El mismo pecador, distinto pecado. La misma piedra que te hace besar el suelo. El mismo lamento hiriente, arrastrándote cual serpiente. Deberías parar antes de que sea tarde, antes de que desaparezca la posibilidad de huida; pero no quieres, no puedes, en realidad, no debes. Precipitarte en la cascada, sumergirte tres cabezas por encima de tu cuello. Flotar. Nadar. Bucear. Saber que, si abres los ojos, desaparecerá. Aferrarte al miedo. Sentir los celos de la musa que lo envuelve entre sus brazos. No es a ti a quien destapa por las noches, pero sí a quien dibuja de soslayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario