entre mi boca y tus labios. Sé que, por mucho que nos acerquemos, siempre existirá esa barrera que levantaste para impedir que penetrara hasta el centro de tu ombligo. También perdurará esta barricada que construí con los escombros de mi amor propio para protegerme tanto de mí como de ti. Por eso no podemos aproximarnos demasiado, porque si tu barrera se estrellara contra mi barricada, nuestras defensas volarían en mil pedazos y no tendríamos más remedio que aceptar que no existen fronteras entre la tierra de tus dedos y el agua que fluye entre mis piernas. Convertidos en barro, ni tú serías tú, ni yo sería yo. ¿Es eso lo que te asusta? Perdona, a veces se me olvida que soy yo la paralizada por el miedo, mientras tú sonríes indolente, no sé si más cínico que fuerte.
lunes, 10 de septiembre de 2012
La voluntad y la memoria
Me habría gustado dejar de quererte, pero dolías demasiado como para desaparecer con una caja de analgésicos. Traté de extirparte, pero estabas anclado a todos mis órganos vitales. Intenté convivir con la imposibilidad de superarte. No fui capaz. No tuve más remedio. Acudí al mercado negro de órganos y renové todas mis vísceras. Fue la mejor inversión de mi vida. Desgraciadamente, se me olvidó que aún quedaban rastros de ti adheridos a mi piel. Un día en la playa sin factor de protección fue suficiente para mudar de camisa como las serpientes. Ya no queda nada. Mejor dicho, casi nada. Permanece el recuerdo del dolor que me causaste, pero TÚ ya eres historia.
En otra parte del mundo un joven enfermo de Alzheimer se tatúa en el pecho las únicas 6 palabras que necesita recordar: "Aunque la olvide, aún la quiero".
domingo, 9 de septiembre de 2012
Desde las alturas
Hiere con sus tacones el parquet, mientras camina más erguida que nunca, segura de que esta vez llegará a su destino, orgullosa de todo lo que ha conseguido. Él la mira pasar e intenta calcular a cuántas personas habrá pisoteado para llegar hasta donde está. No se da cuenta de que ella se encuentra demasiado lejos del suelo como para poder aplastar a alguien.
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