Te ríes, tanto de mí, como conmigo. Y yo sonrío, porque tu risa me sirve de abrigo. Las hojas caen al otro lado de la ventana. El viento sopla de costado y amenaza con echarnos a un lado. No quiero morir sin ti, así que me abrazo a tu pecho, me pego a tu espalda, trepo por tus piernas y anido en tus brazos. Okupa sin casa, esta noche tú me servirás de cama. Tus ojos color avellana me miran con ganas. Agitas tus ramas y caigo al suelo. Desnudas mi tronco y deshojas mis dudas. Siembras semillas que no maduran y cortas las flores de mis temores. Oigo un crujir de tambores. Vuelan las almas de cien mil canciones. Tu aliento de humo envenena el aire que no consumo. Todo se muere y yo lo asumo.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
martes, 30 de octubre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
La condena
Las manos de uno de los hombres se posaban en la garganta de K. Aún no había decidido si debía exprimirla hasta arrancarle la última molécula de oxígeno o si, por el contrario, merecía el indulto. Miró a sus compañeros. Sus pupilas, dilatadas y anhelantes, le instaban a apretar sin el más mínimo asomo de piedad. "Por favor, no lo hagas", clamó el condenado. "Dame un solo motivo para perdonarte la vida". "Si me matas, ¿qué será de todas las palabras que me contienen?" "De eso se trata. Si te eliminamos acabaremos con el karma y ninguno de nuestros actos tendrá consecuencias en esta vida ni en las siguientes", contestó el verdugo, mientras ejecutaba la sentencia. Tras el fallecimiento de la letra K, los hombres, creyéndose liberados de toda responsabilidad, actuaron sin tener en cuenta ningún precepto moral. Desgraciadamente para ellos, aunque ya no tuvieran nombre, las leyes del karma continuaban vigentes.
miércoles, 24 de octubre de 2012
Tus labios y mi lengua en modo acordeón. Tu lengua y mis labios en modo saxofón
Tus dedos me penetraron hasta el fondo. Hurgaron en mi corazón y en lo que no era mi corazón. Un gemido se me escapó. Mitad placer, mitad dolor. Se produjo la explosión. La pequeña muerte falleció. Un nuevo asesinato comenzó. Tus labios y mi lengua en modo acordeón. Un poco más de presión y habrá una nueva combustión. Mil millones de gotas de sudor salpican el colchón. Tu lengua y mis labios en modo saxofón. Dime qué tengo que hacer para borrar tu olor de las aristas de mi esternón.
martes, 23 de octubre de 2012
Las líneas 1 y 7 no se tocan
Las líneas 1 y 7 no se tocan, no existe conexión directa entre tu casa y la mía, entre tu vida y mi vida. Alguien debería diseñar un enlace, pero supongo que es más útil perder el tiempo en tareas más productivas. El tiempo es un ente informe que nos une y nos separa a través del espacio, que nos envuelve en un abrazo de anaconda y nos clava las uñas cuando intentamos ignorarlo. Aún así, por unas horas, logramos vencerlo, lo detuvimos en seco, lo suspendimos en el medio de la nada, lo encadenamos a la pared y le obligamos a contemplar nuestra infinita libertad. Nadie se dio cuenta del extraordinario fenómeno paranormal. Para los demás seguían corriendo los minutos. Sólo nosotros disfrutamos de la inmovilidad atemporal creada por la unión de nuestras almas a través de la yuxtaposición de nuestros cuerpos. Sí, nadie más sabe que somos tres horas y 17 minutos más jóvenes de lo que indica nuestra partida de nacimiento. Lástima que después de ese lapso volvieran a andar todos los relojes y que nuestros destinos no se hayan enlazado de nuevo. Estudio cada día las obras de mejora del metro. Sé que, cuando exista un punto de contacto entre el azul claro y el naranja, nuestras vidas volverán a tocarse, pero también sé que conectar la periferia con el centro es ahora lo importante. Demasiadas promociones inmobiliarias sin vender. El capitalismo a punto de fallecer. Poco importa que tú y yo nos muramos de sed en este desierto de distancia entre tu piel y mi piel.
lunes, 22 de octubre de 2012
Nzinga
Nzinga, en otra vida, fue una princesa polaca, de piel de porcelana y ojos transparentes, cuello de cisne y cabello de oro de blanco. La única preocupación de sus manos, de dedos infinitamente largos y uñas de diamante, consistía en evitar agrietarse con el frío. Por eso Nzinga no acepta esta nueva vida consagrada a horadar una tierra baldía, agostada por un sol de justicia que, a pesar de su injusta inclemencia, no calcina la gruesa piel de betún que le ha tocado en suerte. Nzinga sabe inconscientemente que es una princesa, poco importa si polaca o africana. Por eso se entrega cada noche sin protestas a esos demonios blancos, mucho más poderosos que los jefes de su tribu, también más crueles y arbitrarios. Piensa que, algún día, la devolverán a esa tierra donde la palabra invierno se escribe con nieve. Desgraciadamente, no recuerda el río de su noble sangre derramada sobre un mar de hielo. No todo el monte es orégano en las praderas donde, aún hoy, pastan los bisontes. En todos los continentes hay mujeres cuyas vidas son truncadas antes de los treinta. Algunas, desgraciadamente para ellas, sobreviven al desastre, a la aniquilación de su dignidad, a horrores imposibles de tolerar. Sólo unas pocas mantienen la cabeza enhiesta, conscientes de su regia fortaleza, sabiendo que únicamente un auténtico caballero podría destruirlas. Pero ya no queda ninguno. Sucumbieron bajo las llamaradas de dragones ya extinguidos. Los monstruos que ahora pululan por el mundo sólo se arrastran por el suelo, carentes de esa nobleza de espíritu necesaria para levantar el vuelo y escupir fuego. Ellos no lo saben, pero, más tarde o más temprano, perecerán pisoteados por las damas de ébano y marfil, morirán encogidos, asustados, humillados. Será entonces cuando el bien, finalmente, habrá triunfado.
sábado, 20 de octubre de 2012
Imposibilidades (IV)
No debería decirte toda la verdad. Siempre es conveniente guardarse un as en la manga, pero necesito poner boca arriba todas las cartas. Comprobar si, efectivamente, he ganado la partida. Sé que no es así. En realidad, lo único que necesito es certificar mi derrota, verte con ella y no conmigo, saber que son sus manos las que te proporcionan abrigo. Ironías del destino. Justo cuando claudicaba, tropiezo contigo. Y ahora que sé que existes, ¿cómo corto el cordón que me une a tu ombligo?
viernes, 19 de octubre de 2012
Monstruos (I)
La princesa del guisante yace entre mullidos cojines de plumón húngaro. Trata de conciliar el sueño, pero no puede. Libra un combate a vida o muerte con los monstruos que la retienen a medio camino entre esta vida y la que viene. Finalmente, cae al suelo inconsciente. Nadie sabe quién ha ganado la batalla. Completamente inmóvil duerme más de cien años sobre un duro lecho de piedras heladas y cortantes. Cuando despierta, nadie recuerda su nombre, ni siquiera ella misma. Sólo las rocas que acunaron su cansancio conocen el auténtico valor de sus actos. Los ogros derrotados siguen escondidos en sus armarios.
sábado, 13 de octubre de 2012
Mi última obsesión
No es eres más que mi última obsesión, un capricho pasajero, el parche con el que tapar todos los agujeros previos. En cuanto ingiera tres o cuatro ibuprofenos se me bajará la fiebre y se evaporará el espejismo de mi amor por ti. Fingiré que no eres TÚ al que llevo esperando más de media vida, que tus ojos no me queman, que tu sonrisa no calienta mis recovecos más fríos y que tu olor no obnubila la poca razón que alguna vez tuve. No, no puedes ser TÚ, es imposible que seas TÚ y, sin embargo, sé que fuiste TÚ desde el primer día que mis pupilas repararon en tu existencia. Y aunque esto no vaya a ninguna parte prefiero tener un accidente mortal a 300 por hora que a 20.
martes, 9 de octubre de 2012
Derrotas (II)
La artillería pesada no fue disparada. La falta de munición no fue causa de rendición. El fuego del ruego. El juego del ego. El velo del duelo. Los cadáveres de la fosa común son untados con betún. Camuflaje para empezar el viaje a ninguna parte. No eres tú el que falleces, soy yo la que se muere, sin que ningún médico sin fronteras acierte a detectar el origen de la herida. Terminó la guerra sin que consiguiéramos ganar ninguna batalla. Apunta, suelta la lanza y corre como las balas. Si no oyes el grito es que has errado el tiro. Sangre y arena. La multitud abarrota el circo, pero esta vez no hay vencedores ni vencidos. Sólo los leones llenan la barriga. Mi estómago se encoge mientras se dilata mi lengua. No me digáis que no sirvió de nada. Prefiero que las hormigas recorran mi cara a vivir cien años sojuzgada.
lunes, 8 de octubre de 2012
Mantequilla
Llevo un corazón de metal incrustado en la muñeca derecha. Ya no recuerdo a quién pertenecía, ni cómo ni por qué se lo robé. Sólo sé que me queda bien. Hace juego con mis uñas de acero y mi brazo de hierro, con mi sonrisa de aluminio y mi mirada de níquel, con mis dedos de plata y mis manos de oro blanco. Cuando se me acelera el pulso, parece que cobra vida propia, palpitando al compás del torrente sanguíneo que circula por mis venas. Cuando me relajo, él, víctima de un infarto, se para en seco. Por eso vivo acelerada. Me gusta observar cómo late. Creo que evoca a su ex dueño, aunque ya no recuerdo de quién se trataba. Alzheimer prematuro de quien opina que todo tiempo pasado fue peor. Aún así, hoy prefiero ignorar su existencia, así que me mezo tranquila en un columpio del parque de debajo de mi casa. De repente, sin causa aparente, mi muñeca revienta dinamitada por el empuje inexplicable del metálico músculo. Mientras me desangro sin remedio contemplo a un hombre que abre su pecho y sustituye un corazón de mantequilla a medio derretir por mi apreciado corazón de metal. No vislumbro bien su rostro. Los ojos se me cierran sin querer. Su voz es lo único que distingo con claridad.
- Ahora todo vuelve a estar en su lugar.
Poco a poco recuerdo lo que tanto me había esforzado en olvidar. Casi sin fuerzas, susurro:
- Sólo te lo arranqué porque no me quisiste dar una mitad.
- No te confundas. Tú me pediste un regalo después de negarme un intercambio. Si hubieras estado dispuesta a partirte en dos todo habría sido muy distinto.
- Es curioso. Siempre supe que, más tarde o más temprano, acabarías conmigo.
Un beso tapona la herida. Si sus labios permanecen ahí el tiempo suficiente se regenerará la sangre perdida.
En su día, yo también cautericé la herida que le causé. Nunca he sido tan cruel como me pinto, aunque el problema es que sé que cuando él muera yo moriré con él. Puede que a él le pase lo mismo y que siempre hayamos estado unidos por puro egoísmo.
Mientras me recupero lentamente, una lacerante idea se instala en mi cerebro.
- ¿A quién pertenecía tu corazón de mantequilla?
No contesta. Ahora mismo no puede hacerlo. Si lo hiciera se escaparían los pocos hematíes que me quedan.
Él calla. Yo lloro. Noto cómo su puño golpea mi pecho. Suena a hueco. Recuerdo. Una vez fui más blanda de lo que pensaba. En realidad, aún lo soy. Por eso me derrito sobre el asfalto.
martes, 2 de octubre de 2012
Tu nombre
Tu nombre tatuado en mi retina no me deja leer entre las líneas de tus frases más ambiguas. Esas diez letras son ahora todo lo que veo. Las leo incluso sin ponerme las gafas. Es fácil. Están ahí, tan cerca que me resulta imposible ignorarlas. No hace falta que me pare a contemplarlas. Me acompañan todo el tiempo, mientras camino y mientras duermo. Quisiera despegarme de ellas, pero no puedo. Tendría que arrancarme los ojos, pero me da miedo de que tu nombre sobreviva escondido en mi nervio óptico. Tal vez sea allí donde realmente resida. Prenderé fuego a mis neuronas, dinamitaré todo mi sistema nervioso y, convertida en un catatónico despojo de carne inmóvil, si no recuerdo cómo te llamas, tal vez consiga desprenderte de mi vida.
lunes, 1 de octubre de 2012
Insectos (II)
Te quiero, de esa forma que no desaparece con el tiempo, de esa manera que no se diluye con el transcurso de los días. A todo el mundo le ocurre una vez en la vida, pero no debería haber sido contigo. Traté de evitarlo y, luego, traté de negarlo. Curiosamente, ahora que lo acepto no duele tanto. Sólo tengo que concentrarme en luchar contra el impulso de arrojarme entre tus brazos. Todo lo demás no importa. Maldito karma. Demasiadas cucarachas asfixiadas en toneladas de Cucal. Seguro que alguna no se merecía la muerte y ahora soy yo la que se ahoga tan cerca y tan lejos de tus labios, sabiendo que no puedo ni debo derretirme entre tus dedos, esforzándome por amordazar este deseo que ya ni detengo ni contengo.
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