Las noches que no follamos las marco en rojo en mi calendario. El año pasado, sólo tres quedaron en blanco. No fue por falta de ganas. Tampoco por escasez de tiempo. Sólo por miedo. Miedo a ser como ellos, a naufragar en un altar de tul blanco y chaqué oscuro, a sepultar nuestros sueños bajo la losa de la astronómica hipoteca imprescindible para poder adquirir un chalet con jardín en las afueras de Madrid, a tener hijos que encadenaríamos a pupitres de colegios privados y academias de inglés, francés y alemán, a trabajar de sol a sol para poder financiar todo lo anterior, a no querer que nuestros cuerpos se rocen al caer derrengados sobre el mismo colchón, pero ser incapaces de soltarnos las manos en las sonrientes barbacoas de nuestros vecinos, a mirarnos a la cara en nuestras bodas de oro y darnos cuenta de que sólo tenemos lo que las películas de Hollywood nos obligaron a buscar. Por eso nos alejamos cada vez que nos tocamos, pues en cada combustión espontánea de nuestros orgasmos cuasi simultáneos yace el espejismo de la impostada felicidad de las parejas perfectas. Por eso evitamos que nuestros cuerpos se estrellen más de lo estrictamente necesario para no caer en la psicosis de quienes no satisfacen sus deseos más ocultos. Reducimos al mínimo las cinematográficas noches de pasión, ensuciando de semen, rímel y carmín las impolutas sábanas que se ven en pantalla grande, desmitificando los solos de violín que acompasan el lento movimiento de los cuerpos que hacen el amor. Tú y yo nunca escucharemos músicas celestiales, sólo jadeos guturales y borboteos de fluidos genitales. Pero tememos caer en su red y huimos en direcciones contrarias para no acabar firmando un papel que nos comprometa a dejar de ser.
3 comentarios:
La mediocridad no se mide con el blanco de las sábanas, ni con los ceros de la hipoteca. Como mucho se mide en el peso del miedo.
Depende de qué sea lo que temas. Hay miedos que sólo denotan singularidad.
A eso me refiero. Los miedos dicen más de alguien que su coche y sus camisas.
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