jueves, 31 de enero de 2013

Lo que no te digo

Escribo mentalmente todas las palabras que me gustaría recitarte sin pensar y las memorizo de carrerilla, pero cuando me tropiezo contigo me quedo en blanco, las olvido, se borran de la pizarra de mi disco duro. Cuando te alejas las reescribo y vuelvo a empollármelas como un loro, segura de que la próxima vez que se repita la escena ocurrirá lo mismo. Es mejor así. Son cosas que no deberías oír.

miércoles, 30 de enero de 2013

El móvil (XI)

- Hola Juan.
 
- Hola María.
 
- En realidad no me llamo Juan.
 
- Ni yo María.
 
Dos enfermeras buscan a quien se suponía que jamás volvería a levantarse.
 
Dos enfermeros dan la voz de alarma.
 
- Sabía que si me abría la cabeza te encontraría. Fui un imbécil. Te odiaba por haber hecho que me enamorara de ti y traté de eliminarte de mi vida borrando tu número de teléfono. Cuando me arrepentí volví a tu casa, pero me abrió la puerta una señora que podría ser tu madre. Le pregunté por ti y me dijo que no tenía ninguna hija que se llamara María, así que me fui. No entendía nada. No había compañera de piso y tú parecías no existir. No tenía forma de volver a verte, pero sabía que te escondías en algún rincón de mi estúpido cerebro y allí te busqué y te he encontrado.
 
El absurdo del amor. La irracionalidad del amor. La inevitabilidad del amor. La perdurabilidad del amor.
 
FIN

domingo, 27 de enero de 2013

El móvil (X)

Dos madres que reniegan del fruto de sus entrañas. Dos locos apartados del mundo. Dos olfatos que no olvidan. Vida tras vida, cambian las narices y las pieles, pero los olores son los mismos, inconfundibles, inimitables, indescriptibles.
 
Un enfermero le dice a otro que el loco que intentó abrirse la cabeza parece que sonríe.
 
- Qué va a sonreír.
 
- Que sí, hombre, míralo. Está sonriendo y parece que hasta nos mira.
 
- Qué va a sonreír y a mirarnos. Míralo, está tan ido como siempre. ¿No ves cómo se le cae la baba?
 
- Que sí que sonríe y sí que mira, pero no a nosotros, sino a ésa. ¿Sabes quién es?

martes, 22 de enero de 2013

El móvil (IX)

El diagnóstico no es claro. La causa más oscura aún. Muchos médicos, múltiples exámenes, innumerables pruebas, una única conclusión. Su hijo es un peligro para sí mismo y para los demás, debe permanecer ingresado en un centro psiquiátrico. Camisa de fuerza, electro shocks y pastillas que anulan la voluntad y hacen que se caiga la baba. Su hijo ya no es su hijo. Su hijo le da miedo. No quiere verlo. Así que deja que lo encierren, que lo aten, que lo electrocuten y que lo droguen. Eso sí, todo en un centro privado. Cuanto más elevada sea la factura que pague más aliviada estará su conciencia.
 
El diagnóstico no es claro. La causa más oscura aún. Muchos médicos, múltiples exámenes, innumerables pruebas, una única conclusión. Su hija sufre algún tipo de catatonía, debe permanecer ingresada en un centro especializado donde pueda ser debidamente vigilada y atendida. Sólo así podrá superar la crisis. Nadie le asegura que lo haga. Su hija ya no es su hija. Ese cuerpo sin vida que aún respira le da pena. No quiere verlo. Así que deja que otros lo custodien, que lo vigilen y atiendan. Eso sí, en un centro privado. Cuanto más elevada sea la factura que pague más aliviada estará su conciencia.

lunes, 21 de enero de 2013

El móvil (VIII)

Cuando Aurora llega a casa se encuentra a su hijo golpeándose la cabeza contra el pico de la mesa. Son golpes fuertes y contundentes, repetitivos y rítmicos, que poco a poco horadan la cabeza de su hijo y salpican de sangre la madera y el suelo. ¿Qué está pasando? ¿Se ha vuelto loco?
 
Merche tarda más de tres horas en descubrir el cuerpo inerte de su hija. Continúa respirando, pero ya no tiene vida. La mirada perdida. Ningún movimiento. Ningún sonido. Nada parece hacerla reaccionar. Su hija ya no es su hija. Es sólo un mueble, un trasto inútil e inservible. Una piedra interactúa más que ese trozo de carne arrugada que obstruye su bañera.

domingo, 20 de enero de 2013

El móvil (VII)

- Tienes que irte. Mi compañera de piso no soporta encontrarse desconocidos en nuestro cuarto de baño. Además, recién levantada no atiende a razones y ya hemos tenido demasiadas broncas al respecto.
 
Su primera mentira.
 
- Tranquila, me quedaré aquí acostado y si necesito mear lo haré en un bote. Nada de pisar el cuarto de baño.
 
- En serio. Tienes que irte.
 
- Vale.
 
No quiere irse. O quizás sí. Sabe que no es buena idea quedarse, pero irse no parece tampoco la solución. Intuye lo que vendrá después. Ella ya es dueña y señora de su cerebro. Puede que por eso la obedezca. Se viste y se dispone a marcharse.
 
- ¿Me das tu número de teléfono?
 
- ¿Para qué?
 
- Para llamarte, obviamente.
 
- No creo que sea buena idea.
 
- ¿Por qué?
 
- Porque no sé si quiero volver a follar contigo.
 
Su segunda mentira.
 
- Tranquila, no voy a agobiarte ni nada por el estilo. Es sólo por si alguna vez necesito un agujero donde meterla y no tengo ninguno a mano.
 
Su primera mentira.
 
- Vale. Apunta. 656227375. Pero utilízalo sólo como último recurso, cuando estés muy necesitado y no encuentres a nadie con quien aliviar tu necesidad.
 
- Tranquila. Lo más seguro es que jamás lo utilice.
 
Su segunda mentira.
 
- Por cierto, ¿cómo te llamas?
 
- María.
 
Su tercera mentira.
 
- ¿Y tú?
 
- Juan.
 
Su tercera mentira.
 
Antes de que cante el gallo me habrás mentido tres veces. Maldición bíblica de quienes se quieren sin quererse querer, de quienes se buscarán sin quererse buscar, de quienes no se separarán queriéndose separar.

viernes, 18 de enero de 2013

El móvil (VI)

Era una noche de sábado. Él había bebido mucho y ella había llorado demasiado. Ambos estaban en el sitio correcto estando en el lugar equivocado. Drama clásico dividido en tres actos.
 
Preludio: Un beso heterosexual en medio de un mar de besos homosexuales.
 
Nudo: La cama horas antes regada por lágrimas ahora se humedece con otro tipo de efluvios corporales. Espasmo tras espasmo, las vibrantes células se funden y confunden. Nuevas lágrimas riegan la almohada. No hay dolor. Sólo placer. Y algo más que ninguno de los dos se atreve a aceptar. Un reconocimiento que ambos tratan de negar. Los dedos y las lenguas no se olvidan. Vida tras vida, cambian las huellas dactilares y las papilas gustativas, pero el tacto y el sabor son los mismos, inconfundibles, inimitables, indescriptibles.
 
Desenlace: El miedo, como siempre, gana la partida. Miedo a no morir solo. Miedo a no vivir solo.

miércoles, 16 de enero de 2013

El móvil (V)

Era una noche de sábado y, por primera vez en su vida, había entrado en una discoteca donde el número de féminas era sensiblemente superior al de machos ibéricos. De hecho, sólo pudo distinguir a un par de especímenes del sexo masculino. Debía haber muerto y estar en el cielo. Un coma etílico, seguramente, teniendo en cuenta la ingente cantidad de alcohol ingerida un par de horas antes.
 
- Me parece que te has equivocado.
 
- ¿Perdona?
 
- Decía que me parece que te has equivocado de sitio.
 
- ¿Y quién te ha dicho que estaba buscando un sitio en concreto?
 
- Es evidente que no buscas un sitio concreto, pero sí algo muy concreto.
 
- ¿Ah, sí? ¿Y qué busco, listilla?
 
- Un buen polvo.
 
- ¿Y por qué piensas que aquí no puedo encontrarlo?
 
- Porque la única tía heterosexual de este garito soy yo y, sintiéndolo en el alma, no eres mi tipo.

Un rápido vistazo a su alrededor y el espejismo desapareció en un instante. La chica tenía razón. No cabía duda. Acababa de entrar en un bar de lesbianas.
 
- Joder, no me había dado cuenta. No sabía que voy tan borracho.
 
- Tranquilo. Pasa hasta en las mejores familias.
 
- ¿Y tú qué haces aquí si no eres bollera?
 
- Un pequeño consejo: no utilices el término bollera en un bar lleno de ellas. No sé por qué, pero lo consideran algo ofensivo.
 
- ¿Y cómo debería llamarlas?
 
- ¿Lesbianas no te parece apropiado?
 
- Un poco soso, la verdad. Bolleras me parece más divertido.
 
- En fin, tú mismo. Pero si alguna bollera te acaba partiendo la cara no me digas que no te lo advertí.
 
- Aún no has contestado a mi pregunta.
 
- ¿Qué pregunta?
 
- ¿Y tú qué haces aquí si no eres bollera?
 
- Bueno, mi mejor amiga es lesbiana y hoy se ha empeñado en sacarme de casa para que no me pasara la noche encerrada en mi cuarto llorando por el último capullo que me ha partido el corazón.
 
- Así que un capullo te ha partido el corazón.
 
- Bueno, en realidad ha habido muchos capullos que me han partido el corazón. No es que ninguno de ellos haya significado mucho para mí, pero supongo que lloro por una acumulación excesiva de pequeños dolores y decepciones varias.
 
- ¿Y cuánto tiempo llevas llorando?
 
- Un par de semanas.
 
- Bueno, eso es poco tiempo. Cuando me dejó mi novia creo que tardé un año en dejar de llorar.
 
- Un año es mucho tiempo. ¿Tanto la querías?
 
- Supongo que no, pero había sido mi única novia y creo que lloraba porque pensaba que jamás encontraría a otra chica que me quisiera lo suficiente como para aguantarme y ser mi novia. Ya sabes. A nadie le hace ilusión morir solo.
 
- Pero encontraste a otras…
 
- Sí y no. No he vuelto a tener novia. Descubrí que follarme a una chica de vez en cuando es más cómodo que aguantar las neuras de una novia.
 
- Pero con una novia te aseguras follar siempre que quieras.
 
- No te creas. Hay pocas chicas dispuestas a follar cuando le apetece a su novio.
 
- Eso es porque hay pocas chicas que se sientan sexualmente atraídas por sus novios.
 
- ¿Estás hablando en serio?
 
- Totalmente en serio. La mayoría de las chicas nos sentimos sexualmente atraídas por chicos que no nos convienen, pero en algún momento de nuestras vidas decidimos que es mejor estar con un chico que nos convenga, aunque no nos atraiga mucho sexualmente.
 
- ¿Ése es tu caso?
 
- No, qué va. Yo aún estoy en la fase de follarme a los capullos que me atraen sexualmente, pero que no me convienen y que me acaban rompiendo el corazón.
 
- Y luego lloras por ellos.
 
- No por ellos, sino por la acumulación de ellos. No es lo mismo.
 
- Ya. ¿Y dónde está tu amiga la bollera?
 
- Allí. Es la rubia que se está liando con esa morena pequeñita del piercing en la lengua.
 
- ¿Y cómo quieres que sepa qué chica tiene un piercing en la lengua? ¡Ostras! ¡Qué fuerte! ¡Le acabo de ver hasta la campanilla! ¡Y sí, tiene un piercing en la lengua! Oye, pues las dos están bien buenas. Como tú. Tú también estás bien buena.
 
- No sigas. Ya te he dicho que no eres mi tipo.
 
- ¿Y por qué no? Soy un capullo. ¿No te van los capullos?
 
- Los capullos guapos. No te confundas.
 
- ¿Así que soy un capullo feo?
 
- No, hombre, no. Eres un capullo normal. Ni guapo ni feo, sino todo lo contrario.
 
- Ya. Bueno, en realidad tú no estás tan buena, pero a estas horas cualquier agujero me vale para meterla. Además, me caes bien. No eres complicada, como el resto de las tías, sino simple, como un tío. Dices lo que piensas y ya está. No intentas que yo lo adivine. Eso mola. Y más a estas horas y con las copas de más que llevo encima. En fin, no vamos a follar, ¿no? Más que nada porque es un poco tarde y si no hay nada donde rascar me voy a casa, me hago una paja y duermo la mona. No me gusta perder el tiempo.
 
- Pues entonces vete.
 
- Vale. Un placer.
 
- Igualmente.
 
- ¿Y cómo te llamas?
 
- ¿No te ibas a hacerte una paja y dormir la mona?
 
- Ya, pero es que en realidad me gustas. Es más, me gustas mucho. Estuve tres años con mi novia y nunca tuve con ella una conversación tan interesante como la que acabo de tener contigo. Sí, es fácil hablar contigo. Muy fácil. Demasiado fácil. Siempre debería ser así.
 
- Bueno, eso es porque no me gustas. Cuando el chico me gusta me esfuerzo demasiado en parecerle interesante y no soy yo, sino que me comporto como creo que a él le gustaría que me comportara.
 
- Eso es un error.
 
- Lo sé, pero no puedo evitarlo. ¿Puedo hacerte una pregunta?
 
- Claro.
 
- Antes has dicho que te asustaba morir solo y que por eso querías tener novia, pero luego me has dicho que ahora te conformas con follarte a alguna chica de vez en cuando. ¿Significa eso que ya no te asusta morir solo?
 
- No. Ya no me asusta. Ahora lo que me aterra es vivir solo. Morir da igual como lo hagas. La muerte sólo dura un instante, pero la vida puede ser muy larga, sobre todo si no tienes con quien compartirla.
 
- Pero ya no quieres novia…
 
- Bueno, conozco a muchos chicos con novia que están mucho más solos que yo, que no tengo novia. No sé si me entiendes.
 
- Perfectamente.
 
- ¿Y tú? ¿Tienes miedo de vivir sola?
 
- Bueno, a mí lo que realmente me asusta es morir sin haber encontrado a mi alma gemela, a mi otra mitad. Me da igual si sólo estamos juntos dos minutos, si lo nuestro es un encuentro fugaz que dura sólo un instante. Necesito encontrarlo, saber que el amor existe, un amor eterno, capaz de perdurar vida tras vida.
 
- Vaya, así que eres una romántica…
 
- Sí, sólo que para encontrar a mi príncipe azul, en lugar de besar ranas, me follo a capullos.
 
- Bueno, a mí me parece un buen método. Tarde o temprano encontrarás a un tío que te folle hasta que se te salten las lágrimas.
 
- ¿De dolor?

- No, coño, de dolor, no, de placer, hombre, de placer.
 
- Entonces, ¿follamos?
 
- Creía que sólo follabas con capullos guapos.
 
- Bueno, toda regla tiene su excepción y tampoco estás tan mal…

martes, 15 de enero de 2013

El móvil (IV)

Abrirse o no abrirse el cráneo. He aquí la gran cuestión. Podría hacer una lista de pros y contras, pero es evidente que ningún sistema racional puede ser utilizado para tomar una decisión totalmente irracional. En realidad no hay decisión que tomar. Tiene que encontrar su número o extirparla de su memoria. Romper el occipital y escarbar. El pico de la mesa servirá. Ponerse de espaldas a él y dejarse caer, con fuerza, una y otra vez, hasta oír el crujido del cascarón y, entonces, intentar sacar la yema.
 
El puño derecho cerrado, asiendo un vacío húmedo que jamás podrá llenar su ausencia. Los ojos clavados en un techo más blanco a cada instante, tan blanco que la ciega. Los ojos bien abiertos, pero ya no ve nada. Tampoco siente la frescura del agua que se desliza bajo ella. El vacío. Eso sí que lo nota, pero ya no le importa. No moverá ni un dedo para colmarlo. La nada. La nada que la invade y que la llena. Su mejor y más fiel amiga. Ya no se separará de ella. Debería levantarse, enjabonarse, aclararse y salir de la bañera; pero prefiere permanecer así, acostada, quieta, hipnotizada. O, al menos, debería cortar el grifo. Hay sequía. El agua es un bien escaso. No debería malgastarla. Levantar el pie. Cerrar el grifo. Volver a sumergirse en la nada. Pero no puede. Ni ahora ni nunca. Sabe que ya no será capaz de volver a moverse. No hay motivo ni razón para hacerlo. La nada no le exige ninguna acción. Sólo su entrega incondicional. Eso no requiere ningún movimiento. Ni siquiera esfuerzo. Es fácil. Por eso se entrega a ella.

lunes, 14 de enero de 2013

El móvil (III)

Si hubiera estudiado medicina sabría cómo hacerlo, cómo abrir su cabeza y en qué parte del cerebro buscar. Ni medicina ni ingeniería informática. Cómo pudo elegir tan mal su carrera. Se contempla en el espejo. No quiere hacerlo, pero no tiene otra opción. Debe destrozarse el cráneo. O encuentra lo que busca o deja de pensar en ello. El absurdo del amor. La inconsistencia del amor. La irracionalidad del amor. La animalidad del amor.
 
No, no es capaz de incorporarse, asir el tapón, bloquear el desagüe y volver a acostarse. Demasiado esfuerzo sin garantías de alcanzar el final ansiado. No, prefiere quedarse así, sintiendo cómo el agua corre bajo ella, mientras la blancura del techo continúa hipnotizándola. El peso de su cuerpo no aplastará el agua, pero al menos dificultará su camino hacia las tuberías, su huida hacia las cloacas, su fusión con inmundicias que no será capaz de limpiar. Cierra el puño derecho tratando de atrapar esa fina capa de agua que tapiza el fondo de la bañera, pero es imposible de aprehender, se escurre entre sus dedos, se aleja de sus manos, igual que él.

domingo, 13 de enero de 2013

El móvil (II)

Sí, todo ha acabado, pero él sigue insistiendo, removiendo una y otra vez las piezas destrozadas de su magnífico y flamante móvil nuevo, examinándolas detenidamente, tratando de leer su lenguaje más oculto. Quizá sería más práctico abrirse la cabeza y hurgar entre sus neuronas. Allí, en algún rincón oscuro y olvidado, plagado de telarañas, debe estar su número. Sí, abrirse la cabeza es la única solución viable. O encuentra lo que busca o deja de pensar en ello. Dejar de pensar. Ése es ahora su único objetivo.
 
La bañera está fría y es blanca, tan blanca como el techo, puede que incluso un poco más. Tiene que salir de allí, de esta claridad que la envuelve, refugiarse en las tinieblas, en las entrañas más oscuras de la tierra, dejar que la devoren los gusanos, fallecer entre sus fauces, desaparecer de este mundo, dejar de sentir, que todo deje de doler; pero no puede, no tiene fuerzas para incorporarse y escapar de este blanco sepulcro fabricado por Roca. Sólo puede levantar un pie y abrir el grifo, dejar que el agua corra y cruzar los dedos para ahogarse. Mierda. Se le olvidó poner el tapón y ya no es capaz de realizar ningún movimiento adicional. El agua corre, pero nunca la cubrirá. El peso del agua no la aplastará. Después de todo, sobrevivirá, limpia y aseada, presta a que otro imbécil se le acerque lo suficiente como para oler su gran debilidad, este miedo a no encontrar su otra mitad, a morir incompleta, desgajada, rechazada, olvidada.

sábado, 12 de enero de 2013

El móvil (I)

Contempla el móvil. No quiere hacerlo, pero no tiene otra opción. Lentamente, desliza la tapa trasera del teléfono, extrae la batería y comienza a hurgar entre sus tripas, hasta destrozar el último rincón de sus entrañas. En alguna parte debe ocultarse el número que jamás debió borrar, pero no sabe encontrarlo. Una pena no ser ingeniero informático. Se trata de una derrota fácilmente predecible, pero necesitaba intentarlo, asegurarse de que, esta vez, ponía toda la carne en el asador. No tenía que haber pulsado la opción de eliminar contacto. Debería haber previsto su futuro arrepentimiento. El amor consistía en eso, en seguir un impulso absurdo dictado por un orgullo demasiado altanero como para merecer ser escuchado, para acabar tirando a la basura un iPhone de última generación en un intento desesperado de recuperar lo que antes se había esforzado en perder. El absurdo del amor. La inconsistencia del amor. La irracionalidad del amor. La animalidad del amor.
 
Mientras, a 3 kilómetros de distancia, un cuerpo de mujer acostado en el lecho del blanco fondo de una bañera vacía contempla la infinita blancura del techo. Debería abrir el grifo y dejar que corra el agua. Lavarse o ahogarse. Poco importa. Pero tiene miedo, miedo de que todo se reduzca a una limpieza de primavera. Y no quiere. No puede. Necesita conservar sus huellas sobre su piel. Y qué si comienza a oler rematadamente mal. No volverá a dejar que nadie se acerque lo suficiente como para notarlo. Las distancias cortas duelen cuando se alargan. No volverá a pasar por esto. No volverá a suplicarle a sus pulmones que dejen de respirar. La blancura del techo. La blancura de la bañera. ¿Por qué entonces todo parece tan negro?

viernes, 11 de enero de 2013

Memento

Me enamoro cinco veces al día (siete, si cuento las dos que me enamoro y desenamoro de ti). El para siempre dura sólo tres minutos. Después, como en Memento, me olvido de la promesa de amor eterno y camino y respiro bombeada por un corazón que nunca se ha partido. Sólo las dos veces al día que me enamoro y desenamoro de ti se repiten constantemente, sin prisa, pero sin pausa. Tú eres lo único que nunca olvido. Es lo que siento por ti de lo que dudo. Camino y respiro y cruzo los dedos para tropezarme contigo. Cuando lo hago duele y cuando la colisión no se produce escuece. Es difícil de explicar. No es amor, es algo más y este algo me matará.

miércoles, 2 de enero de 2013

Heridas (VIII)

Están cerca, muy cerca, a sólo dos metros de distancia, pero ya no se ven, no se sienten ni se presienten, ya no se buscan, ya no se duelen, ya no se quieren. Él aprieta la mano de otra. Ella rodea la cintura de otro. Dos metros de distancia que miden el tamaño del abismo que separa a dos almas que antes se fundían incluso cuando no se tocaban. Sopla el viento y el aire esparce su aliento. Él se estremece. Hay olores que aún escuecen y recuerdos que nunca mueren.

martes, 1 de enero de 2013

Imposibilidades (VII)

Eres el más vicioso de mis círculos y yo la más interminable de tus historias. Destruye la rueda. Vacía el reloj de arena para impedir el traspaso del tiempo desde tus manos a las mías y luego de nuevo hasta tus garras. Yo, por mi parte, dinamitaré el concepto de infinito, haciendo trizas los más importantes teoremas matemáticos, reduciendo a cenizas los mayores avances de la ciencia. Es la única forma de cortar el lazo. Es la única manera de que no vuelvan a entremezclarse nuestros labios.