Hay dos clases de impulsos suicidas: aquéllos que te incitan a acabar con tu vida y aquéllos que te conminan a precipitarte en un abismo que no necesariamente te matará, es más, que incluso puede llegar a salvarte. El problema, como siempre, es el precio. Dejar de vivir es fácil, por eso es cosa de cobardes. Sumergirse en la más absoluta oscuridad abisal y confiar en que, en medio de toda esa negrura, se esconde la luz que te guiará hacia la gloria resulta mucho más complicado y harto difícil, casi imposible. No tener miedo de mancharte, de rebozarte en la mierda, porque sabes que es el único camino para limpiar tu alma, para desprenderte de todo aquello que te ata a esta tierra yerma y enquistada. Estar dispuesto a aguantar sus insultos, su saliva sobre tu cara, sus botas aplastando tu espalda contra el suelo, quebrando tu columna vertebral, creyendo que, con eso, te impedirán andar. Lo sabes. Sabes todo lo que implica salirse de su camino para encontrar el tuyo, los peligros a los que deberás hacer frente, todo lo que tendrás que abandonar. No te importa. Conoces el precio y lo pagarás, no porque quieras hacerlo, sino por ese impulso suicida que no logras acallar, que te revienta la cabeza desde dentro, que te reconcome como un parásito eterno. Coger una pistola y volarse los sesos es mucho más sencillo que lo otro. También mucho más barato. Por eso ellos no lo entienden. Ellos no comprenden que haya puntos que no formen parte de las columnas de sus gráficos. Ellos no conciben que haya polillas que huyan de la luz para explorar la negrura de la noche, aunque ni siquiera ellas sean conscientes de que hacerlo es la única forma de que sobrevivan para contemplar la claridad del día.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
miércoles, 26 de junio de 2013
martes, 25 de junio de 2013
Derrotas (V)
Tratas de espiar la pequeña arritmia que rige los latidos de mi corazón, pero por mucha información que recopiles sobre las fuerzas y debilidades de mis ventrículos, nunca sabrás qué hay de mentira y de verdad en lo que escribo, ni lo que esconden los puntos suspensivos de todo lo que digo. Tomarás fotografías equívocas de la máscara que oculta mi auténtico rostro y mi sonrisa más secreta. Pensarás que lo comprendes todo, aunque nada entiendas y tratarás de hundirme sin darte cuenta de que respiro mejor debajo del agua que en la superficie. Te perderás entre los datos objetivos que dibujan mi perfil, sin darte cuenta de que sólo mi cambiante sombra es un reflejo de mi alma oscura. Creerás que me conoces, que puedes predecir todos y cada uno de mis pasos. Intentarás minar mi camino, sin ser consciente de que son mis pies y no mi cabeza quienes deciden mi destino. Sobreviviré a tu Hiroshima y Nagasaki. Ninguna de tus bombas atómicas rozará su objetivo. Fracasarán todos tus planes maquiavélicos. Impotente e ignorante revisarás tus precisos cálculos econométricos, convencido de que detectarás con facilidad el error de tu modelo, sin darte cuenta de que hay personas que no se inclinan ante el poder de la Estadística. Continúa intentándolo. Puede que algún día aciertes por AZAR, pero será sólo una bala perdida que se estrella en la diana, un fallo del sistema que nunca serás capaz de racionalizar y, burlándose de ti, incluso mi cadáver te habrá vencido.
domingo, 16 de junio de 2013
Caídas (V)
El mismo pecador, distinto pecado. La misma piedra que te hace besar el suelo. El mismo lamento hiriente, arrastrándote cual serpiente. Deberías parar antes de que sea tarde, antes de que desaparezca la posibilidad de huida; pero no quieres, no puedes, en realidad, no debes. Precipitarte en la cascada, sumergirte tres cabezas por encima de tu cuello. Flotar. Nadar. Bucear. Saber que, si abres los ojos, desaparecerá. Aferrarte al miedo. Sentir los celos de la musa que lo envuelve entre sus brazos. No es a ti a quien destapa por las noches, pero sí a quien dibuja de soslayo.
miércoles, 12 de junio de 2013
Heridas (X)
No quieres que se cierre la herida, porque él yace en su interior y, si cicatriza el corte, perderás su imagen para siempre. Separas la carne y hurgas con los dedos tratando de apresar un pedazo de su esencia. No hubo suerte con la pesca. No cazaste a tu presa. Con aguja e hilo negro coses el agujero de la cara interna de tu muslo derecho. Olvidar para vivir o vivir para olvidar. A veces, es casi lo mismo sumar que restar.
martes, 11 de junio de 2013
Huracanes (I)
Hay huracanes que agitan mis entrañas, que cierran las puertas que me abren al mundo y esparcen las cenizas de los sueños que ardieron de madrugada. Sólo es viento. Sólo es viento. Sólo es aire que araña lágrimas a mis globos oculares. Sólo es tiempo que se escurre entre mis manos, que naufraga en el asfalto, que se convierte en polvo junto a mi cadáver. Dicen que cuando el sol muera todo habrá acabado, pero hoy hace frío en las montañas y calor bajo la tierra, todo sigue igual, aunque distinto. Nadie huele la carne putrefacta, los hongos que anidan en las vaginas más esquivas, la mierda que se adhiere bajo las uñas que escarban en el estiércol. Nadie sabe. Nadie quiere saber. Nadie pregunta ni contesta. Nadie respira. Nadie protesta. Tú también te sumas al desastre, porque es más fácil y atractivo, porque seduce y embruja, igual que un mago sin destino. Yo construyo cicatrices rascando la costra que envuelve las heridas provocadas por una aproximación más que excesiva. Hay voces que nos gritan y susurros que sólo incitan. Y aunque fuera otra quien salió de tu costado, sólo tus costillas son capaces de enjaularme de un bocado.
lunes, 10 de junio de 2013
Hielo y arena
Todos parecen más altos cuando estás sentado. Contemplas el interminable porte de los presuntos gigantes, hundiéndote más en tu asiento, seguro de tu pequeñez, cabizbajo y avergonzado. Es de noche cuando vuelves a casa, absorto en la contemplación del suelo. Hay manchas negras en la acera gris. Podrían ser cucarachas. Algunas seguramente lo sean. Por eso las esquivas asustado, temeroso de aplastar su crujiente y minúsculo cuerpo. Nadie te espera en el piso vacío. Hace frío. Te quitas la ropa y te metes corriendo en la cama, tiritando, dudando. Se oyen gritos que quebrantan el hielo, que te sumergen en el agua congelada del río que pretendías cruzar, ansioso por llegar a la otra orilla. Esta noche, no. Esta noche, no. Por favor. Estás cansado. Necesitas dormir, pero si no haces algo pronto, dejarás de sentir todos tus músculos. Saltas de la cama y corres hasta tu escritorio. Folios en blanco y pluma. Después de dibujar el siguiente capítulo de La princesa de arenas movedizas consigues que la sangre estancada vuelva a circular por tus venas y, poco a poco, braceas hasta ponerte a salvo. Levantarte o morir. Exhausto tras la batalla, por fin puedes dormir. Nadie conoce exactamente tu estatura, porque sólo te yergues sin testigos. Te asusta demasiado comprobar que los gigantes que te humillan podrían ser aplastados como hormigas.
domingo, 9 de junio de 2013
Culpables (I)
Dormía desnuda, abrazándote en sueños, follándote a primera hora de la mañana, besándote justo antes de cerrar los ojos. Tú la querías o, al menos, creías quererla, porque estas cosas nunca se saben a ciencia cierta, tan sólo se intuyen cuando la felicidad se aleja. Primero fueron las bragas. Después una camiseta de tirantes. Por último, el pijama entero. "Hace demasiado frío", dijo ella y tú supiste que ya no la abrigabas como antes. La franela sirvió de muro de contención. Nunca te atreviste a despojarla de su envoltorio. Te contentaste con los pocos minutos de sexo que te regalaba de manera graciable. No todos los días, sólo de vez en cuando. Y mientras se duchaba antes de ir al trabajo, la contemplabas desde el otro lado de la mampara, elucubrando sobre quién sería él. Si hoy te preguntaran serías incapaz de decir quién dejó a quién. Ella fue quien cubrió su cuerpo, que antes te mostraba sin tapujos; quien hizo las maletas y cerró la puerta sin volver la vista atrás; también quien te puso los cuernos con un clon de su padre, a quien nunca le gustó tu barba de náufrago ni tus uñas mordidas. Pero eres tú quien te pones el termómetro todos los días, estudiando las variaciones de tu temperatura corporal, empeñado en que, en algún momento indeterminado, descendieron los grados de tus manos, obligándola a buscar el calor que tú ya no le aportabas. En toda ruptura, siempre hay dos culpables.
miércoles, 5 de junio de 2013
Intersticios (I)
Dices que te pierdes en los intersticios de mis dedos. Yo sólo me encuentro entre los tallos de tu barba de dos días, ésa que exfolia el contorno de mis labios y arranca cosquillas a las cara interna de mis muslos. Nuestras lenguas desatadas esculpen excusas incendiadas que prenden lenguas de agua que encauzan los suspiros que nacen en las ingles y mueren en los pies. A veces te odio. Otras también. Si se troncha mi cuello, mi médula te servirá de rehén. No pidas rescate a los dioses. Es en el infierno donde arde mi carne. Un agujero en la palma de mi mano. Una tumba abierta en el envés. No contemos hasta tres. Los disparos son truenos que retumban en mi sien. Hierros candentes en las vías del tren. Mañana no existe. Esta noche es de papel. Una piedra afilada rasgará la madrugada. Un rayo de sol chamuscará la punta de nuestras pestañas. No prorrogues la condena. No llores, aunque te dé pena. El esbozo de una sombra puede tener más consistencia que el cuerpo que la proyecta. Por eso al caer la tarde te sientes más vivo. Por eso escuece el humo que respiro cuando exhalas el último aliento de contrabando de tu cigarrillo. Dos granos de arena caen del reloj de tu muñeca. Sólo miden el poco tiempo que nos queda y lo mucho que nos cuesta. Ser sinceros. Ser violentos. Ser veloces como el viento. Dos robots petrificados lloran al creerse muertos. Tú palpas el acero de sus párpados y concluyes que es perfecto para ayunar en tiempo de Adviento. Yo me callo y no suspiro. No es la primera vez que no te olvido.
domingo, 2 de junio de 2013
Los domingos por la tarde son para dormir la resaca del sábado
Los domingos por la tarde son para dormir la resaca del sábado, pero tú no tienes gota de alcohol en sangre, ni un mínimo resto de ese whisky con el que solías ahogar tus penas más adolescentes. Ella tampoco bebió la noche anterior. Es más, ni siquiera salió de casa. Prefirió permanecer tumbada en el sofá, abrazada a un bol rebosante de palomitas, contemplando una pantalla llena de desastres distintos de los suyos, pero no tan diferentes. Piensas en ella. No todo el rato. Sólo de vez en cuando. Excepto los domingos por la tarde en los que no tienes resaca que dormir. Añoras la primera tarde de domingo que pasasteis juntos. Su "¿Recuerdas algo de lo de anoche?" Y tu "No mucho, si te soy sincero". "Entonces, habrá que repetirlo". Eso era lo que más te gustaba de ella. Sólo planteaba un problema si sabía que tenía solución. Si no la encontraba, simplemente ignoraba su existencia. Eso fue lo que hizo contigo. Cuando te convertiste en un problema sin solución comenzó a ignorarte, a fingir que no existías. Y tú, que estabas acostumbrado a ser el centro de todo su universo, no fuiste capaz de soportarlo. Te alejaste antes de que ella se alejara de ti. Y dejaste de beber. No querías anestesiar el dolor. Tenías miedo de que dejar de sentir equivaliera a dejar de sentirla. "Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca", leíste una vez en algún lado. En ese momento te pareció una chorrada. Ahora sabes que es verdad. Sólo a través de este dolor valoras adecuadamente la felicidad de aquellos días. Te gustaría recuperar esas tardes de domingo. No aquellas en las que dormías la resaca del sábado, sino en las que repetíais las partes del sexo de la noche anterior que no terminabas de recordar con claridad. Tu memoria empeoraba semana tras semana, hasta que llegó un punto en que se acababa el día sin haber terminado de recrear lo ya vivido. Pero no puedes. Sigues siendo un problema sin solución. Por eso ella continúa negándote. Probablemente ya habrá encontrado un sustituto de ti. Seguro que, ahora mismo, están volviendo a interpretar todo aquello que ya hicieron hace apenas unas horas. Te preguntas qué se sentirá al correrse dentro de ella, a pelo, sin preservativo ni ningún otro tipo de barrera profiláctica. Nunca lo sabrás. Es así de triste. Ella mira por la ventana, tratando de dejar la mente en blanco, esforzándose para auto convencerse de que no hay ningún problema que negar. Lo vuestro no iba a ningún sitio. Carecíais de futuro. Era lo mejor para ambos. Demasiados flashes bombardeando desde su subconsciente. Demasiados gritos que amordazar. Demasiada hambre que calmar. No hay problema sin solución. Luego si no hay solución no hay problema. Ésa es la máxima. Es tan fácil como coger el teléfono, llamarla, claudicar. ¿Acaso importa? Sabes que ella sería una buena madre. Tú no tendrías que hacer nada. Simplemente sentarte y contemplar los maravillosos resultados que ella cosecharía sin ayuda de ningún tipo. "Lo siento, pero ser padre no está en mis planes, ni a corto ni a largo plazo. Es una cuestión de principios. Sólo se vive una vez y no estoy dispuesto a supeditar mi vida a nadie". Sonaba muy bien cuando lo decías, pero ahora parece estúpido. Tu vida no sé si está supeditada, pero sí estancada. Desde que te alejaste de ella no has conseguido dar ni un solo paso. Ella tampoco, pero tú no lo sabes. Recuerdas el movimiento de sus caderas sobre tu cuerpo, el crujiente sofá, tus dedos en su culo, en sus tetas, en su boca. Sólo una llamada y podrás dar sentido a esta larga tarde de domingo. No hay problema sin solución. Por eso destapas la botella y anestesias el dolor. Borrar su rastro o borrarte a ti. Poco importa si fue antes el huevo o la gallina. Ambos acaban en el estómago de humanos que se empeñan en no ser vegetarianos.
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