El baile que no bailamos es lo único que nos une. Tú te me quedaste mirando. No te atreviste a acercarte a mí, darme la mano y sacarme a la pista. Yo te frené con mis pupilas más gélidas. No hacía falta decir nada. Ambos sabíamos que, en el momento en que nos abrazáramos, ya no podríamos soltarnos. Yo no te convenía o puede que tú simplemente no me quisieras en tu vida. Y, sin embargo, ambos sabemos que teníamos que haber girado ese vals, fundidos dentro de una espiral de la que jamás habríamos sido capaces de escapar. Tarde o temprano el destino nos reclamará ese baile que no le dimos. Me aterra ese momento. Por eso siempre huyo de cualquier lugar en el que suene música. Me asusta que tú puedas estar allí. Me da miedo que tengamos que pagar nuestra deuda. Anoche soñé con un callejón sin salida. Oscuridad. Silencio. Sólo se oían un par de ratas royendo queso. Te acercaste decidido, me tendiste la mano, me abrazaste con fuerza y me obligaste a rodar esas vueltas que tanto he tratado de evitar. Te dije que no se puede bailar sin música. Seguiste girando. Traté de despertar. No recuerdo nada más, pero no soy capaz de abrir los ojos. La cama es ahora la que da vueltas y no quiero ver ese cuerpo que respira en mi oído izquierdo. El baile que no bailamos es lo único que nos une. Todo lo demás es sueño y tú no eres ni serás mi dueño.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
miércoles, 29 de agosto de 2012
lunes, 27 de agosto de 2012
Cadáveres (III)
Una copa de vino cae al suelo. Se rompe en mil pedazos. Un millón de astillas de cristal se clavan en tus manos. Un grito que envuelve la sangre. La sangre que se mezcla con el vino. Rojo y grana. Tan sólo grana. Tres taninos se refugian en el paladar. El grito se disuelve en la noche más larga del año. Dos lágrimas descienden a los infiernos. No encuentran ni a Eurídice ni a Orfeo. Se evaporan antes de tocar el incandescente suelo. Desaparecen de este mundo y del otro. Ya no son. Como tú y como yo, que dejamos de ser hace tanto tiempo que ya no recuerdo si en algún momento llegamos a existir. Incrustas las esquirlas de vidrio en cada uno de tus poros. Secas con tu lengua la bebida de Baco. No quedan restos del accidente. Sólo tú, convertido en sangrante erizo de Swarovski, constituyes una prueba del desastre. En otro tiempo, en otro lugar, en un universo paralelo que no terminamos de inventar, era yo quien te lamía las heridas. Huelo el hierro de la sangre derramada, mezclado con la barrica del Rioja malgastado. Presiento el escozor de los desgarrones de tu piel. Quisiera correr a vendarte. Quisiera poder curarte. Pero no quiero ni puedo. Tú no me rescataste. No me salvaste. Dejaste que mi mano resbalara entre tus dedos. Contemplaste cómo era engullida por la nada. Te odié y luego te quise y ahora no sé si ansío dibujar tu fin o tan sólo verte sufrir hasta un segundo antes de morir. Me borraste de tu lista de sueños y yo te mecanografié en el DIN A4 de mis pesadillas. Híncate de rodillas. Suplica por tu vida. Sólo yo puedo resucitarte de entre los muertos. Sólo yo puedo condenarte a un suplicio eterno. Dame la mano. No la sueltes. Deja que sangremos juntos. Deja que muramos atravesados por el mismo filo. Convirtamos estos dos cuerpos agonizantes en un único cadáver. No tengas miedo. No es el fin del mundo. Acabó hace mucho tiempo, cuando Juan escribió el Apocalipsis. Ahora sólo tenemos que leerlo e interpretarlo. Los demás seguirán viviendo. Sólo tú y yo certificaremos nuestra defunción. ¿Acaso importa? Puede que no sea la costilla que te falta, pero durante un tiempo fui la coraza de tus pulmones. Por eso ahora te ahogas. Por eso buscas aire en bocas incapaces de insuflarte el oxígeno necesario para alimentar tus músculos. Por eso, la próxima vez que cierres los ojos no tendrás fuerzas para volver a abrirlos y, ciego enfebrecido, ya sólo sabrás descifrar el braille de mi cuerpo.
domingo, 26 de agosto de 2012
Imposibilidades (III)
Deja que me desmaye, que me desvanezca sobre tus manos. Construye un cuenco con tus palmas. Llénalo de agua. Deja que flote si soy una bruja o que me hunda y ahogue si no lo soy. Da igual que no esté atada a ninguna piedra. Ni siquiera las meigas son capaces de desafiar las leyes de la física.
jueves, 23 de agosto de 2012
El contestador
Tu número tintinea en la luz de mi contestador. No dejaste ningún mensaje, pero debería devolverte la llamada, aclarar mi voz y ofrecerte mis palabras más sonrientes y despreocupadas. Si fuera capaz, lo haría, te escupiría a la cara que no me importas nada, que tu nombre no tiene ningún efecto sobre mis tripas, que tu respiración al otro lado del hilo telefónico no me eriza la piel, que no eres nadie y que, por tanto, no tienes ningún poder sobre mí. Estaría bien ser capaz de hacerlo, pero no lo soy. Nunca se me dio bien mentir. Por eso contemplo cómo tu número tintinea en la luz de mi contestador, mientras me pregunto cuánto tiempo permanecerá ahí, cuántos días transcurrirán antes de que se borre de la memoria del maléfico aparato. Suena el teléfono. No puedo cogerlo y, aún así, descuelgo.
martes, 21 de agosto de 2012
Tabaco (I)
Te busqué en cada cajetilla de Marlboro que encontré tirada en la calle, abandonadas, arrugadas, aplastadas, pisoteadas. Ninguna era tuya. Ninguna conservaba tu olor.
Tres meses después volvimos a vernos. Mientras hablábamos, sacaste una cajetilla casi vacía de Fortuna.
- ¿Has cambiado de marca de tabaco?
- No, siempre he fumado Fortuna.
Buscar a la persona correcta en los desechos equivocados. No era la primera vez que lo hacía. Sabía que no sería la última.
sábado, 18 de agosto de 2012
Un pecho
Un pecho se escapa de tu sujetador, baila el limbo por debajo de uno de sus aros y sale al exterior. Otea el horizonte, buscando la única mano que sabe cómo enmarcarlo, el único taxidermista que sabe cómo disecarlo, los únicos descendientes de los dedos de Walt Disney que aún saben cómo animar un dibujo sin la ayuda de un ordenador. Pero ya no están. Se disolvieron en la acetona que trataba de limpiar los restos de la pintura Titanlux con la que camuflaste de verde esperanza tu desesperanza más negra. Intacto, el pecho vuelve a su sitio, se entierra bajo el sudario de una copa B de Intima Cherry. No volverá a salir. No volverá a respirar. No volverá a sentir. No le importa. No hay tanta diferencia entre vivir y morir.
jueves, 16 de agosto de 2012
Desequilibrios (I)
Ya no hago equilibrismos en el alambre de tu columna vertebral. La bomba explotó demasiado cerca de mi oído. Me reventó el tímpano y ahora es el vértigo el que domina mis titubeantes pasos, alejándome de los precipicios que me acechan a cada costado de tu espalda. Sólo si allanas las cordilleras de tus sueños seré capaz de volver a caminar por el valle de tu ombligo. Sólo si bajas a la tierra, podré despegar contigo.
miércoles, 15 de agosto de 2012
El ring
Me duelen los pies de no correr detrás de lo único que merecía la pena retener. No me moví. Me limité a contemplar el fin. Tú, besando la lona del ring. Yo, aplaudiendo tu caída del modo más vil. No te ayudé, no te besé, no te consolé, ni te abracé. Crucé los dedos para no volverte a ver, para que murieras allí, golpeado y sangrante, junto a mis pies enfundados en tacones ambulantes. Y tú, humillado y vencido, permaneciste ahí, ni vivo ni muerto, sólo herido y cansado, yacente sobre un costado, tendiendo la mano en vano. Escupí a tus heridas y tú te arrastraste de rodillas, alejando tus machacados huesos de la punta de mis dedos. No me moví. Me limité a contemplar el fin. Y ahora que tres buitres planean sobre mí me pregunto si soy yo la que está a punto de morir.
martes, 7 de agosto de 2012
El hundimiento (III)
Bailemos. Juguemos. Cantemos. Finjamos que no viajamos en un Titanic que se hunde. Riamos por fuera, aunque lloremos por dentro. Pero ten cuidado. Los payasos llevan flores que arrojan agua a la cara de los espectadores. Puede que algún día no haya agua con la que llenar la flor y sea un ácido corrosivo el que salpique tus despreocupados ojos burgueses, absortos en la contemplación de este circo que hace tiempo que dejó de ser el mayor espectáculo del mundo.
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