viernes, 28 de febrero de 2014

Ni tú eres Orfeo ni yo soy Eurídice

Recuerdo detalles a los que nadie otorga importancia, pero que lo explican todo. Por ejemplo, la aparentemente casual distribución de los comensales alrededor de la mesa, nuestros cuerpos orbitando alrededor de los escasos asientos vacíos, jugando a las sillas con el resto de los asistentes, hasta lograr la proximidad que demandan nuestros centros de gravedad. Nuestros ojos esquivos y erráticos, tratando de evitar la colisión de nuestras miradas, creyendo que, de esta forma, no tendrá lugar el Apocalipsis, a pesar de las profecías de San Juan. Las palmas de tus manos acariciando compulsivamente tus muslos. Ella queriendo sorberte el ses(x)o a través de la pajita de su mojito. Tu propuesta de cambiar de sitio, antes de que los deseos de la carne griten más fuerte que los consejos de la razón. Alcohol ingerido a espasmos de música electrónica. No va más. Ya no caben más apuestas. Todo el pescado está vendido. Si miras atrás continuaré sumergida en el infierno. En mitad de la huida, tu cuello se gira de manera involuntaria, convirtiéndote en piedra durante π segundos. Mi mirada camaleónica fotografía la doliente estatua que decora las fronteras de la pista de baile, mientras mis oídos se calientan con el aliento de la serpiente que esta noche desea morderme algo más que los tobillos. El hombre que sigue los dictados de su cerebro es el más irracional de todos los animales del planeta. Todo se rompió al escuchar tu voz, pero tú pensaste que lo que denotaba el temblor de mis pestañas era desprecio, en lugar de miedo. Miedo de haber encontrado la lira capaz de domesticar todas las fieras que llevo dentro, miedo a sentirte cerca estando lejos y a que colonizaras todos y cada uno de mis sueños. Nadie fue consciente del desastre, ni siquiera tú, porque nadie lee la tinta invisible que rellena el espacio en blanco que queda entre las negras letras de esta gris existencia. Cuando la beses por la espalda no sospechará que es para no ver que su cara no es la mía, porque todos piensan que la mayor parte de nuestros actos son casuales y vienen determinados por las circunstancias exteriores, sin darse cuenta de que quien camina a la deriva llegará a casa en cuanto cierre los ojos y deje de tratar de orientarse. Perdona las metáforas. Ni tú eres Orfeo ni yo soy Eurídice, ni es Hades el responsable de la distancia que esta noche nos separa.

No hay comentarios: