martes, 19 de febrero de 2013

Agnieszka

Es un ser andrógino. Una de de esas mujeres a las que les gustaría haber nacido hombres y que no tienen miedo de ocultar la insatisfacción de su deseo. Pelo corto y engominado hacia atrás. Maquillaje estratégicamente aplicado para disimular cualquier signo de feminidad. Camisa de cuadros. Vaqueros rectos. Zapatos negros de cordones, planos y relucientes. Un redondo reloj de cuarzo desborda su minúscula muñeca. Los pendientes, cadenas y pulseras fueron hace tiempo desterrados del roce de su cuerpo. No, Agnieszka no cree en el destino. Si lo hiciera jamás habría osado moldearse a sí misma a la imagen y semejanza del yo que anida en su cabeza. Tampoco pediría siete chupitos de Żubrówka en menos de una hora ni susurraría al oído de unas piernas más largas que la Ruta 66 las excelencias amatorias de una polla que no tiene por innecesaria. Su lengua y sus dedos le bastan para que ninguna heterosexual olvide su cara. Ante la falta de carne fresca digna de mención, abandona el bar y vuelve a casa. No sirve para esperar sentada. Su novia ya está acostada. La despierta con un beso mitad cálido, mitad fresco. Esta noche es a ella a quien hará gritar de madrugada. La infidelidad queda aplazada para mañana.

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