lunes, 4 de febrero de 2013

Los androides no sueñan con ovejas eléctricas, sólo las cuentan para poder dormir

Hoy me dueles tanto como ayer. Supongo que es normal. Pero ayer dura ya demasiados años, igual que el ayer de Fray Luis de León o que cualquier otro ayer inacabado, años que nunca se convierten en pasado, que no dejan que transcurra el tiempo ni cicatricen las heridas. Por eso hoy no es hoy, sino el preludio de un presente que nunca llegará, porque su llegada implicaría tu olvido y hay fragmentos de ti que nunca conseguiré borrar. Nadie me cree, pero es cierto. Tú lo sabes. Te tatuaste en mi memoria mientras dormía, trenzando tu existencia entre los hilos de mis sueños. Sólo renunciando a ellos me libraré de ti, pero el precio me parece demasiado alto. Camiseta de tirantes anchos y calzoncillos holgados, sobre un pecho puntiagudo sin sujetador y un coño cubierto de vello enfundado en braguitas rosas de algodón. Se acerca la hora de irse a la cama. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Tú dirías que sólo las cuentan para poder dormir, pero yo no soy un robot, yo caigo rendida a medianoche, como si una maza invisible golpeara mi cabeza y, en mitad de mi inconsciencia, tropiezo con las migas de pan que dejaste en mi cerebro. Por más que lo intento, no soy capaz de seguir al rastro. Creo que algún cuervo devoró las claves del reguero. Por eso no puedo encontrarte, por mucho que siga buscándote. Suena el despertador. Bostezo y te digo adiós. Un escalofrío recorre mis cervicales. Tú también te despides. El fisio no entiende mis contracturas. A mí no me apetece explicárselas. ¿Te duele igual que ayer? Sí, puede que incluso un poquito más. No lo entiendo, con las sesiones que llevamos deberías haber notado alguna mejoría. Cree que los hombres son máquinas, relojes estropeados que puedes arreglar si conoces su mecanismo. Creía que la fisioterapia no es una ciencia exacta. No, claro que no, tienes razón. Esperaremos un poco más, seguro que es sólo cuestión de tiempo. El resto del día decido contar ovejas. Me canso antes de la hora de cenar. No existen suficientes dedos en mi mente. Enciendo el televisor, pero mi cerebro no quiere ahogarse en formol. Pulso el off. Deshilacho el cojín de mi sillón. No quiero que avance el reloj. No quiero volver a sentirte bajo mi edredón. Buenos días. ¿Cuánto cobra por una lobotomía? ¿Total o parcial? Total, por favor. Necesito aprender a balar. Lo siento mucho, pero tendré que devolverle todo su dinero. Su cerebro no es como los demás, así que no sé qué parte tengo que extirpar. No pasa nada. Quítemelo entero. Será mucho más seguro para garantizar el resultado. Lo dudo. El puto neurólogo tenía razón. Al parecer le he ayudado mucho. No es en la cabeza donde residen los sueños. Tampoco las ideas ni los recuerdos. Dice que me dedicará su Premio Nobel. Creo que no termina de entender el problema. Oigo un grito. Una manada de lobos se está dando un festín. Ninguno me mira. No huelo como ellas. No pienso como ellas. No siento como ellas. No moriré como ellas. Hay una piedra afilada en el suelo. Pienso en cogerla y tratar de salvarlas. Decido que no merece la pena ensuciarme las manos. El mundo no las echará en falta. El universo no se desequilibrará por su ausencia. Oigo tu risa dentro de mí. Continúo caminando, cruzando de país en país hasta llegar al hielo del norte. Allí no hay ovejas. Tampoco lobos. Sólo pingüinos y robots, androides que no sueñan ni cuentan balidos eléctricos, porque si durmieran estarían perdiendo el tiempo y el tiempo es oro. Yo prefiero la plata. Por eso me mudo a la luna a lomos de una estrella fugaz. Al final fuiste capaz de unir todos los puntos.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Hay algo especial en este relato (aparte de los colores). Parece menos premeditado (?)
O será mi debilidad por K.Dick.

moonriver dijo...

Nada de lo que escribo es premeditado, pero sí que hay algo especial en este relato. Hace poco leí, que el pudor no sirve para escribir (http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=global&cat=28&id_nota=877379). Es posible que esto sea lo primero que escribo sin ningún tipo de autocensura, sin un ápice de miedo, ni una brizna de vergüenza. Puede que cuando lo lea dentro de dos días me parezca una mierda, pero hoy lo calificaría como lo mejor que he escrito nunca.