Recuerdo detalles a los que nadie otorga importancia, pero que lo explican todo. Por ejemplo, la aparentemente casual distribución de los comensales alrededor de la mesa, nuestros cuerpos orbitando alrededor de los escasos asientos vacíos, jugando a las sillas con el resto de los asistentes, hasta lograr la proximidad que demandan nuestros centros de gravedad. Nuestros ojos esquivos y erráticos, tratando de evitar la colisión de nuestras miradas, creyendo que, de esta forma, no tendrá lugar el Apocalipsis, a pesar de las profecías de San Juan. Las palmas de tus manos acariciando compulsivamente tus muslos. Ella queriendo sorberte el ses(x)o a través de la pajita de su mojito. Tu propuesta de cambiar de sitio, antes de que los deseos de la carne griten más fuerte que los consejos de la razón. Alcohol ingerido a espasmos de música electrónica. No va más. Ya no caben más apuestas. Todo el pescado está vendido. Si miras atrás continuaré sumergida en el infierno. En mitad de la huida, tu cuello se gira de manera involuntaria, convirtiéndote en piedra durante π segundos. Mi mirada camaleónica fotografía la doliente estatua que decora las fronteras de la pista de baile, mientras mis oídos se calientan con el aliento de la serpiente que esta noche desea morderme algo más que los tobillos. El hombre que sigue los dictados de su cerebro es el más irracional de todos los animales del planeta. Todo se rompió al escuchar tu voz, pero tú pensaste que lo que denotaba el temblor de mis pestañas era desprecio, en lugar de miedo. Miedo de haber encontrado la lira capaz de domesticar todas las fieras que llevo dentro, miedo a sentirte cerca estando lejos y a que colonizaras todos y cada uno de mis sueños. Nadie fue consciente del desastre, ni siquiera tú, porque nadie lee la tinta invisible que rellena el espacio en blanco que queda entre las negras letras de esta gris existencia. Cuando la beses por la espalda no sospechará que es para no ver que su cara no es la mía, porque todos piensan que la mayor parte de nuestros actos son casuales y vienen determinados por las circunstancias exteriores, sin darse cuenta de que quien camina a la deriva llegará a casa en cuanto cierre los ojos y deje de tratar de orientarse. Perdona las metáforas. Ni tú eres Orfeo ni yo soy Eurídice, ni es Hades el responsable de la distancia que esta noche nos separa.
Blog en el que buceo en universos paralelos distantes y distintos encerrados en el centro de un protón del núcleo del átomo de mi existencia.
viernes, 28 de febrero de 2014
jueves, 27 de febrero de 2014
El club de los poetas muertos
Un poeta muerto me susurra al oído las metáforas de lluvia que no tuvo tiempo de escribir. Yo las transcribo sin darme cuenta de que, poco a poco, van envenenando mis arterias, obstruyendo todos mis vasos sanguíneos, inflamando hasta la más estrecha de mis venas. A él también le pasó y terminó acostándose sobre los raíles de un tren que no supo parar a tiempo. Para no acabar como él me alejo de los hierros que me imantan con sus voces seductoras y me sumerjo en las aguas de un mar sin sal, en el que es imposible flotar. Cambio mis piernas por una cola cuajada de escamas plateadas y trueco mis pulmones por branquias de rana. La poesía acuática sólo se puede soportar en la profundidad más abisal. Ahora puedo respirar. Ya no hay lágrimas que derramar, ni tierra firme que añorar.
lunes, 24 de febrero de 2014
Anuncios lunáticos (IX)
Hedonista nihilista busca racionalista positivista capaz de demostrar empíricamente qué es mejor, si la futilidad de un instante de placer o la gravedad de 90 años de vida ascética.
domingo, 23 de febrero de 2014
Canibalismos (III)
El epicentro del amor está situado en el ático del estambre más alto de la rosa más lasciva. Destrúyeme. Redúceme a la nada. Escarba entre la arena de las dunas que flanquean las orillas de mi esternón. Desentierra los huesos de mis costillas. Róelos, como un perro hambriento al que nadie sirve ni un gramo de Friskies, como una hiena sin escrúpulos que se alimenta de cadáveres a medio descomponer, como un "gusano zombi" que devora con ansia el esqueleto de una ballena que se pudre en el fondo del mar. Dota de literalidad al agujero que ahora siento abierto en el medio de mi pecho. Vacíame. Aniquílame. Olvídame. Deja que otros carroñeros terminen de masticar mis restos. Hay partes de mí que nunca fuiste capaz de digerir. También a mí se me atragantaron algunas de tus palabras. No tenía que ser así, pero lo es y no merece la pena seguir tratando de cambiar aquello que, por definición, es inmutable. Escucha los susurros que el viento arranca a las hojas cenicientas de los árboles que sobrevivieron al incendio. Hablan de ti y de mí, de lo que una vez fuimos, de lo que ya no somos y de lo que jamás volveremos a ser, de altares vetones confundidos con sillas reales, de la sangre sacrificada en honor del dios de la guerra, del granito teñido de granate, de mis lágrimas desperdiciadas tratando de convertir en fértil un suelo que siempre será yermo, de nuestras uñas entrelazadas antes de que el hacha ritual separe para siempre nuestras vidas. Sólo te pido que seas tú el verdugo, que acabes aquello que empezaste, que evites que mi carne sea ofrecida al cielo, porque mi carne es sólo tuya, aunque otros hayan mancillado su envoltorio.
martes, 18 de febrero de 2014
Cadáveres (VIII)
No sabes los días que han pasado, las noches que he llorado, los rosarios que he rezado. No sospechas la violencia con la que he odiado, los panfletos apuñalados, las veces que he muerto jugando al ahorcado. No recuerdas el olor a podrido del pescado, las esquinas habitadas por mendigos congelados, los niños vestidos y, al mismo tiempo, desharrapados. Sueñas con un paraíso que hace tiempo que no existe, mientras follas con valquirias que se tiñen hasta los pelos del coño. Dices que volverás a la madre patria, que morirás en la tierra que te vio nacer, que aquí se está mejor, aunque nunca se esté bien. Hazlo. Deja que estos millones de gusanos devoren hasta la última célula de tus pálidas manos. Yo prefiero exhalar lejos mi último aliento. Podrán profanar mi cuerpo, pero mi cadáver será eterno.
lunes, 17 de febrero de 2014
Dragones, pulgas, microbios
Los dragones viven en cuevas decoradas con princesas encadenadas y escupen fuego como felpudo de bienvenida a quienes se atreven a adentrarse en sus dominios. Pero tú, ni princesa ni caballero, no tienes miedo de acercarte hasta la boca del lobo, porque ¿acaso una pulga corre riesgo de morir entre las garras de un monstruo? ¿Es que puede aprehenderse aquello que no se ve? ¿Y exterminar aquello de cuya existencia no se tiene conciencia? Y, sin embargo, ¡cuán cierta es la posibilidad contraria! Pero el gigantesco reptil no huele el peligro mortal que sobrevuela sus escamas, mientras hurga entre sus dientes con los huesos de sus víctimas y eructa satisfecho, tras el suculento tentempié de medianoche. Sonríes. Las pulgas no pueden matar dragones, pero sí ver a los microbios que segarán su vida para siempre.
sábado, 15 de febrero de 2014
La verdad sólo se escribe entre paréntesis
He perdido el Norte (si es que lo tuve alguna vez). Lo sé (las pruebas resultan demasiado contundentes), pero no puedo (tal vez no quiera) hacer nada por evitarlo (tampoco por disimularlo). Necesito verte (olerte), hablar contigo (escuchar tu voz), decirte todo (o, al menos, una parte de) lo que siento. Por eso te llamo de madrugada (a sabiendas de que la estoy cagando) con la excusa más barata (absurda) que puede comprarse (inventarse) a esas horas (intempestivas). Me arrepiento (¿qué coño estoy haciendo?) en cuanto oigo tu hastiado (¿por qué coño no me dejas en paz?) y somnoliento (¿crees que son horas para llamar?) ¿Sí? Certificado el craso error (¿de verdad crees que puedes conquistar a alguien sacándolo del quinto sueño?), se me olvida el pretexto (demasiado endeble para ser recordado) y sólo acierto a disparar (tartamudear) un inconsistente (completamente idiota) Perdona, me he equivocado de número (más bien de nombre). Cuelgo (en el colmo de la mala educación) y me doy cuenta (¿cómo no lo he pensado antes?) de que es muy posible (enormemente probable) que no estuvieras dormido (sin compañía). La sospecha (convertida en certeza por los celos) me obliga (me incita) a repetir la llamada (¿he dicho ya que he perdido el Norte?). Cabreado (¿pero qué cojones pasa contigo?) me espetas (escupes) ¿Te has vuelto a equivocar o quieres algo? (ambos sabemos que no haces nada por error, así que ¿por qué no dices qué coño quieres realmente?). Sin saber qué contestar (¡mierda!) opto por callar (ser cobarde) y cuelgo sin abrir la boca (con miedo a que se me escape la verdad). Mil (absurdas) ideas contradictorias se agolpan en mi (caótica) mente. Esta vez (gracias a Dios) tú eres quien llama (otorgándome una salida digna). ¿Estás bien? Sí (No), sólo estoy borracha (perdida) y (cediendo a mis instintos más básicos e ilógicos) me he hecho un lío con el móvil (más bien, con mi vida). ¿Estás solo? (¡Mierda! ¿Cómo lo he podido soltar?). No creo que sea de tu incumbencia (¿te jode pensar que pudiera no estarlo?). Cierto, era sólo por si te apetecía tomar una última copa (antes de follarnos como posesos hasta el amanecer). Mejor llámame cuando no estés borracha (y/o estés dispuesta a confesar la verdad) y hablamos tranquilamente (considerando en serio la posibilidad de follarnos como posesos hasta el amanecer). Antes de darme opción a replicar (con una nueva mentira) cuelgas (vengándote de aquella vez en que fui yo la que te dejé con las ganas). Una rabia (odio) incontenible (y atávica) recorre todo mi cuerpo (y agita mi alma), encaminando mis pasos (he perdido el Norte, he perdido el Norte, he perdido el Norte) hacia tu casa (el punto de no retorno). Una vez allí (epicentro del desastre) llamo al timbre con insistencia (como una posesa que no folla hasta el amanecer). Nadie (tú no) contesta(s). Cinco minutos después (puede que más), no tengo más remedio que aceptar (con lágrimas en los ojos) que no estás en casa (sino en casa de otra), lo que me otorga la gran (maldita) oportunidad de alejarme del escenario del crimen (donde mi amor propio fue cosido a puñaladas) antes de que regreses (mañana almediodía, bien follado por otra y desayunado) y constates que he perdido completamente el Norte (si es que lo tuve alguna vez). Pero no puedo hacerlo (si pudiera significaría que no he perdido completamente el Norte) y me quedo allí plantada (más bien, lloriqueando, sentada en el escalón de tu portal) sin entender (querer aceptar) que te quiero (estoy obsesionada contigo), que siempre te quise (desde hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo) y siempre te querré (no sé cuándo terminará todo esto). Pero tú no regresas (antes de que me canse de esperarte) y vuelvo a llamarte (es lo que hacen aquellos que han perdido el Norte). Salta tu buzón de voz (que probablemente conectaste para protegerte de mí) y, sin saber por qué (porque he perdido el Norte, ya te lo he dicho), espero a oír la señal (la campana que anuncia mi inminente ejecución). Tras unos segundos de (interminable) silencio, digo Espero que seas feliz (mejor, inmensamente infeliz) con ella. Después (de todo este desastre) vuelvo a casa (lentamente), fantaseando (con la vana esperanza) aún de encontrarte (esperándome) en mi portal (como un perro abandonado que continúa siendo fiel al dueño que lo desechó de su vida). Pero allí no hay nadie (tú no has perdido el Norte) y no tengo más remedio que aceptar (digerir) que esta noche (y las del resto de mi vida) no dormirás (follarás) conmigo (sino con otra). (La verdad sólo se escribe entre paréntesis que nunca me atrevo a leer en voz alta). Habría sido fácil (eso era lo que me daba más miedo), pero ya no hay forma de volver atrás (ni de conseguir que perdones mi cobardía). Dos (o tres) días después, recibo tu (cruel) sms. Gracias (me alegro de que te joda que esté con otra). Espero que tú (jamás) encuentres a alguien. (Y el consuelo de que aún me quieras-odies borra el dolor de haberte perdido para siempre).
viernes, 14 de febrero de 2014
Imposibilidades (X)
No se me dan bien las declaraciones de amor, por eso nunca las hago. Prefiero que creas que te odio a que sepas que se me derriten el corazón y las entrañas cada vez que te aproximas (a veces, también cuando estás lejos). Yo, que siempre me reí de Bécquer, entiendo ahora sus palabras. "Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado. Hoy creo en Dios", "Por una mirada, un mundo. Por una sonrisa, un cielo. Por un beso... yo no sé qué te diera por un beso" y tantas y tantas otras rimas que ponderan el valor de una mirada. Sí, Gustavo Adolfo tenía razón. Hay ojos omnipotentes, capaces de mover montañas y vencer ejércitos, de derribar murallas y resucitar muertos. Puede que los tuyos no pertenezcan a tan poderosa especie; pero, cuando tú me miras, todo lo demás carece de sentido. Y, aún así, tienes algo más turbador que tu mirada y es esa sonrisa de niño travieso de seis años, justo después de cometer su última trastada. Eso es lo que acabará conmigo. Esa ligera elevación de tus comisuras y simultáneo achinamiento de unos ojos más brillantes que nunca. Y, sin embargo, tú no lo sabes. No tienes ni idea de que cuando te vuelvo la cara es para no quedar petrificada, hipnotizada por esos labios que se curvan tan lejos de los míos, idiotizada por unos ojos que ni Bécquer habría sabido loar adecuadamente, herida de muerte por la espada de la imposibilidad de un amor más imaginado que real.
jueves, 13 de febrero de 2014
Cadáveres (VII)
Deja que reviente, que se desparrame todo el pus enquistado y luego la sangre envenenada, sucia y espesa, hedionda e infecta. Esparce por el mundo todo eso que te mata lentamente, que ralentiza los latidos de tu corazón, que paraliza poco a poco tus pulmones, que colapsa tu aparato digestivo y desgarra tu fina piel. Contágiales tu enfermedad y contempla su agónico fallecimiento. Tú también morirás, pero al menos habrá más cadáveres con los que rellenar el enorme abismo de tu tumba.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Maratón
Se desplomó a dos zancadas de la meta. Mientras su infartado cuerpo exhalaba su último aliento, los dedos de su mano derecha se estiraron hasta traspasar la línea que le separaba de la victoria. Un sonrisa autosuficiente se dibujó en el rostro de su cadáver prematuro. Morir es más fácil, cuando has conseguido tu único objetivo.
sábado, 8 de febrero de 2014
Polvo (I)
Hay polvo en el viento y viento en el polvo. A la luz de la hoguera, la noche parece más sombría. Ya no te quiero. En realidad, nunca te quise. Sólo fuiste un juego y, terminada la partida, evaporada toda posibilidad de victoria, únicamente deseo esconder las piezas del tablero, ignorando el jaque mate que obligó al Rey a besar los cuadros de este suelo. Blanco más negro no siempre implica gris. Cada día resulta más difícil sonreír. Cuento con los dedos de una mano los segundos que restan para que termine esta función y ambos seamos sepultados por el cruel telón que pone fin a todas las tragedias (también a las comedias). Duele reconocer la equivocación, pero escuece aún más el único acierto. Me miras, creyendo que todo tiene solución, menos la muerte, pero no es cierto. La muerte es lo único que puede arreglarse. Volver a nacer es fácil. Lo difícil es caminar hacia la tumba. Por encima de nosotros, constelaciones cuyo nombre desconozco tratan de otorgar algo de belleza a este prosaico momento. Me levanto sin pedir permiso y me alejo sin tropezar con las raíces que se niegan a habitar bajo tierra. Estoy acostumbrada a sortear obstáculos. También a hacer oídos sordos a los sonidos que me perturban. Dicen que el animal al que más teme el lobo es el hombre. Acordándome de Plauto y de Hobbes trato de convencerme de que tú eres la única bestia de la que debería preocuparme; pero tú no sabes atacar, nunca quisiste aprender a morder, mucho menos a arañar o estrangular. Y yo que, por más que lo intento, no sé hacer otra cosa, sigo sin comprender por qué accedí a que me domesticaras. Hay polvo en el viento y viento en el polvo y yo toso los huracanes que bloquean el comienzo de mi tráquea y, por más que me resista, soy arrastrada por los aires, más allá del dominio de las águilas, que ahora duermen mansamente en las cumbres de estos picos que recortan mi silueta. Mi sombra de papel es liberada del grillete de mis pies. Creo que corre a advertirte del peligro. Pobre ilusa. No se da cuenta de que, por mucho que alces la vista, tu mirada nunca acertará con la diana.
miércoles, 5 de febrero de 2014
Envolvente (III)
Contemplo el teléfono, pero no suena. Mis dedos dibujan sobre la mesa los trazos que componen las letras de tu nombre. No debería ser así. Tú no eres Él, pero la angustia de no tenerte es la misma. Compruebo el buzón de entrada de mi correo electrónico. Nada. Al menos, nada que tenga que ver contigo. Durante el resto de la tarde, lo actualizo de manera sistemática cada dos minutos. Es una forma de perder el tiempo tan estúpida como otra cualquiera. Quisiera saber lo que me espera tras las esquinas de esta noche, que se avecina más insomne que nunca. Tu sombra es sólo la sombra de la sombra de su recuerdo. El abismo bajo mis pies sigue siendo igual de inmenso. El vacío revolotea a mi alrededor y me abraza por la espalda. Extirparte y extirparle sin bisturí ni otro tipo de instrumento quirúrgico resulta casi tan imposible como creer que mañana será mejor que hoy. Mi inamovible fe en la omnipotencia del Desastre no me permite cerrar los ojos y avanzar guiada por el perro lazarillo de la Providencia. Creer o no creer no es lo que importa. La única diferencia entre ellos y yo es el dolor que me provoca esta apnea, de la que ellos ni siquiera son conscientes. Dicen que la única forma de exorcizar a los demonios es hablar de ellos, pero no se dan cuenta de que, al hablar, otorgamos entidad a cosas que, de otra manera, carecerían hasta de nombre o, al menos, de forma y descripción. Y de madrugada confundo su nombre con el tuyo y mezclo vuestras caras y vuestros cuerpos, creando un Golem aterrador, que amenaza con devorar hasta la última migaja del sudor que humedece mi colchón enfebrecido. No son suspiros los sonidos que abandonan mi garganta, sólo los crujidos de los huesos de los muertos que comienzan a resucitar en mis entrañas.
lunes, 3 de febrero de 2014
Los lunes
Los lunes son tristes y sombríos, perezosos y llenos de hastío. Los lunes ocultan un tesoro escondido, plastifican el deseo y congelan el azul del cielo. Odio los lunes. I hate Mondays y como se diga en el resto de idiomas que me son ininteligibles, especialmente en alemán, porque el alemán es la lengua del odio y el resentimiento, un idioma asesino y cruel, que incluso cuando dice te quiero parece que te va a morder. Los lunes debería quedarme en casa, anidada en mi almohada, momificada entre mis sábanas; pero, al final, siempre me levanto y camino hasta el horno crematorio, renunciando a la anestesia de la cámara de gas. La gente prefiere no darse cuenta de que los están matando, rechazan el dolor sin ser conscientes de que el sufrimiento es lo único que puede salvarnos. En eso consiste el infierno; pero, cuando mueren, todos creen que irán al cielo. Pocos son los que tienen fe en el demonio. Por eso nadie lucha contra el mal, porque el mal no existe, es sólo un cuento de hadas (o de brujas). Yo me quemo sin analgésicos, contemplo mi piel carbonizada desprendiéndose de mis huesos y lloro, lloro porque duele y porque es triste perderse a uno mismo; pero, sobre todo, lloro por todos los que se consumen a mi alrededor, sin saber que están cayendo los últimos granos del reloj de arena de sus vidas. No puedo más. No aguanto más. Duele. Duele tanto que ya no puedo respirar. Necesito salir de aquí, de esta barbacoa de churrascos humanos que, engañados, piensan que se están tostando al sol, adquiriendo un estético y saludable bronceado, orgullosos de la belleza de sus morenos cadáveres. Sí, tengo que salir de aquí, escapar del cementerio, huir, no para no morir, sino para no fallecer igual que el resto. Pero hoy es lunes, hoy me falta la fuerza que necesito para hacerlo. Me la robó la mujer de ojos de serpiente y lengua de lagarto. Podría buscarla. Podría encontrarla. Sé dónde está. En uno de los 100 cajones de su escritorio de oro, debajo de la pluma del fénix cuyas cenizas esparció para evitar que renaciera. La serpiente-lagarto hipnotiza mi miedo y petrifica mi voluntad, reconduciéndome a la olla a presión en la que hierven las ovejas recién esquiladas. Yo también me cuezo a fuego lento. No escapo. No te busco. No te rescato. Sus ojos bífidos me han mostrado mi futuro. Mejor morir así, ir a lo seguro. Ese otro dolor resulta demasiado oscuro. Ahora comprendo por qué permaneces oculto. Pero oigo tu voz y termina de hundirse el mundo. Aunque cierro los oídos, escucho. Tus palabras se insertaron en los pliegues de mi masa gris y, por mucho que me resista, las tendré que oír. Son gritos que dividen el infierno en haces de luz. Son susurros que pesan sobre mis hombros como una cruz. Aún no ataco, pero ya me defiendo. Cuando des la señal y empiece el combate aplastaré los cráneos de todos los reptiles, sin importarme el riesgo de morir intoxicada por el veneno de sus dientes.
domingo, 2 de febrero de 2014
Mujer-Tortuga
Mujer-Tortuga, lenta, pero segura, camina en la negrura de la selva más oscura. Es la misma Mujer-Tortuga que ayer se acurrucaba en la espesura, oculta y asustada, totalmente paralizada, como si estuviera mutilada. Y, sin embargo, hoy no es la misma Mujer-Tortuga. Ya no se esconde dentro de su caparazón en cuanto tiene la menor ocasión. Ahora sólo camina y camina y camina. No hay nada que la detenga. Quiere ver la luz que hay al final del interminable negro de este bosque, pero Alemania queda lejos y no son animales los monstruos que planean convertirla en sopa. Pobres ingenuos. Piensan que pueden atrapar a una Mujer-Tortuga. No se dan cuenta de que es demasiado lenta para ellos. Una nueva Casiopea que, sin embargo, no quiere vislumbrar el futuro. Por eso camina a oscuras, con los ojos cerrados y bien apretados. Pobre Mujer-Tortuga. No sabe que el destino será el único que la alcance.
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