lunes, 15 de diciembre de 2014

El olor de las cloacas

Saber que todo es nada y que la nada es un gigante que nos aplasta contra el suelo. Certificar que el olor de las cloacas es la única colonia que perdura sobre nuestra piel tras 24 horas de sangre, sudor y lágrimas. Buscar tu mano y encontrar sus garras, tratando de arañar las almas de aquéllos que aún conservan algo de esperanza. Chocar contra el plomo de un cielo encapotado de desgracias y escuchar el grito del cristal de nuestras cabezas, dinamitadas en mil millones de diminutas partículas de vidrio. Nuestros pedazos no hieren a los verdugos, pero escuecen a los espectadores del auto de fe, que, aún así, permanecen inmóviles. Todavía piensas que se puede salir de la ratonera, pero sus pasadizos son interminables. Fue bonito mientras duró el engaño, pero cada vez resulta más evidente que las migas de pan nos obligan a correr en círculos. La única forma de escapar es parar, dejar de buscar, cerrar los ojos, contener la náusea y esperar a que el tiempo horade un agujero que nadie sea capaz de distinguir con los párpados abiertos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Diciembre (I)

Hace frío y no quiero caminar bajo la escarcha, sentir que el mundo es nieve, endurecerme en contacto con el hielo. Pero se abre la puerta y penetra la ventisca, tiñendo de blanco mis desiertos, gangrenando los dedos de mis pies, poblando mis venas de pingüinos. Necesito que insufles fuego en mis pulmones, que tu aliento derrita las estalactitas de mis labios, que el vapor de tus lágrimas caldee mis rincones más helados. Pero tú no quieres envolverme en tus abrazos, que tus manos descongelen mi piel de porcelana, que la fuerza de tu deseo abrase mi gélida boca. Tú sólo quieres contemplarme en la distancia, dibujar los copos que se adhieren a mis pestañas, describir el azul violáceo que se apodera de mi agónico cuerpo, abandonado a su suerte en lo más profundo de Siberia. Mi muerte te parece hermosa y, una vez más, sólo puedo coincidir contigo.
 

martes, 9 de diciembre de 2014

Naufragios (V)

Sólo somos dos cobardes que esperan sentados a que el destino libre las batallas que no nos atrevemos a afrontar. El tiempo pasa y tú no impides que me aleje un poco más. Caemos en picado y yo no evito que te agarres a los clavos ardiendo de la pared de espino. Estrellas pertenecientes a constelaciones cuyo nombre no somos capaces de adivinar trazan caminos que no tenemos valor para seguir. Antes de amanecer, todo está en calma. Sólo nuestros sueños abortados revuelven las sábanas de dos camas separadas por kilómetros de más de mil metros. Somos dos náufragos a la deriva que huyen de su tabla de salvación. Las algas se enredan en mis piernas, en mi pubis, en mis muñecas, arrastrándome hacia un fondo lleno de cortantes abismos de coral. Tú descansas sobre las escamas del resbaladizo regazo de la última sirena varada en tus caderas. Cada vez que tratamos de respirar algo de oxígeno, una bocanada de agua encharca nuestros pulmones. Me hundo en el mar de mi propia sangre, mientras añoro tus oscuras pupilas de gris cobalto, que siempre dijeron lo que los dos callamos. Tú flotas en la espuma de mis versos, que siempre callan lo que nunca nos diremos.

lunes, 1 de diciembre de 2014

El piano

Regresó el silencio, sumiendo nuestros días en un cenagoso homicidio cotidiano, abortando verdades reconfortantes, ahorcando excusas reveladoras. Las palabras son cadáveres que se hunden en el barro, fetos tirados a la basura, balanceantes muñecos de trapo que cuelgan del techo de nuestro dormitorio. Fingimos que ninguno de los dos es consciente de lo que está ocurriendo. Volvemos la vista hacia otro lado, esquivando un cruce de miradas que dejaría al descubierto todo aquello que está oculto. Nuestras bocas son estatuas de granito, tan inmóviles como carentes de voluntad. Las paredes contemplan el pétreo paisaje que circunda nuestras almas y, meneando la cabeza, también callan. Quisiera volver a paladear el sincero sonido de tu auténtica voz, antes de precipitarnos ladera abajo, hasta el valle donde habitan las innumerables parejas que ya no tienen nada que decirse; pero tu lengua congelada en el medio de la fría caverna de tu boca es el iceberg contra el que naufrago cada vez que intento reconstruir los cimientos de nuestra historia escarchada. ¿Y yo? ¿Cuánto hace que me convertí en muda?
 

jueves, 27 de noviembre de 2014

Nocturno (VI)

La luna que resplandece en tus pupilas es la misma que pestañea entre mis párpados. La noche huele a metáfora granulada con estrellas fugaces. Los caminos que acortan la distancia que ahora separa nuestros cuerpos se evaporarán al llegar al alba. Corre. Volemos como murciélagos desbocados. Dejemos que nuestros gritos reboten en las paredes de sus jaulas. Quebremos el cristal de la urna bajo la que se marchitan las rosas más salvajes. Deslicemos nuestras lenguas entre los barrotes que aprisionan nuestros labios. Cantemos. Bailemos en la oscuridad, como Björk, como las hadas que nacieron en las tinieblas que envuelven el corazón. Entre el primer y séptimo latido duermen los secretos que me atan a tu voz.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Satélites (I)

Somos dos satélites que orbitan en torno al mismo planeta. Nuestras trayectorias se cruzan una y otra vez, sin nunca llegar a tocarse. Eres una imagen borrosa, suspendida en el extremo más occidental de mi ojo izquierdo, y yo una fotografía excesivamente pixelada, que eliminaste por falta de definición. Nos intuimos, sin lograr vernos. Tenemos fe en la existencia del otro, a pesar de la falta de pruebas empíricas que demuestren nuestra corporeidad. Y seguimos girando, acelerando la velocidad de nuestro movimiento traslativo, tratando de modificar las leyes del universo, intentando escapar del corsé al que nos encadena la astronomía, creyendo que aún es posible que se estrellen nuestros cuerpos. Quizá la oscuridad del próximo eclipse pueda finalmente amparar la deseada e improbable colisión.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Cadáveres (XI)

Llueve y las gotas son puñales desdentados que rasgan la piel de los que se atrevieron a salir de casa sin llevar paraguas. Intento no mirar la masacre de los más desprotegidos, pero mis pies chapotean en la sangre de sus charcos. Todo es húmedo y frío e inhumano, un terrorífico paisaje apocalíptico, que estrangula con alambre de espino los globos oculares de los espectadores más sensibles. Quiero correr, huir de la escena del crimen, pero para ello debería soltar mi paraguas, arriesgándome a acabar yo también empapada de sangre, sudor y muerte. Por eso permanezco quieta, escuchando el monótono martilleo del agua al golpear las pieles amoratadas. Las lágrimas aporrean las compuertas, pero yo refuerzo la cerradura con excusas en las que ni yo misma tengo fe. Cierro los ojos y un grito de lava se abre paso a través de mi garganta. El día acaba y la noche extiende sobre nosotros sus tentáculos de anguila. La lluvia continúa cayendo, sembrando de cadáveres las calles de la ciudad dormida.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Cadáveres (X)

Ya no siento ningún orgullo patrio. Escucho el himno de España como quien oye una sintonía publicitaria. No celebré las Eurocopas. Tampoco fui a Cibeles a brindar por el Mundial. De hecho, me fastidió que la canción de La Habitación Roja dejara de hacer honor a su nombre. Debería aprender alemán o chino o sueco. Cualquier idioma que me facilite una emigración con la que sueño cada noche. Volar como las cigüeñas, pero al revés, huyendo del calor, sumergiéndome en el frío. Escandinavia. Otra vez los de L'Eliana. Quien pueda entender, que entienda. Quien no sepa ver, que lea entre las líneas de las nubes más oscuras. Si no grito, no es por falta de ganas. Es que no tengo suficiente saliva para denunciar todas las mentiras que susurran las esquinas. Rememorando a Unamuno, diría que me duele España, pero España ya sólo existe en los eventos deportivos.
 

sábado, 8 de noviembre de 2014

El deseo es una planta carnívora

El deseo es una planta carnívora que devora los insectos de la razón, horadando huecos en los cuerpos que sólo ansían permanecer unidos, licuando la carne en ríos de lava enfebrecida, que calcinan la tierra que osa interponerse en su camino. Ya no me quedan motivos para no sumergirme en el nocivo aliento de la gruta de tus labios. Ya no puedes inventar excusas para no recorrer los untuosos peldaños de mi columna vertebral. Descendamos juntos a los infiernos de los que Orfeo no logró rescatar a Eurídice. Perezcamos carcomidos por las llamas y, reducidos a cenizas, contemplemos el lento ascenso de nuestra alma evaporada, dos mitades que vuelven a convertirse en unidad en las capas superiores de la atmósfera. Poco importan las consecuencias de nuestros actos. El deseo es una planta carnívora que ha devorado todos los insectos de la razón, horadando huecos en las neuronas que nunca llegaron a nacer, imprimiendo imágenes que jamás alcanzaremos a ver. No me pidas que me calle. No detengas mi lengua en carne viva. No refrenes tus manos clandestinas. No dejes que se pudran los esquejes que plantamos en el alféizar de la noche más oscura. Nuestros pies tantean el borde del precipicio y, asustados, resbalan sobre la grava. Dejarnos caer sería tan absurdo como tratar de sujetarnos a las aristas de las rocas. No hay salida. Tampoco entrada. No es la primera vez que pisamos en falso, ni la última que se quiebran nuestras rodillas al golpearse contra el suelo. El agua corre bajo la tierra, siempre huyendo del comienzo de su vida. Dos lágrimas se escurren entre mis apretados párpados. Yo sólo quiero enterrarte entre las cañas de mi barro y que tú arranques los juncos que circundan mis marismas, pero nos hundimos en océanos extraños de los que nadie será capaz de rescatarnos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Génesis (II)

La serpiente sonríe con bífida satisfacción, convertida en brazalete de la incauta, siempre dispuesta a clavar sus colmillos en las curiosas venas de las niñas desobedientes. Todos admiran la plata de la joya, sin ser conscientes del monstruo que se camufla bajo el brillo. Quisieras gritar, tratar de que no ocurra, pero la sangre se derrama sin que la víctima sea consciente de la herida. El horror obtura tu garganta, mientras el reptil enrosca su triunfo en las caderas que alumbrarán nuestras miserias.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Naufragios (IV)

Tú tan lejos y yo tan cerca del desastre. Millones de luces titilan sobre la espuma de esta tarde moribunda. El último rayo de sol corta las cadenas de los monstruos, desatando la ira de la noche más sombría. Ruge el avión que te transporta por encima de las nubes. Los paneles del aeropuerto no se apiadan de mis manos, entrelazadas en una oración que nadie escucha. Un no te vayas convertido en telegrama. Cinco adioses tatuados en los labios. Un amor sin salvavidas zozobra en un océano sin nombre. Las sirenas ya no cantan ni recogen náufragos suicidas. Un estómago sin el confort de la Biodramina vomita en medio del Atlántico un no me dejes a mi suerte. Las velas se rasgan las vestiduras al ver tu sombra reflejada en la cresta de las olas. Tus promesas incumplidas su hunden como piedras en el fango de mi iris. Sólo tu voz permanece incólume. El resto de tu recuerdo es un cadáver devorado por los peces del olvido.

martes, 14 de octubre de 2014

Génesis (I)

Una manzana nos trajo hasta aquí o, mejor dicho, el deseo de una manzana. Algo tan simple y, a la vez, tan complicado como eso.

lunes, 13 de octubre de 2014

Tormentas (VI)

Cae la tarde y yo con ella, como un cometa herido por el rayo, fragmentado en mil partículas de luz que se extinguirán antes de rozar el suelo. Puñales de lluvia golpean el cristal de la ventana de mi cuarto. Las sombras me tienden una emboscada, me despojan de todas mis pertenencias, dejándome tirada sobre un lecho de mármol, desnuda y aterida de frío, herida en lo más profundo de mi ser. Truenos. Truenos y centellas depositan un sabor eléctrico en la punta de mi lengua. Yo ya no quiero seguir luchando. Yo ya no quiero seguir llorando. Yo ya no quiero seguir gritando. El eco de las enfurecidas nubes retumba en el centro de mi pecho, mientras se aleja poco a poco la ira de este cielo apocalíptico. Me arrastro a tientas hasta alcanzar el abrigo de la alfombra del salón, pero las chimeneas no se encienden solas. Necesito solidificar las dudas, que se evapore el agua, cincelando todas las estatuas de esta galería de fantasmas, que hasta el miedo adquiera forma. Pero las lágrimas continúan suicidándose a través de las goteras del techo y el moho trepa por las paredes de mis costados, toda mi vida convertida en charco. Colin y Chloé ondulan en la superficie, pero nuestro amor sólo es la espuma del vómito de un perro rabioso.

jueves, 9 de octubre de 2014

Monstruos (V)

Tus garras tratan de atraparme, pero, como el agua, me escurro entre tus zarpas. Hasta ayer. Ayer lograste arañar mi piel, rasgar mi carne, derramar mi sangre. No fue una herida mortal. No podía serlo. Hay muchas más probabilidades de que yo acabe contigo que de que tú termines conmigo. Tres surcos abiertos laceran mi espalda. Un reguero rojo subraya mi huida. Siempre corro más que tú, porque tú no tienes piernas, tú eres un monstruo sin extremidades inferiores que, para caminar, necesita apoyarse en súbditos ciegos y mudos, siempre dispuestos a dejarse aplastar por el peso de tu mastodóntica necedad y exacerbada soberbia. Tus fauces abiertas muerden el aire que agito al alejarme de tu esfera de poder. No me asustan los monstruos. Sé de lo que son capaces y también de lo que no. Se alimentan del miedo de los que no creen en la magia de las hadas, pero yo sé que una casa de Kansas puede aplastar a la bruja más malvada y que un hacha basta para que un siervo corte sus propias cadenas. Ruges en la distancia, mientras tus esclavos caminan en la dirección equivocada. Si ignoran la forma de escapar de ti no pueden conocer la manera de llegar a mí.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Ofelia

Debajo del agua se diluyen las formas, las palabras se convierten en burbujas y la piel que recubre nuestros huesos se apergamina, a la vez que ondula el deseo. Cierro los ojos. Trato de descifrar el amortiguado sonido del mundo que flota en la superficie, siempre por encima de mi cabeza, tan inalcanzable como inaprehensible. Abro los ojos y cuento hasta tres. Los latidos de mi corazón retumban ante la falta de oxígeno. No quiero volver. No puedo volver. Dejad que se arruguen mis labios y se ahogue mi orgullo. Dijiste que no sabías y yo que te creía. Todos los focos están encendidos, pero la luz no alcanza el fondo de la piscina.

lunes, 6 de octubre de 2014

De dioses y tumbas

La primera crisis deslizó a un lado la tapa del ataúd que custodiaba el cadáver de Pandora. La segunda crisis evaporó el olor a muerto, provocando náuseas a tu alrededor. La tercera crisis te convertirá en cazadora de gusanos carroñeros. Nunca conseguirás exterminar su especie, pero cada trofeo que te cobres aumentará las posibilidades de que tus palabras permanezcan incorruptas por los siglos de los siglos, amén. La eternidad es sólo la esperanza de que perdure el dolor de nuestra ausencia y el consuelo de la belleza de nuestras mejores imágenes lomográficas. Aunque no nos demos cuenta, las letras que bailan sobre nuestra tumba están torcidas y ninguna oración será capaz de enderezarlas.

martes, 23 de septiembre de 2014

El caballero

Christian supo que todo estaba perdido al ver la cabeza de Nikolaj rodando por el suelo. Podía haber seguido luchando un poco más, robarles la vida a unos cuantos de sus enemigos, antes de vender cara la suya; pero se detuvo en seco, miró a su alrededor y comprendió que no merecía la pena, que valoraba demasiado su existencia como para sacrificarla a cambio de un puñado de cadáveres a los que no podía odiar, por resultarle completa y absolutamente anónimos.
 
Decidido a no perder un tiempo más precioso que nunca, espoleó con fuerza a su caballo, alejándose a gran velocidad de la explanada bañada de sangre y abonada con las vísceras de los caídos. No miró atrás, simplemente continuó cabalgando hacia el ocaso, sumergiéndose en la incipiente noche, cuyas sombras le ayudarían a ocultar su cobardía. Los caballeros que tratan de escapar de la muerte violenta a la que los aboca su destino pierden su honorable condición, convertidos en ratas portadoras de la peste, de las que todos se alejan despavoridos, por miedo a ser contagiados de tan terrible enfermedad, casi siempre mortal.
 
Lo que la mayoría de las personas no comprenden es que, a veces, se necesita mucho más valor para huir que para quedarse a afrontar el filo de la espada. Nikolaj, convertido en héroe, será loado por los supervivientes de su pueblo, si es que queda alguno; mientras el nombre de Christian será tachado de las gloriosas crónicas que poetizan los desastres de la guerra, entronizando la idea de que la eternidad se reserva para aquéllos en cuyo honor se erigen las estatuas. Pocos se dan cuenta de que también las imágenes y los altares son efímeros y están condenados a perecer entre las fauces del olvido.
 
Las horas transcurren veloces. El eco de la madrugada es aplastado por las herraduras de un galope desabrido. Parar no es una opción. Hay que continuar hacia adelante, hasta que ni los músculos del jinete ni los del caballo respondan a las órdenes de la mente infatigable. Recuperar las riendas de una vida que todos despreciarán a partir de ahora. Aceptar que salvarse implica perderla a ella, pero ¿acaso podría tenerla estando muerto? El alba lo acecha por la espalda, obligándolo a avanzar un poco más deprisa.
 
No es capaz de calcular la distancia que lo separa de su pasado. Maldito Nikolaj. Le prometió una victoria rápida y sencilla, sin sospechar la traición de sus aliados. Mikael consiguió que todos le volvieran la espalda unos minutos antes de comenzar la batalla decisiva. Su amigo y señor tenía el valor y la inteligencia necesarios para convertirse en un gobernante legendario, pero le faltaba la riqueza que se precisa para comprar imperios. Tenía que haber escuchado a Christian, retirarse cuando aún estaban a tiempo, rearmarse, buscar una nueva estrategia y atacar cuando tuvieran alguna posibilidad de alzarse con el triunfo; pero ignoró sus prudentes consejos, arrastrándolo a una masacre ignominiosa.
 
Su instinto lo incitaba a abandonar a su suerte a sus soldados, pero no podía fallarle al hombre que, de niños, le salvó la vida. La deuda contraída debía ser pagada, pero es imposible proteger a alguien que desea arrojarse en los brazos de la muerte. Ni siquiera pudo ver el rostro del ejecutor, sí pudo apreciar, no obstante, el desamparo de los que, como él, quedaron huérfanos de la fe en un mañana. Aquella espada asesina cercenó toda esperanza, no ya en la victoria, sino en la mera supervivencia. El mundo se detuvo en aquel instante, dejando que los vencidos contemplaran la inevitabilidad de su destino. No habría prisioneros. Todos lo sabían. Lo habían visto en el afán de Nikolaj por encontrarse con el hierro enemigo y ahora tenían que decidir si preferían morir de pie o de rodillas. Christian buscó una tercera opción, convirtiéndose en serpiente para salvar la vida, arrastrando su honor y buen nombre por el suelo, lejos de las mujeres que bordaban junto al fuego en un castillo que se poblaba de fantasmas, mientras esperaban la noticia de una viudez excesivamente prematura.
 
Cuando su caballo cayó desplomado, víctima del cansancio, decidió que había llegado la hora de reposar sus huesos sobre la tierra, en lugar de debajo de ella. Durmió al abrigo de unos matorrales cercanos, tratando de escapar de las pesadillas que estrangulaban su calma. Se ahogó en una angustia tan infinita como el hambre que hacía rugir su hueco estómago y se arrepintió de no haber regalado su alma a los exigentes ángeles del cielo.
 
La sed que agrietaba sus labios lo despertó, sin que su cuerpo hubiera recuperado aún la cordura otorgada por el descanso. Tenía que buscar agua antes de que la deshidratación lo privara de las fuerzas necesarias para hacerlo. Caminó despacio, atento a los sonidos de esta segunda noche de destierro y maldijo la muerte de su corcel, provocada por la obstinación de sus tiránicas espuelas. Tendría que haber tratado de mantenerlo con vida, aunque sólo fuera como garantía de su propia supervivencia, pero ya es tarde para cualquier tipo de arrepentimiento. No queda más remedio que afrontar el peso de los pecados sin el alivio de la penitencia. Volver atrás no es una opción, pero sí el único deseo en estos momentos de sequía e incertidumbre.
 
Enfadado, consigo mismo y con el mundo, descarga la furia de su cobarde espada contra los troncos de los árboles más cercanos, pero un solo hombre no puede talar un bosque y el ulular de las aves nocturnas subraya la inutilidad de sus esfuerzos. Llora. Llora y golpea. Golpea y llora.
 
Un lobo se aproxima sigilosamente. No ataca, sólo observa a la fiera poderosa y salvaje que trata de devolver al bosque las heridas infligidas a su espíritu. Un aullido de respeto rasga la oscuridad del escenario inhabitado. Cesa el ataque. Termina definitivamente la batalla. Christian rinde su espada y mira de frente a los hipnóticos ojos del animal que renuncia a devorarlo. No le importaría morir entre sus fauces. Ya ha olvidado las razones de su huida. Está cansado de luchar, contra los demás y contra él mismo. Sólo quiere dormir el sueño eterno, acabar con el dolor que crispa sus manos y agarrota sus músculos. ¿Por qué no hace nada? ¿Por qué no lo derriba al suelo y termina con todo? ¿Por qué ni siquiera gruñe? ¿Por qué se aleja sin mirar atrás?
 
Abandonado a su suerte, despreciado como alimento de las bestias de la noche, el otrora caballero se arrepiente de conservar una vida que ya no es vida, sino preludio de una muerte que debió suceder a la de Nicolaj, a quien prometió seguir hasta el fin del mundo, pero a quien sólo acompañó hasta sus inmediaciones.
 
Sin ningún propósito concreto, comienza a caminar al encuentro de un abismo por el que poder precipitar sus huesos, como si alguna vez hubiera tenido control sobre su destino. Los días pasan y él continúa avanzando hacia delante, sin darse cuenta de que, en realidad, está volviendo sobre sus pasos, regresando al cementerio donde enterró su honor, escupiendo sobre el recuerdo de sus antepasados. Sólo se detiene a dormir de vez en cuando. También para beber algo de agua cuando escucha el manso discurrir de un arroyo cercano.
 
No sabe cuántos días han pasado. El tiempo son sólo granos de arena que se deslizan de una a otra mitad del reloj de cristal de nuestras vidas. El sol sale cada día sólo para volver a ponerse antes de salir de nuevo. Más cerca de lo que puede ni siquiera imaginar, las viudas de los vencidos son ultrajadas junto a las tumbas, aún abiertas, de sus esposos. Poco importa si se trata de una realidad o una metáfora.
 
Finalmente, el olor a sangre y carne podrida abofetea la pituitaria de nuestro errático protagonista. Piensa que no puede ser, que son otros los masacrados, porque él está lejos de su hogar y de su amada, de todo lo que una vez quiso y Nicolaj perdió; pero pronto comprueba que no es así, que son conocidas las caras de los cuerpos que aún no han podido ser enterrados, que son sus espectros los que vagan sobre esta tierra que ya no les pertenece.
 
Asustado, busca un lugar donde esconderse. Tiembla ante la idea de ser descubierto por los verdugos de su pueblo, pero más aún ante la perspectiva de ser hallado por uno de los suyos. Debería correr, volver a huir, abandonar de nuevo el único paisaje que ha conocido desde niño. Pero no puede. Esta vez no.
 
Cuando la noche se apodera del sonido de la ausencia, Christian abandona su escondite y se dirige en silencio hacia la fortaleza donde ahora ríen aquellos que debieron ser exterminados. No sabe lo que va a hacer, si es que puede hacer algo; pero continúa andando, sin importarle morir entre las fauces de los monstruos.
 
Conoce cada centímetro del terreno, también los accesos vulnerables del castillo. Convertido en sombra, se desliza entre sus piedras, penetrando a través de sus intersticios, hasta alcanzar su desprotegido corazón. Allí yace el infame, el traidor causante de la desgracia, su espada junto a su lecho. Es fácil. Sólo tiene que cogerla y clavarla con fuerza en el lado izquierdo de su pecho, observar cómo brota la sangre emponzoñada de mentiras, contemplar cómo se escapa la vida de quien no merece conservarla.
 
Christian supo que todo estaba perdido al ver la cabeza de Nikolaj rodando por el suelo. Podía haber seguido luchando un poco más, robarles la vida a unos cuantos de sus enemigos, antes de vender cara la suya; pero se detuvo en seco, miró a su alrededor y comprendió que no merecía la pena, que valoraba demasiado su existencia como para sacrificarla a cambio de un puñado de cadáveres a los que no podía odiar, por resultarle completa y absolutamente anónimos.
 
Decidido a no perder un tiempo más precioso que nunca, espoleó con fuerza a su caballo, recorriendo a gran velocidad la explanada bañada de sangre y abonada con las vísceras de los caídos, acercándose cada vez más a su objetivo, bien protegido por sus más fieles vasallos. No miró atrás, simplemente continuó cabalgando hacia el abismo, sumergiéndose en la informe masa de hombres armados, abriéndose paso entre el tupido bosque de cuerpos y espadas. Los caballeros que se entregan a la muerte violenta a la que los aboca su destino ocupan un lugar preeminente en las gloriosas crónicas que poetizan los desastres de la guerra, entronizando la idea de que la eternidad se reserva para aquéllos en cuyo honor se erigen las estatuas. Poco importa que también las imágenes y los altares sean efímeros y estén condenados a perecer entre las fauces del olvido.
 
Poco antes de llegar a la meta, el cuerpo de Christian fue atravesado por una lanza enemiga. Su cadáver resbaló de su montura, aterrizando con un ruido sordo y seco sobre la tierra teñida de rojo. Sus ojos abiertos y vacíos, clavados en el cielo, observan cómo brota la sangre emponzoñada de mentiras, cómo se escapa la vida de quien no merece conservarla, terminando, después de muerto, aquello por lo que sacrificó su preciada existencia.
 
Pero no fue un fantasma quien rasgó la carne de Mikael. Un lobo, convertido en sombra, se deslizó entre las piedras de la muralla del castillo, penetrando a través de sus intersticios, hasta alcanzar su desprotegido corazón. Allí yacía el infame, el traidor causante de la desgracia, una mujer violentada junto a su lecho. Sólo ella vio a la fiera que, renunciando a devorarla, se abalanzó sobre el deleznable cuerpo que acababa de ultrajar el suyo. No gritó clamando auxilio. No le importaba morir entre sus fauces. Sólo quería ver el final de su enemigo, conocer a qué sabe la venganza, volver a dormir tranquila por las noches. Fuera, el ulular de las aves nocturnas sirve de nana a sus enrojecidos párpados. Al terminar de devorar a su presa, el lobo se acerca a la dama y acurruca la cabeza en su regazo, igual que hacía Christian antes de dormir. El animal cierra sus ojos, esta vez para siempre. Ella acaricia agradecida su pelaje, mientras dos gruesas lágrimas resbalan por sus mejillas. La calma vuelve a reinar entre las paredes del castillo. El crimen ya ha tenido su castigo.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Disparos (III)

No es la primera vez que me disparan. No será la última. Las balas son canicas que golpean, pero no hieren; pinceles que colorean de púrpura el lugar donde impactó el proyectil, derramando la sangre hacia dentro, nunca hacia fuera. No os dais cuenta de que mi piel es mármol y que sólo el cincel de Bernini o Canova podría hacerme volar en mil pedazos. Seguid, seguid lanzando misiles, tratando de acertar en la diana, sin ser conscientes de que será vuestro propio fuego el que calcine vuestras vidas. Ni siquiera las cucarachas son inmunes a las llamas.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Al otro lado del cristal todo va más rápido

Al otro lado del cristal todo va más rápido. La vida ajena se difumina a la velocidad del rayo. La tuya, por el contrario, hace tiempo que permanece estancada, esperando en vano a que alguien se atreva a abrir la puerta de la presa y liberar las toneladas de agua retenida entre tus muros de hormigón. Ansías convertirte en un río de corriente embravecida, pero nunca aprendiste a deslizarte entre las piedras sin que tu carne fuera rasgada por las aristas de las rocas. Al otro lado del cristal todo va más rápido y tú contemplas la película acelerada de sus noches y sus días, preguntándote si el dolor o la alegría serán capaces de alcanzar a esas sombras de contorno indefinido e indefinible. Sueñas con el momento en el que el mundo detenga su frenético giro, permitiéndote entrar en la rueda de los hámsteres que pedalean, persiguiendo un destino que siempre les será esquivo. Los neumáticos trazan sendas sobre el asfalto, pero tú sólo ves los abismos que se abren en el espacio sin conquistar por el ser humano. Son selvas vírgenes que nadie trata de colonizar, altares vetones consagrados a Marte. Al otro lado del cristal todo va más rápido. Él trata de alcanzarte, tanteando los huecos que tu silueta va robando al aire, pero sus dedos siempre arañan el vacío que precede a tu presencia, tan tardía como incoherente, tan exigua como valiente. Al otro lado del cristal todo va más rápido. Tú te mareas y vomitas tu angustia sobre el asiento de cuero negro. Él pisa el acelerador, sabiendo que no tiene sentido seguir tratando de esperarte.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Desequilibrios (IV)

Caer de canto, como una moneda desafiando las leyes de la estadística, negándose a tomar partido. Dejar que sea el tiempo quien decida nuestra suerte, ya que nosotros nunca acertamos a adivinar qué es lo que más nos conviene. Mantenernos firmemente suspendidos en este alambre agitado por tornados que desean vernos estrellados en el suelo. El equilibrio es imposible, canta tu gallego favorito, pero podemos pasarnos toda la vida balanceándonos en la indeterminación de un destino indefinido. Yo no quiero avanzar en busca de una meta. Tú no deseas correr tras ambiciosos objetivos. A ambos nos duele el vaivén de la marea y echamos de menos las caracolas que la resaca devuelve al fondo del océano. No sabemos qué buscamos y nos da más vértigo mirar arriba que hacia abajo. Volar nos parece más aterrador que precipitarnos en el vacío. Hasta que no las atravesemos no sabremos qué se oculta al otro lado de las nubes. A nuestros pies yace la NADA en la que chapotean las ratas que tratan de abandonar el barco. Tengo miedo de perderte. Tengo miedo de perderme.
 

 

jueves, 4 de septiembre de 2014

Insectos (VI)

De todos los días que te quise, sólo hubo dos o tres que no te odié. Puede que menos, pero eso ya no importa. Cada vez que mueres, hay una parte de mí que resucita, que se libera del peso de tus dedos sobre mi piel, de tus besos arrodillándose en cada una de las estaciones del vía crucis de mis miedos y deseos, de tu lengua clamando al cielo para que el llanto de su lluvia apague algunos metros cuadrados de este infierno. Pero, en lugar de dejarnos ir, continuamos clavándonos las uñas, hasta que se desgarra el alma y brota la sangre y se derrama la vida y huye la muerte, porque sólo las palabras son eternas, todo lo demás se convertirá en un puñado de ceniza que el tiempo nos arrojará a la cara, escociendo nuestros ojos, sin que las lágrimas puedan limpiar el daño y devolvernos la visión. El futuro es un arpón que ensarta ballenas blancas. Por eso nos rebozamos en el barro, hasta convertirnos en sombras imposibles de cazar y corremos en direcciones contrarias, para acabar chocando con el mismo muro. Sólo somos dos insectos que se estrellan contra el parabrisas de uno de los múltiples coches de la autopista, pero recuerda: aunque nuestras alas se quiebren, aún podemos arrastrarnos por el cristal hasta caer al suelo.

jueves, 28 de agosto de 2014

Heridas (XIII)

Tu veneno en mi piel, multiplicando la sed, crucificando mi sombra en la pared, agujereando tu nombre en mi sien, hasta horadar la parte más externa de mi córtex cerebral. No existen pastillas que bloqueen del todo tu recuerdo, ni jabón que te desprenda de los contornos de mi cuerpo. Mis uñas continúan arañando la puerta que dejaste entreabierta, el esmalte desgastado, los dedos llenos de astillas; pero ambos sabemos que ninguno de los dos traspasaremos el umbral que ahora nos separa. A veces quisiera volver atrás, construir una muralla que proteja nuestro castillo de naipes de cualquier iracunda ráfaga de viento. Quizá sea mejor mirar hacia delante, soltar el lastre del pasado y correr ligera hacia el futuro, pero el nudo es demasiado fuerte para ser deshecho, también para ser cortado. Cada vez que tratamos de desatarnos, nos estrangula un poco más la cuerda. Mis ojos insomnes, cuna del terror a lo desconocido, sólo se cierran cuando son envueltos por la camisa de fuerza de tus manos. Un búho ulula al otro lado de la ventana del manicomio. Tú aúllas todas tus heridas. Nuestros miedos son arañas que corren asustadas para no morir aplastadas por un periódico homicida.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Agosto (III)

Los campos agostados. La hierba herida. El sol calcinando cualquier posibilidad de huida. Sus pies conocen el camino, pero su cerebro se niega a dar los pasos. La arena del arcén pesa como plomo en sus zapatos, convirtiéndola en una sudorosa estatua de granito. Quisiera volar muy lejos de sí misma, pero nunca ha conseguido despegarse de su sombra. Se agrietan las heridas incendiadas por rumores vomitados por el viento. Son sólo voces, fantasmas que arrastran cadenas más pesadas que las suyas, murmullos y mentiras aderezadas con una pizca de verdad. Morder el aire hace tiempo que dejó de alimentarla, pero necesita masticar algo bien distinto de su carne, llenarse la boca de su ausencia y aceptar que NADA, a veces, significa ALGO.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Mapas (II)

No quiero que me encuentres. Prefiero permanecer oculta y encriptada, ilegible soneto emborronado, arcaico jeroglífico indescifrado. Pero te acercas de puntillas por la espalda y estudias en silencio los lunares espolvoreados en torno a mi columna vertebral, hasta descubrir todas las constelaciones impresas sobre mi piel. Y, una vez localizada la estrella polar que conduce hasta mi ombligo, buceas en la laguna Estigia que custodia la isla de mi alma. Y emerges en busca del aire que no hallarás en mis pulmones. Y absorbes el oxígeno suspendido en mis suspiros. Y ahogas mis ansias de escapar. Y encadenas mi tobillo a tus costillas. Y estrangulas mis muñecas con tus dedos. El viento siembra mis secretos y tus miedos en campos roturados con dolor. Sólo sus mentiras florecerán entre las ortigas, pero puede que nuestras verdades marchiten las raíces del engaño o que el filo de nuestras lenguas acidifique la tierra del cementerio en el que se pudren todos los sueños abortados por una masa tan estéril como esterilizada. Yo sólo quiero ser contaminada por microbios sin cura ni vacuna, arañar la cara de la muerte y comprobar que no es tan grave que las lágrimas empañen la puesta de sol de nuestras vidas. Todos somos vencedores y vencidos, por más que tratemos de negar el holocausto.

lunes, 18 de agosto de 2014

Agosto (II)

Ella carece de nombre, porque su nombre se derritió al comenzar agosto, igual que un helado que no es devorado con la suficiente avidez, como los hielos que tintinean en tu vaso de whisky on the rocks. Su vida es un desierto de piedras calientes que masajean la espalda equivocada. Hay arena entre las grietas de su piel cuarteada y polvo que hace estornudar a sus pestañas. El sol refractado en los cristales de sus gafas incendia las páginas de los libros que aún no ha tenido tiempo de leer, provocando hogueras que sus lágrimas no logran extinguir. Las gaviotas planean sobre una playa plagada de gambas a medio cocer. Ella también hierve, por más que permanezca al abrigo de la sombra del destino.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Consejos lunáticos (VI)

Trata bien al de abajo, porque algún día puede que esté arriba, mientras que los de arriba sólo pueden caer.

lunes, 11 de agosto de 2014

Agosto (I)

Hace calor. El aire acondicionado zumba en el salón, mientras una mosca liba los restos de melocotón que yacen sobre el plato de postre. Ella observa por un momento el espectáculo. Después, se levanta y se tumba en el sofá. Su lengua rebaña el dulzor que la fruta ha tatuado en sus labios. Debería ser más sencillo, pero no lo es. No hacer nada es tan difícil como necesario. Deja transcurrir las horas de calima, también las de penumbra. El sudor repele el sueño. La habitación se dilata para adaptarse al nuevo volumen del cuerpo incandescente. Las moscas, convertidas en legión, disfrutan del festín. El móvil suena de madrugada. Debería contestar. Podría tratarse de algo urgente; pero ella ya no quiere correr para salvar a nadie, mucho menos a sí misma. Cuando el sonido se apaga, mira la pantalla y certifica que hizo bien en no descolgar. El suyo es un amor a destiempo, incapaz de reunirlos en el mismo momento y lugar y ella ya está harta de perseguir fantasmas. El alba despunta clavando los primeros rayos de sol en su costado. Un reguero de sangre transparente empapa los cojines que la sustentan. Nadie jamás reconocerá la herida, mucho menos las consecuencias de la misma, porque sus huellas son tan invisibles como el arma que las dibujó. En agosto, las lágrimas siempre se evaporan antes de asomar a los ojos.

domingo, 3 de agosto de 2014

Andar sobre los tejados

Cierro los ojos. Permito que me veas, sabiendo que ya me has visto antes de yo permitírtelo. Es fácil. Dejarse llevar. Abandonarse al sonido de las olas que rompen sobre las rocas del mar Báltico. Estrellarme en la red de tus dedos. Permanecer encerrada entre las palmas de tus manos. Sentirme libre, estando presa. Volar sin despegar del suelo. Columpiarme en tu sonrisa. Balancearme entre las hebras de tu pelo. Dejar que el viento esparza mis desvelos. Rezar para que el tiempo no escupa borrones sobre nuestros recuerdos. La noche es blanca. El día negro. Sigo trenzando espinas de coronas que desgarran nuestras sienes. La sangre que se desliza por mi frente escuece tu mirada. Cuando despierto eres tú quien alza los párpados. Los domingos están hechos para andar sobre los tejados.

sábado, 2 de agosto de 2014

Voy a quedarme quieta

Voy a quedarme quieta, suspendida en el medio de la nada, tan muerta de miedo, que mis rodillas no se atrevan a temblar. Voy a cerrar los ojos, a rezar a todos los dioses que conozco, a prometer miles de velas a los santos de mi infancia. Voy a cruzar los dedos, a creer que, en esta ocasión, puedo tener suerte, a ignorar que la estadística nunca ha estado de mi parte. Voy a negociar un armisticio con el viento, para evitar que sus arbitrarios suspiros puedan balancearme hasta romper el equilibrio, porque esta vez no quiero caer en el abismo, ni nadar en arenas movedizas, tampoco flotar en aguas pantanosas. Sólo quiero convertirme en una estatua sin pedestal, que mi cuerpo de mármol desafíe las leyes de la gravedad, flotando como una pluma despuntada, arrojada a través de la ventana por un escritor enfurecido. Pero sólo soy barro entre tus manos y cenizas y sangre coagulada. Una ráfaga de aire reparte mis miserias entre los cuatro puntos cardinales y dejas que me escurra hasta tus pies y que obstruya tus arterias y yo, incapaz de volver a alcanzar el abrigo de tu boca, arrastro mis lágrimas sobre el asfalto y entierro mis lamentos a dos metros bajo tierra. Se derritió toda la cera de mis alas y al chasquear tu lengua comenzó el incendio que abrasó mi huida. Voy a quedarme quieta, completamente inmóvil, hasta que tus zapatos decidan dejar de caminar en círculos. Voy a quedarme quieta, también callada, porque no hay movimiento ni palabra que puedan volver a acercarme a tu mirada. Siempre serás un paso que no llegó a posarse sobre el suelo y yo un te quiero atascado en tu garganta.

martes, 29 de julio de 2014

Neguri (V)

Pienso en ti. Todo el tiempo. Sin metáforas que maquillen la imposibilidad de cauterizar la herida. La magnitud del desastre sólo subraya la debilidad de mi cambiante voluntad. Conozco la solución, pero me niego a admitir el problema. Mirar al Norte. Conducir sin pausa, desdeñando esta página plagada de tachones que no consiguen ocultar tu nombre. Negar el canto del gallo para no admitir que te negué más de tres veces. Caminar descalza sobre la playa equivocada. Sólo el mar que purifica mis tobillos es correcto. Girar la cabeza y enfocar la mirada en objetivos inalcanzables, incluso para los que no son miopes. Temblar de frío, tal vez de miedo. Susurrar plegarias agitadas por el viento. Rezar al sol que parpadea tras las nubes. Romper las rocas en busca del calor depositado en su interior. Dos niñas construyen castillos de arena sin importarles que las olas puedan derribar su magna obra. Las bombas estallan. Los rascacielos caen. Es imposible reconstruir una ciudad cuyos cimientos son de barro, pero tú continúas tratando de edificar sobre aguas pantanosas. No hay prisa, dices, mientras repican las campanas de las once.  

martes, 22 de julio de 2014

Demonios (I)

Eres un espectro que se niega a abandonar la casa que habitó estando vivo. Mis lágrimas de agua bendita no consiguen evaporar tu recuerdo ni otorgar paz a tu alma errante y torturada. El peso de tu fantasma aún imprime su silueta en mi colchón. La noche fortalece la tenacidad de tu espíritu sin descanso y debilita el poder del crucifijo de mi esternón. Poco a poco penetras en mi pecho, envenenando mi corazón. No es la primera vez que tus tentáculos circulan por mis venas. Por más que recemos, ningún exorcista podrá aniquilar nuestros demonios.

jueves, 3 de julio de 2014

Puñales de hojalata. Cuchillas de afeitar

No quiero que te vayas, tampoco que te quedes. No quiero estar contigo, pero no sé vivir sin ti. No quiero confesar todo aquello que he tenido, mucho menos todo aquello que he perdido. No quiero quererte, no quiero tenerte, no quiero perderte. No quiero vomitar excusas que quemen años que jamás recuperaremos. No quiero acelerar las horas, quemar las noches, fumar los días. No quiero que recojas mi agonía y le insufles el aire que necesita para convertirse en una pompa de jabón. No quiero encontrarte. No quiero buscarte. No quiero que mis sonámbulos labios balbuceen ni una sola de las letras de tu nombre. Quiero borrar cualquier rastro de ti en el abecedario, perder las palabras que me conducen hasta la puerta de tus dedos, dejar de soñarme dentro. Quiero y no quiero deslizarme entre tus pliegos, leer todos tus secretos, aprender los idiomas del silencio. Llueven puñales de hojalata, que convertimos en cuchillas de afeitar.

lunes, 30 de junio de 2014

Naufragios (III)

Volveré a dormir cuando te alejes de mí, cuando despegues tus huellas dactilares de las paredes de mis huecos y tu saliva deje de caer en cascada por mis precipicios más abruptos, cuando se desvanezca el eco del borboteo de tus besos y el aroma del flanco izquierdo de tu cuello se confunda con el resto de prosaicos olores de este mundo, cuando me dejes sola e indefensa, abandonada a la deriva de este mar helado, plagado de tornados, en el que es imposible flotar sin amputar alguno de tus miembros. Sólo entonces cerraré los ojos y, como todos los seguidores de Calderón, fingiré que la vida es sueño, en lugar de pesadilla, que nada de lo que me rodea es cierto, que tu ausencia es tan sólo una sombra proyectada en la pared por un cinematógrafo que se está quedando sin película y tu recuerdo una picadura de mosquito, que es mejor no rascar, por más que pique. Todo es lento, aunque nunca se detenga el movimiento.

domingo, 22 de junio de 2014

El desastre (I)

El desastre es siempre invertebrado y expande sus tentáculos sobre nuestros omóplatos de alas cercenadas. No tiene sentido luchar, tampoco correr en dirección contraria. El desastre está dentro de ti, también dentro de mí y, por mucho que tratemos de evitarlo, terminará por arrasarnos.

sábado, 21 de junio de 2014

Tengo un plan

- Creo que, por fin, ha llegado la hora de poner en práctica el plan A.
 
- Querrás decir el plan B.
 
- Te equivocas, quiero decir el plan A. Lo que he vivido hasta ahora ha sido el plan B, a veces, el C y, en ocasiones, el D. Acometer el plan A me ha dado siempre demasiado miedo. Si fracaso, el dolor sería un puñetazo en la boca del estómago. Pero el plan B ya no resulta suficiente. La caída ha dejado de asustarme. No tengo nada (importante) que perder. Si me estrello, que nadie recomponga mis pedazos. Si despego no intentéis seguir mi rastro.
 

martes, 17 de junio de 2014

Daltonismos (I)

Tal vez es mejor gritar, evitar que se pudran las palabras que estremecen nuestras cuerdas vocales y dilatan nuestras lenguas, recitar los ensalmos del desastre, vomitar todo el dolor, regar con lágrimas el eco de nuestros alaridos, expulsar hasta la última gota de la rabia que genera la injusticia y, después, cruzar los dedos y esperar a que amaine la tormenta. Puede que todo sea en vano, que nada mute a nuestro alrededor, que nuestros bramidos golpeen en los oídos sordos de la gente sin conciencia ni corazón, puede que el mal, una vez más, gane la partida, pero, al final del juego, nadie podrá acusarnos de no habernos dejado la piel sobre el tablero. A veces no es necesario dar jaque mate al Rey, sino que lo único que se nos pide es eliminar a alguno de sus peones para que otros puedan derribar al jefe de las negras. Lástima que el mal y el bien no siempre vistan el mismo color.

lunes, 16 de junio de 2014

Desequilibrios (III)

Te superaré. Me superarás. Te borraré de mi vida. Me suprimirás de tus recuerdos. Encontraré a otro idiota con el que quemar mi tiempo. Hallarás otra imbécil con la que asesinar tus días. Nos casaremos con un ser completamente ajeno y tendremos hijos que jamás debieron ser concebidos. Ignoraremos todos y cada uno de los errores de nuestra vida. Todo irá bien. No te preocupes. Somos acróbatas que decidieron bajarse del trapecio para caminar sobre la arena del circo. Gladiador y gladiadora dispuestos a desencajar las mandíbulas de todos los leones que se crucen en su camino. No volver a volar fue una elección, pero aún espero que tu mano me arranque de este suelo de cenizas. Yo ya no tengo fuerzas para intentar saltar. Desde que te fuiste, sólo hay cemento en mis rodillas.

domingo, 15 de junio de 2014

Cementerios (III)

No te vi morir porque no quería que fallecieras en mi memoria. Preferí recordarte vivo, ignorando tu exiguo cadáver, fingiendo que la tumba que ostenta tu nombre es sólo un agujero vacío y carente de sentido. Tu ausencia resulta más soportable si no es adjetivada como eterna. Recé para no perderte; pero, a veces, la sinceridad de la oración no garantiza que la misma sea escuchada y atendida. Quizá sea mejor así, pero no disminuye el dolor que lacera mi costado. Te echo de menos, como si aún existiera la posibilidad de volver a verte, pero muerdo el vacío cada vez que trato de aprehenderte. Saber que te has marchado para siempre no impide que todavía pretenda descubrirte tras las huellas de tu sombra. Mis neuronas aún custodian la mayor parte de las escenas de mi vida que tú protagonizaste. Sé que nunca desaparecerán, por mucho que caiga la tarde.

lunes, 9 de junio de 2014

Marta

Anoche soñé con Marta. Gritaba, angustiada, agobiada, desesperada. Trataba de escapar de la prisión en que la confiné, de la cárcel en la que ella misma se encerró, del redil al que trataron de circunscribirla todos los hombres que no la amaron. Hubo un tiempo en que creyó que podría conquistar el mundo, pero fue el mundo quien la conquistó a ella. Confundiendo las luces de aproximación de las pistas de aterrizaje de los aeropuertos con estrellas de constelaciones sin bautizar por el ser humano, trató de arribar a una galaxia que siempre estuvo fuera de su alcance, pero acabó naufragando en la más terrenal de todas las islas desiertas, rota la brújula, partido el timón, miope incapaz de desentrañar las conspicuas señales del firmamento. Olvidó cómo nadar y nunca aprendió a volar. Por eso da vueltas en círculos, rodeando la única idea que podría desatar la corbata que merma la cantidad de aire que absorben sus pulmones. Pero, por más que piensa en el problema, no consigue hallar la solución. Las matemáticas no mienten, pero son esquivas a los amantes de las letras. Dos más dos no siempre son cuatro o quizá sea más exacto afirmar que el cuatro no siempre presenta la misma forma. La noche cae y sus lianas se aferran a sus muñecas, impidiendo que la sangre circule con normalidad, coartando los latidos de sus venas. Marta duerme la falta de oxígeno y yo la sueño de madrugada y siento sus gritos, su angustia, su agobio, su desesperación y pienso que también son míos y confundo el principio y el final de esta historia y no sé si anoche soñé con Marta o si es Marta la que hoy sueña conmigo. Sólo estoy segura de que alguien grita. Cada vez más fuerte.

viernes, 6 de junio de 2014

Sarcófagos (I)

Sé quién eres y tú intuyes quién soy yo, las pestañas que te observan tras el antifaz, las metáforas que se balancean en las puntas de mis dedos enguantados, el volcán a punto de estallar bajo mi coraza de coral, el maremoto que azota los contornos de mi cuerpo. Me dibujaste en una noche de insomnio y, al amanecer, convertiste el folio sobre el que descansaban mis huesos en un avión de papel que despegó en el alféizar de tu ventana. Evité todas las pistas de aterrizaje que se cruzaron en mi camino y continué volando, incluso después de perder mis alas. Nunca me detuve, ni siquiera tras estrellarme en la meseta de tu esternón. Recompuse mis pedazos, separándolos de los tuyos y cabalgué sobre la primera ráfaga de viento que pasó a nuestro lado. Todos aplaudieron mi valentía y determinación, sin darse cuenta de que huía, por miedo a que borraras los pocos trazos que aún me otorgan una forma reconocible; pero fui yo misma la que acabó descomponiendo mi esencia, enterrándome en una tumba excavada por mis propias manos. Tu instinto arqueológico supo dar con el sarcófago que albergaba mis restos, aquéllos que no fui capaz de destruir por completo, esos cabezotas hijos de la gran puta que se negaron a desaparecer de este mundo para siempre. Sé quién eres y tú intuyes quién soy yo. Por eso cerraste la caja con candado y la escondiste en lo más profundo de tu armario.

jueves, 5 de junio de 2014

Caídas (VIII)

El vértigo comienza cuando termina el miedo, cuando por fin te decides a saltar, a dejarte caer en el vacío, a sumergirte en lo desconocido. Sólo entonces comprendes lo que implica el cambio, también el riesgo, y decides que no importa, que no hay o no debe haber vuelta a atrás, que todo el pescado está vendido y que, si no sacas la basura, el olor a podrido terminará por contaminar toda la casa. Dejas que el pie derecho se deslice hasta el borde. Miras hacia abajo y empujas el pie izquierdo un poco más allá del límite marcado por su predecesor. Levantas un segundo la vista, buscando el final del horizonte y lo encuentras, justo antes de marearte y perder el equilibrio. Caes o asciendes. No lo sabes bien. La vida es un precipicio de paredes romas y resbaladizas. Tal vez sea mejor no tener a qué agarrarse.

lunes, 2 de junio de 2014

Monstruos (IV)

Llámame cuando no me quede nada que perder, cuando me hayan arrebatado todo aquello que me importa y yo misma sea lo único que conserve, cuando ya no tenga miedo (tampoco valor) y vivir o morir me resulte total y absolutamente indiferente, cuando el mundo se haya convertido en un chiste tan sumamente malo que ni siquiera provoque risa y sólo tú seas capaz de sonreír ante la ironía del desastre. Llámame entonces y dime que todo irá mal, pero que no importa, porque tú y yo somos más fuertes que los dioses, porque sobreviviremos a la desgracia y nos reconstruiremos a partir de nuestras cenizas, bebiendo nuestras lágrimas y alimentándonos de los pedazos de carne que no sepamos encajar en nuestro nuevo cuerpo. No moriremos, por mucho que lo intentemos, porque nacimos para resucitar y no para pudrirnos en la oscuridad de una tumba sin nombre, porque nuestra fuerza tiene su origen en lo que debilita a los demás, porque no tememos caminar a tientas, tampoco detenernos en el medio de un alambre, porque no nos asusta la caída y no ansiamos escalar hasta la cumbre, porque sabemos que la distancia entre el cielo y el infierno es un camino de ida y vuelta y sólo se aprende en los viajes, nunca en el destino. Llámame cuando ambos sepamos que ha acabado la fiesta de disfraces, que ha llegado la hora de quitarnos nuestras máscaras y dejar que los monstruos sepan que, a pesar de saber rugir, no pertenecemos a su especie. O mejor aún, llámame antes y cuéntame todo aquello que ya sé y, cuando hayas concluido tu relato, desenvainaremos las espadas y cercenaremos las cabezas de las bestias para poner fin a los cuentos de terror que impiden que los niños duerman por las noches. La tierra absorberá el veneno de su sangre y, tras el horror, volverán a florecer los árboles frutales. Poco importa que nadie nos crea. Ni siquiera nosotros mismos.

domingo, 18 de mayo de 2014

Niños perdidos que no quieren llegar a Oz. Niñas perdidas que pintan baldosas amarillas sobre el asfalto. Puede que la Alicia de Disney no llegara a despertar del sueño, sino que siga llorando en el claro de aquel bosque, sin atreverse a moverse, por miedo a que nadie sea capaz de encontrarla. Y aunque ambos volaron juntos, Wendy nunca consiguió apellidarse Pan



"No comprendo a dónde quiero ir, de dónde vengo, los planes que diseña mi cerebro".

Heridas (XII)

Tan cerca y tan lejos del desastre, acariciando el filo de la navaja hasta cortarte, convencido de que, para olvidar el escozor de una herida, sólo hay que aplicar una buena cantidad de desinfectante. Estoy cansada de ayudarte a levantarte. Poco parecen importarte las escamas que se desprenden de mi piel hasta rasgarme. Bajo tus pies, crujen mis pedazos, pero el silencio es el único eco de mis gritos y tú eres sordo al sonido del vacío. Tu pasado es una patada en la entrepierna. Mi futuro un poema emborronado por la lluvia. Las fuentes se quiebran bajo el peso de los colosos que no forman parte de la mitología griega. Sólo un gigante llora sin derramar una lágrima. Me gustaría poder decir que comparto su dolor, pero no es cierto. Por más que lo intente, nunca lograré adivinar el número exacto de astillas que se han clavado en tus sueños. Por más que trate de convencerme de lo contrario, nadie podrá extirpar los dardos que acertaron en la cerradura de mis labios. Son tus lamentos mis suspiros. Deja que los filólogos malgasten sus vidas pensando que pueden pescar una frase coherente en este embravecido mar de letras sin sentido.

martes, 13 de mayo de 2014

Envolvente (IV)

A veces desnudo mi vergüenza para desprenderme del abrigo de mi bochorno. Expongo al mundo aquello que sonroja las partes más inseguras y acomplejadas de mi mente disléxica y cruzo los dedos para que nadie se dé cuenta de lo humillantes que resultan ciertos actos, sentimientos, pensamientos y pactos. Sé que tú sí distingues la verdad oculta entre cien mentiras. Por eso permanezco vestida en tu presencia. Si me quito una sola prenda, si te enseño la millonésima parte de un centímetro cuadrado de piel, serás capaz de adivinar todas y cada una de las cicatrices de mis venas y la falta de pericia de los zurcidos de emergencia que perpetré a la luz de las velas, para evitar que se desgarraran mis arterias. Los demás no serían capaces de encontrar las marcas de mi debilidad ni con la ayuda de todos los mapas de los mejores cartógrafos del universo, aquéllos que dibujaron las líneas que unen los puntos de las constelaciones que tatúan nuestros sueños. Es difícil que un topo alcance la salida de un laberinto de hormigas sin destruir todos los túneles horadados por las negras liliputienses.

lunes, 12 de mayo de 2014

La silla vacía

Deberías haber estado allí, pero no estabas. Contemplé la silla vacía al otro lado de la mesa y traté de imaginarte sobre ella; pero, al cumplir los cuatro años, como el resto de los niños, perdí el don de otorgar corporeidad a los fantasmas. Tu ausencia es lo único que registraron mis pupilas. Como la zorra de la fábula, me dije que las uvas no estaban maduras, que no estás hecho para mí, ni yo para ti y que, seguramente, sea mejor así. Traté de culpar al destino de la imposibilidad de nuestra unión, pero era sólo un intento desesperado de evitar señalar a los auténticos culpables. La rueda de reconocimiento termina con un equívoco resultado negativo. Ninguno de los dos queremos acabar entre rejas, pero ya es hora de asumir nuestra responsabilidad y confesar el crimen. Tú no vienes a mí por miedo y no me voy de ti exactamente por la misma razón. Esta puta vida de mierda no nos separa a cada instante, sino que somos nosotros los que nos mantenemos a una distancia prudencial, tan lejos (como para no morir abrasados) y tan cerca (como para no morir congelados). Eres el acorde discordante de la sinfonía de mi vida y yo nunca he sabido muy bien lo que soy, lo que fui o lo que seré para ti; pero sí sé que tengo que dejar de contemplar la silla vacía, salvo que sea capaz de volver a tener menos de cuatro años.

domingo, 11 de mayo de 2014

Cadáveres (IX)

Hay ratas bajo mi cama, royendo poco a poco mi colchón. Algún día alcanzarán mi cuerpo y rasgarán mi carne hasta dejar al aire mis entrañas. Por eso he de levantarme y abandonar mi cuarto, salir a la intemperie y morir de frío, si no quiero fallecer víctima de la peste bubónica que se extiende a mi alrededor. Los niños lloran la podredumbre de sus madres. Los padres sollozan el envenenamiento de sus hijos. Los pechos sólo producen leche no potable. Todas las lágrimas son negras. También las mías. El veneno recorre nuestras venas y corrompe la carne hasta romper la piel. Sólo somos carroña a punto de ser devorada por las fieras. El viento sopla, pero no dispersa el olor de los cadáveres. Somos zombies putrefactos que caminan por inercia, sin orden, ni concierto, ni propósito, ni memoria. Nos extinguimos sin ser conscientes de nuestro fallecimiento y fingimos que pensamos, a pesar de haber destrozado nuestros cerebros a base de pastillas silenciadoras de ideas que nadie quiere escuchar. No hay motivos para reír. Por eso duelen tanto las carcajadas de las hienas.

viernes, 9 de mayo de 2014

Praga o La insoportable levedad del ser (I)

Las uñas rotas de arañar el vacío y la voz quebrada de vociferar tu nombre. Tu adiós es un tajo en mi garganta. La sangre borbotea sin descanso, mientras trato de calcular los segundos que me restan antes de desplomarme inerte sobre este suelo de granito. Mi cara fracturada por el golpe. Las campanas de la catedral de San Vito tañerán anunciando el funeral de nuestros sueños. Tú tan lejos y yo tan cerca de la nada, fagocitada por esta noche dilatada. Pupilas contraídas ante el exceso de luz que arrojan tus silencios. Nadie se atreve a cerrar mis párpados. Mis pestañas muerden. Suenan risas redimidas en cuanto mi féretro se pierde de vista. Un cementerio hostil. Un epitafio dislocado. Por muy hondo que lo entierres, mi cadáver seguirá tronando lágrimas de alabastro, mientras mi saliva escupe relámpagos de acero. El perdón es cosa de cobardes. La venganza, la gasolina de los valientes.

jueves, 8 de mayo de 2014

Brujas (II)

Me reconociste, pero volviste la cara hacia otro lado y seguiste caminando, bien apretado a su mano. Yo continué cantando mis desgracias inventadas, espolvoreando detalles que, dispersos, impiden adivinar qué hay de cierto en mis palabras. Dijiste que jamás volverías a leer mis metáforas lunares, tan llenas de cráteres como el satélite terrestre. Fueron tus disparos los que horadaron mi coraza, provocándome indetectables e incurables lesiones internas. Pero, aunque lo niegues, ambos sabemos que de noche te levantas de puntillas para asomarte a la ventana, añorando la cara oculta de mi alma, los secretos que sólo tú conoces, las debilidades que me hicieron más fuerte, las blasfemias que santificaron mis actos y las oraciones fragmentadas en rosarios. Aunque me ignores seguiré minando tu hígado, como un tumor maligno imposible de extirpar. La bilis amargará tu boca y sus labios, sin que ella sospeche que soy el origen de la hiel, porque ella sólo conoce el sol y la alegría bajo los que camuflas tu oscura melancolía, ella no sabe quién eres y mucho menos quién soy yo, porque ella es sólo otra ciega que cree ver, mientras que aquellos que vemos tratamos de cerrar los ojos, antes de que el horror dinamite nuestro corazón. Apaga la luz eléctrica y enciende una vela. Deja que las sombras oscurezcan la pared con su danza macabra. Nuestro amor siempre tuvo algo de aquelarre.

domingo, 20 de abril de 2014

Tormentas (V)

Cerillas que prenden bajo la lluvia. Besos de tinta y papel. Pestañas que apuñalan la madrugada. Gemidos de vaho que empañan el otro lado del espejo. Mis dedos patinan sobre el cristal. Palabras impronunciables arañan el hielo. Moquea la angustia. Estornuda el hastío. Tose la inseguridad de estar contigo. Quisiera escapar del abrazo del tiempo, liberarme de la tiranía de este espacio, recortar los flecos de la tristeza arrastrada por el suelo. Quisiera acuchillar el parquet hasta que sangren las termitas que lo habitan. Cruje la escarcha de este invierno sin exorcizar. Tiemblan los reproches que no te atreves a formular. El viento escupe a nuestras caras ráfagas de huracanes de ultramar. Ni la omnipotencia de los dioses podrá evitar que se destruya aquello que nunca debió empezar.

miércoles, 16 de abril de 2014

Semana Santa linarense

Sólo dos días para comprobar si, por fin, podemos disfrutar de un Viernes Santo sin amenaza de lluvia.

La costilla de Adán

Te negué más de mil veces y cuando, por fin, me decidí a afirmarte fuiste tú quien me negaste, sólo una vez, pero para siempre. Y yo, obediente costilla, desaparecí sin dejar más rastro que el eterno dolor que ahora azota tu costado.

martes, 15 de abril de 2014

lunes, 14 de abril de 2014

Humo (III)

Y ahora que te me escapas de las manos es cuando realmente me arrepiento de no haberte encerrado entre mis piernas.

Semana Santa linarense

Después de un soleado Domingo de Ramos, sólo quedan cuatro días para el Jueves Santo. Esperemos que este año ni una sola nube aparezca en el cielo.


domingo, 13 de abril de 2014

Tu sangre

Aunque no sea yo quien te regaló la vida, la sangre que corre por tus venas me pertenece. Hace tiempo te abriste las muñecas y me la ofreciste. Yo la acepté, la bebí, me sumergí en tus vasos sanguíneos, entré a formar parte de ti, me hice amiga de tus glóbulos rojos y aniquilé a todos los virus que amenazaban con envenenar tu fluido vital. Te purifiqué y te curé antes de que volvieras a rasgar tus muñecas, tratando de expulsarme de ti. Me lanzaste a la nada y contemplaste cómo me asfixiaba sin transportar el oxígeno que nutre tus células. Pero hallé la manera de sobrevivir hasta el día en que tuviera la oportunidad de volver a penetrar en ti. Me licué, transformándome en tinta china de color azul. Dibujé palabras sobre los folios de tu escritorio y esperé pacientemente a que tropezaras con mi trampa. La cita no tardó en llegar. Tú recogías la mesa y yo recitaba los versos sin sentido en que me había convertido. Por un instante, capté tu atención y me leíste por encima, antes de rasgarme en mil pedazos y tirar el confeti resultante a la papelera donde yacen todos tus desechos. Pero para entonces ya había conseguido mi objetivo. El afilado borde de mi lengua de papel rasgó tu carne de metal, abriéndome la puerta para conquistar lo que protegían tus murallas. Te escocí, pero esta vez no te diste cuenta de que volvía a sumergirme en tus arterias, envenenando poco a poco y en silencio aquello que una vez purifiqué. Aunque no sea yo quien te regaló la vida, la sangre que corre por tus venas me pertenece y sólo yo decidiré cuándo deja de fluir.

sábado, 12 de abril de 2014

jueves, 10 de abril de 2014

Callad, callad, malditos

Sé que mi lugar no está aquí, que no comparto nada con vosotros, ni siquiera el aire que yo inspiro y que vosotros sólo escupís a la cara de los que os rodean. Quisiera dejar de oír el siseo de los sapos y culebras que reptan por vuestra garganta, pero no puedo y no entiendo cómo lográis seguir viviendo con semejantes alimañas obstruyendo vuestras vías respiratorias y digestivas. Quisiera que os ahogarais en vuestro propio vómito, negro, espeso, infecto, putrefacto, que un bombardeo de Napal os eliminara de la faz de esta tierra de ignorantes decadentes que aún se creen el centro de la Vía Láctea. El sol hace tiempo que no gira en torno a nosotros, pero vosotros os negáis a girar en torno a él, creyendo que, si os paráis, el universo entero dejará de moverse. Callad, callad, malditos, no pronunciéis más palabras virulentas, cerrad vuestras bocas de cobardes y dejad que la verdad, andrajosa y herida, se abra paso entre las zarzas de la mentira. Vuestros murmullos sibilinos no conseguirán aniquilar la luz de lo que es cierto. Su exangüe llama permanecerá encendida hasta que el vivificador aliento de las generaciones venideras sirva de fuelle a sus designios. Pero hoy me duele la certeza de que no contemplaré su triunfo y quisiera clavar mis uñas en vuestros rostros demudados, comprobar si la sangre fluye tras vuestras máscaras de payasos y fantoches, arrancar las cataratas que ahora nublan vuestros ojos divergentes. Tal vez mañana descorra el telón que oculta al que pretende ser Gran Mago de Oz. Ahora estoy cansada y también yo cierro los ojos, tratando de comprender la nada que os circunda.

Semana Santa linarense

Pues así, a lo tonto, ya sólo quedan tres días para el Domingo de Ramos y, al parecer, este año no habrá que preocuparse por la lluvia.



miércoles, 9 de abril de 2014

Cementerios (II)

Si volviera atrás me gustaría poder decir que haría las cosas de otra manera, que enmendaría o, al menos, trataría de enmendar los errores cometidos, pero no es cierto. Soy lo que soy gracias a todas y cada una de mis equivocaciones y, por más que diga lo contrario, en el fondo, no querría ser de ninguna otra manera. En mi mente revivo el pasado, analizando las piedras con las que tropecé, adivinando la estrategia adecuada para evitar las caídas que me desollaron las rodillas; pero jamás asumiría las catastróficas consecuencias que podrían derivarse de evitar alguna de esas heridas. No me arrepiento de nada, por más que aún me escueza el recuerdo de algunas espinas. Sólo repaso los años ya vividos para obtener lecciones que me ayuden a afrontar un futuro que siempre me parece incierto, ahora más que nunca. Crees que todo sería distinto si tuviéramos otra oportunidad, sin comprender que, por más que nos empeñemos, algunas personas siempre seremos fieles a nosotros mismos, eternamente constreñidos por nuestra larga lista de defectos y virtudes. No puedo, pero, sobre todo, no quiero modificar lo que yace a mis espaldas. Hay que enterrar a los muertos, pero extirparlos de nuestra mente no nos ayudará a seguir viviendo.

domingo, 6 de abril de 2014

Nocturno (V)

Tus dedos, manchados de la tinta de tus versos, tamborilean con desgana sobre el papel en el que viertes tus insomnios. Mis pupilas revolotean al compás de sus rítmicos movimientos, calculando el número exacto de usos indecentes que podría dar a tu índice, a tu corazón, a tu anular, a tu meñique y a tu pulgar. Cuando pierdo la cuenta, vuelvo a empezar, girando en círculos obsesivo-compulsivos en torno a la idea de que lo único que deberías (des)escribir es el contorno de mi cuerpo. Un nuevo estúpido concepto cruza tu mente divergente y retomas la pluma para tratar de dar forma a algo que, de por sí, carece de ella. Millones de palabras prohibidas cuelgan del techo de este cuarto comprimido, cárcel de las almas y los cuerpos que aún no han sido liberados de los grilletes del contrato social. El silencio de la madrugada secuestra un último suspiro. Nunca sabremos cuál de los dos no se atrevió a emitirlo.

jueves, 3 de abril de 2014

Caídas (VII)

Yo sueño con marcharme. Tú sueñas con volver. Los días pasan. Nada ocurre. Nuestras existencias permanecen inmutablemente insoportables o insoportablemente inmutables (el orden de los factores, a veces, sí altera el producto). Sólo nuestras mentes vuelan, mientras nuestros cuerpos permanecen anclados a suelos indeseados e indeseables. Quema el asfalto bajo la planta de los pies. Duele la tierra que no se siente como propia, aunque así se suponga que lo sea. De niños jugábamos a ser pájaros. Ahora no somos más que aves heridas que utilizan sus alas quebradas como excusa para no continuar a pie el camino que emprendimos al caer del nido. Ninguno de los dos cumpliremos lo que nos prometimos a nosotros mismos, porque somos adictos a la insatisfacción que provoca la derrota autoinfligida. Pero aún mantengo viva la esperanza de que un día nuestros sueños sean más fuertes que nuestra voluntad. Yo me iré y tú vendrás y ambos seguiremos añorando lo que no tenemos, tú a mí y yo a ti, mientras contemplamos un paisaje que ya no nos resultará extraño. Moriremos solos, pero el lugar ya no será el equivocado. O quizá sí. El piar de los pájaros siempre es el mismo.

miércoles, 2 de abril de 2014

Hambre (IV)

El tren ralentiza su marcha. Las tortugas aceleran el paso. Un lobo se camufla en el centro del rebaño. No morirás si saltas antes de llegar al túnel. Los Quelonios cruzan la meta mientras las liebres se echan la siesta. Los polvos de talco tiñen la piel del depredador, haciendo imposible que el pastor pueda reconocer el peligro. Se hace de noche en pleno día. Las corredoras de fondo se duchan dentro de su caparazón. La lana amortigua el dolor de los mordiscos. Vuelve a salir el sol. Morla y Casiopea no participarán en la media maratón de Nueva York. Un rastro de sangre marca el camino horadado por aquéllas que, sin saberlo, han perdido un pedazo de su carne. Regresas a tu asiento y contemplas el difuso paisaje que se desvanece al otro lado del cristal. En Boston, varios contenedores vuelan por los aires. Sólo se siente ahíto quien aún conserva restos de comida entre los dientes.

martes, 1 de abril de 2014

Autoengaños (III)

Miénteme bien. No insultes a mi inteligencia recubriendo la verdad con un fino y transparente velo que deja entrever todo lo que debería quedar oculto. En su lugar, maquilla la realidad con una espesa e impenetrable capa de pintura. Camúflala como a un guerrillero que lucha por conservar la vida. No dejes que la vea; pues, si lo hago, no podré volver a mirarte a la cara. ¿Cómo confiar en quien me toma por idiota? ¿Cómo seguir al lado de quien no me protege de una certeza que me atravesaría el bazo? ¿Cómo creer en quien no se molesta en borrar las huellas de la cara más inefable de sus actos?

domingo, 23 de marzo de 2014

Daniel (I)

Los ojos claros esconden almas turbias. Las sonrisas francas bloquean el acceso a la esencia del ser que las reparte. El sol que entra por la ventana sólo acentúa la intensidad de nuestras sombras. Un dedo bíblico tatúa la pared en blanco con los pecados anónimos que aún no han recibido su castigo. Los leones rugen en el foso, pero pensamos que, como Daniel, escaparemos indemnes de sus fauces. Los ojos oscuros no siempre ocultan espíritus puros. Ya no quedan santos en la Tierra y los del cielo hace tiempo que se convirtieron en ángeles o en demonios. Cuando suenan los disparos, tanto las palomas como los cuervos levantan el vuelo asustados.

sábado, 22 de marzo de 2014

La proximidad de los cuerpos

La proximidad de los cuerpos distancia las miradas y ensombrece los labios. Sólo los contornos se acercan, imantados, sedientos y erizados. Un roce, dos roces, tres roces. Estallido sideral. Fisión nuclear. Bombas atómicas a punto de explotar. Una rodilla que se adhiere a otra rodilla, ajena, pero, al mismo tiempo, intrínseca. Un codo que se acoda en otro codo. El punto de apoyo de la palanca que moverá el mundo o la china que hará tropezar al gigante jamás vencido. Tres golpes del dedo anular contra la madera de la mesa de baobab. Código Morse sin encriptar. Mensaje oculto que no se llegó a cifrar. El viento no puede atravesar el espacio inexistente que separa dos cuerpos que no se quieren separar. Ni un huracán lograría derribar el puente de granito que une dos almas a la deriva, a punto de ahogarse en las profundidades más oscuras del séptimo mar. Dos miradas que si se estrellan revelarán lo que tratan de ocultar. Tú y yo. La proximidad de dos cuerpos que se buscan sin buscar.

jueves, 20 de marzo de 2014

Robemos naranjas del mercado

Robemos naranjas del mercado. Exprimamos todo el jugo y bañémonos en el sol de su zumo. Riamos, como ríen los niños que se sumergen en lo prohibido. Corramos. Huyamos. Escondámonos. No permitas que nadie nos encuentre. No dejes que los sabuesos olisqueen el rastro de nuestros sueños. Seamos distintos, aun siendo iguales. Vivamos sin miedo. Muramos de frente. No tiene sentido temblar ante la caricia de la brisa vespertina. Es inútil gritar frente a la inmensidad del mar. Coge mi mano y cierra los ojos. Sólo somos dos pájaros heridos. Si no podemos despegar, habrá que saltar, confiando en que nuestras alas cicatrizarán antes de estrellarnos contra el suelo. Ten fe. Aunque no lo recordemos, hace mucho tiempo, aprendimos a volar.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Insectos (V)

Comenzó a llover, tal y como habían predicho las noticias. Gotas gordas, preñadas de agua, humedecieron el suelo, de forma lenta, pero insistente. Debería haber sacado el paraguas y guarecerse bajo la tela que recubría sus frías varillas de metal, pero su corazón necesitaba mojarse y, ya que no era capaz de hacerlo en sentido figurado, optó por el sentido literal. Al llegar a casa estaba empapada, pero no hizo ningún amago de desprenderse de su chorreante ropa. Simplemente cerró la puerta de la calle y caminó despacio hasta el salón, dejando a su paso un sucio reguero, nada adecuado para el cuidado y conservación del parquet. Se sentó en el sofá, cogió el mando y encendió la tele. Cambió innumerables veces de canal, sin encontrar lo que buscaba, mientras, debajo de ella, los cojines se esforzaban por absorber la incontrolable inundación de la que eran víctimas. Las vacuas y coloridas imágenes se sucedían a ritmo frenético frente a sus acuosas retinas. Un moscardón zumbaba junto al cristal de la ventana, tratando en vano de encontrar una salida, estrellándose una y otra vez contra el cristal cerrado. Irónicamente, sus frustrados intentos de huida la reconfortaron. Aunque él no lo supiera, era mejor así. Si lograra escapar existía una alta probabilidad de que muriera ahogado bajo la lluvia. Incapaces de soportar el peso del agua, inutilizadas, sus alas dejarían de funcionar en poco tiempo, provocando su irremediable y acelerada precipitación en el vacío o, lo que es peor, en un charco que para él sería tan profundo como el mar. Pero, ¿y si consiguiera refugiarse bajo la marquesina de autobús de la acera de enfrente? ¿Lograría llegar hasta ella antes de que fuera demasiado tarde? ¿La vería siquiera? En un repentino arrebato, se levantó y abrió ligeramente la ventana. El moscardón no tardó en encontrar la rendija que le permitiría salir al exterior y su molesto zumbido se perdió pronto en la lejanía de la lluviosa tarde. Nunca supo si el díptero insecto logró salvar su insignificante vida. La suya se extinguió lentamente, buscando esa rendija liberatoria que nadie jamás puso a su alcance o que ella no fue capaz de hallar.

martes, 18 de marzo de 2014

Yo no soy adulta ni quiero serlo

Yo no soy adulta ni quiero serlo. Los adultos se mueren sin ir al cielo. Los adultos viven presos del miedo. Así que no me quieras como se quieren ellos. No me desnudes si el deseo no llega desde la raíz hasta las puntas de tus dedos. No me beses de pasada, de puntillas, sin decir nada. No cierres los ojos para no verme, ni los abras para contemplar el reflejo de tu cuerpo en el espejo. No me abandones al terminar el juego, ni te duermas deprisa para no deber horas al sueño. Ámame como se aman los niños, sin contratos ni quid pro quos, sin condiciones ni decepciones, sin dudas ni brumas, flotando en un mar de espuma. Ámame como se aman los niños, creyendo que el para siempre va más allá de la muerte, convencido de que no hay adiós, sólo hasta luego, sabiendo que hay silencios que lo dicen todo y gestos que sobreviven a la guadaña del cruel paso del tiempo.

sábado, 15 de marzo de 2014

Ctrl+Alt+Supr

No quería que nadie pudiera seguirle y se esforzó tanto en eliminar su rastro que acabó borrándose a sí mismo.

jueves, 13 de marzo de 2014

Caídas (VI)

La madre juega con su gateante hijo de diez meses. De repente, lo sujeta de debajo de las axilas y lo yergue. Madre e hijo se miran a los ojos y sonríen. Entonces ella deja de sostenerlo, como si no existiera la posibilidad de que cayera al suelo. Él da sus primeros pasos. Nunca nadie fue jamás capaz de derribarlo.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Mil esquirlas de marfil

A veces creo que aún sigo atrapada en aquel verano de 2008, que nada ha cambiado desde entonces, por mucho que todo sea distinto. Me miro al espejo y veo los mismos miedos y sueños que sacudían mi alma aquellos días. La luz y las tinieblas que habitan en el fondo de mis pupilas son idénticas a las que ya residían allí por aquel entonces. Sólo las patas de gallo han incrementado su número e intensidad. Me gustaría que fuera cierto lo que todos piensan, haber madurado y decapitado a todos mis demonios (también a mis ángeles de la guarda), haberme desprendido de mi piel y ser capaz de enfundarme en el abrigo del confort burgués sin cargos de conciencia, pero no puedo. Finjo que no veo lo que veo, que no oigo lo que oigo, que no siento lo que siento. Los engaño a ellos, pero no a ti, tampoco a mí. Me observas desde lejos, calculando el tiempo que me resta para hacer realidad aquel juramento alcohólico e insomne. Te dije que no recordaba nada de aquella noche enrojecida por el rabioso llanto de la angustia. Sabías que mentía, pero no dijiste nada, convencido de que no son las palabras las que hieren, sino los silencios. Has callado desde entonces y yo no he parado de faltar a la verdad con mi nerviosa verborrea incontenible. Yo también te observo desde lejos, calculando los segundos que me separan del desastre. Será bonito contemplar cómo mi mundo estalla en mil esquirlas de marfil. Trato de liberarme del peso de la sinceridad de mi pretérito discurso. A veces pienso que lograré hacerlo, que ignoraré todo aquello que ahora sé y podré seguir interpretando el papel que me fue asignado al inicio de la función, pero es sólo un espejismo. Sé que nada ha cambiado desde entonces, por mucho que todo sea distinto. Hay promesas que no se pueden romper, sobre todo cuando se han escupido a la cara de la nada. Puede que sólo te quiera porque sé que, tras la detonación, recogerás mis pedazos y recompondrás el puzle. Pero si te amo es porque nunca desactivarás la bomba que oculto bajo el chaleco de mi traje de chaqueta. Tal vez, incluso aceleres la cuenta atrás. 3, 2, 1…

martes, 11 de marzo de 2014

Marionetas (I)

Mi inconsciente no consigue liberarse del abrazo del dolor provocado por tu ausencia. De madrugada me devoran pesadillas recurrentes que, por más que Jung se empeñe en lo contrario, no tienen un origen colectivo. De día trazo triángulos al azar en cuartillas cuadriculadas, sobre las que ya nadie podrá escribir una frase coherente. Recuerdo sin querer recordar y, lo que es peor, sin saber que estoy recordando. Mis pies me conducen de forma involuntaria a lugares que orbitan en torno a los escenarios de la tragedia griega que tan mal declamamos. Contemplo el principio y el final de nuestra historia en las pantallas gigantes de ciudades europeas que acunan a sus bebés con oberturas nibelungas y bailo valses acuáticos y azules para difuminar las afiladas aristas de los contornos de los días que nunca jamás volveremos a pasar juntos. Las camas de los hoteles tienen espinas. Me levanto al amanecer, aunque sé que ningún buffet libre ofrece lo que necesito para empezar bien el día. Cafeteras amargas que riegan tostadas sin sal. Puede que hoy llueva algo menos que ayer, pero será difícil notar la diferencia. Dos marionetas de Pinocho me contemplan al otro lado de un escaparate descolorido y lleno de polvo. Aún no entiendo por qué nunca nos mentimos, aunque sólo fuera a nosotros mismos.

lunes, 10 de marzo de 2014

Neguri (IV)

Intentaré no verte en la espuma de este mar mordido por una jauría de enloquecidos perros rabiosos. Intentaré no oírte en el graznido de las gaviotas que anuncian mi naufragio en la costa del Cantábrico. Intentaré no olerte en la sal que petrifica mi piel desnuda sobre la orilla de esta playa invernal. Intentaré no saborearte en los granos de arena que mastico sin tragar, mientras decido qué es mejor, si precipitarme en el mar o esperar hasta que las olas me vuelvan a centrifugar. Intentaré no palpar tu recuerdo en las fantasmagóricas sombras de esta prematura tarde de diciembre. Tal vez este viento huracanado logre finalmente borrarte de mi mente, antes de que todo mi ser salga dinamitado por los aires. No hay cometas en el cielo. Nadie practica kitesurf en Nochebuena.

domingo, 9 de marzo de 2014

Desequilibrios (II)

Tus manos de pianista, tu angustia nihilista, tus delirios de artista, el filo de tus aristas. Un café, dos entrevistas. El final de la autopista. Un choque de ciclistas. El amor, una amatista. Tu corazón funambulista. Mis piernas de trapecista. Nuestras palabras equilibristas. Besos contorsionistas. Pelvis recepcionistas. Dos cuerpos hedonistas que aprisionan dos almas escapistas. El amor que no sale en las revistas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Penitencia (I)

Estamos condenados a encontrarnos. Estamos destinados a evitarnos. Dos fuerzas de sentido contrario e idéntica intensidad. Atracción. Repulsión. Combustión. Eyección. Recuerdos. Recuerdos inciertos e imprecisos, pues el transcurso del tiempo emborrona la verdad y diluye la certeza. Miedos. Miedos que muerden la garganta y desarticulan los labios. Tú finges un Alzheimer que no tienes. Yo me escudo tras un Asperger que no sufro. Nos miramos. Nos callamos. Nos alejamos. Como si nada hubiera pasado. Como si nuestra historia hubiera terminado. Fumo. Consumo el humo que exudo, los pocos minutos que no me roban los hombres grises y pienso. Pienso en el desierto y pienso en el destierro. Y sueño. Sueño que no es cierto, que no me da alergia el olor a muerto, que ninguno de los que me rodean está tuerto. Ando. Ando enhiesta y envarada, para que nadie sea consciente de este fardo que transporto y que concavea mis hombros. Una cuerda que se suelta se convierte en la liana de un Tarzán que jamás compitió en las Olimpiadas. Ningún grito cruza la jungla. Los animales salvajes ya no rugen. Las ramas quebradas ya no crujen. Sólo las parejas mugen.

martes, 4 de marzo de 2014

Un puñado de piedras sin morfina

Si me acuesto con él, ya no podré estar contigo. Me adheriré a su cuerpo, a su polla, a sus manos y a sus labios. Me pegaré a sus ideas, a sus palabras, a sus risas y a sus llantos. Será imposible volver a separarnos, recuperar nuestra forma primigenia y envolvernos en una piel que sólo sea nuestra. No volveré a pensar en ti. Olvidaré tanto las razones que me precipitaron lejos de tus brazos como los motivos que me imantaban de vuelta a ellos. Borraré las imágenes que generaba el parpadeo de tus ojos y dejaré que se desvanezca el olor a Diesel de tu cuello. Él, simplemente, adquirirá por usucapión el triángulo de las Bermudas situado entre mis piernas, el mismo que te habría pertenecido a ti, si te hubieras dado cuenta de que el amor es una guerra y, como en toda guerra, no hay que dejar vivo a ninguno de tus enemigos. Aún resisto, pero el sonido de las trompetas ya comienza a resquebrajar las murallas de Jericó. Es el principio del final. Poco importa el resultado. Sé que perderé mucho más de lo que gano, pero dentro de poco no seré consciente de mi derrota. Cuando me diluya en él, me desprenderé de ti. Muchos lo considerarán una victoria, pero ambos sabemos que estamos abdicando sin luchar, convirtiéndonos en miembros amputados que renuncian a la posibilidad de ser injertados en el cuerpo al que una vez pertenecieron. La tierra se cubre de sangre y ni tú ni yo derramamos una lágrima al contemplar este amor herido por flechas que no pertenecen a Cupido. Convertida en el mayor de todos tus lastres, me arrojas por la borda, obligándome a naufragar en el mar de su saliva. Es un túnel sin salida. Sólo nos quedan siete días para evitar que nuestras vidas se reduzcan a un puñado de piedras sin morfina.

lunes, 3 de marzo de 2014

Polvo (II)

Te escuché mucho antes de que llegaras, cuando pegué mi oreja a los raíles del tren, cerré los ojos y me perdí en el traqueteo del vagón que te custodiaba. Sentí tu aliento, exhalado de forma sincronizada con el humo que escupía la locomotora de vapor que propulsaba tu lento avance a través del medio Oeste americano. Deseé con todas mis fuerzas que pudieras desafiar las leyes del tiempo y el espacio, que transcurrieran los años a la velocidad de minutos y los siglos cambiaran en un abrir y cerrar de ojos, que el Océano Atlántico se secara, que sus aguas no frenaran tu viaje, que nuestros cuerpos colisionaran sobre un antiguo lecho de algas, concibiendo sueños híbridos, tan húmedos como agostados. Pero nada de esto ocurrió y quien llegó a mí, no fuiste tú, sino tu eco, el trazo de tus palabras sobre papeles que debieron ser quemados, pues, reducidos a cenizas, no habrían ocasionado ningún daño. Como decía, una parte de ti llegó finalmente hasta a mí, dentro de unas alforjas que nadie jamás se molestó en vaciar. Leí la parte de tu historia que decidiste consignar y adiviné todo aquello que callabas. Me enamoré de ti o de lo que creí que eras y recordé las imágenes que poblaban mi mente cuando, de niña, me acostaba sobre los raíles de la estación abandonada de mi pueblo. El resto del contenido del baúl del tatarabuelo indiano te era completamente ajeno. ¿Fue él quien encontró tu cadáver? ¿Pudo acaso darte muerte? ¿Por qué conservó algo cuyo valor sólo yo puedo apreciar? ¿Acaso él también era consciente del tesoro? Calla. No digas nada. No me cuentes los pedazos que faltan de la historia. Deja que la verdad permanezca oculta, sustraída al Gran Hermano que nos vigila cada noche, que duerma para siempre en los brazos del olvido. Pero hubo testigos objetivos que transmitieron todo aquello que me es esquivo. Aunque no las entienda, sé que es de ti de quien hablan las incordiantes chicharras de este agosto enfebrecido.

domingo, 2 de marzo de 2014

Lo que las películas de Hollywood nos obligaron a buscar

Las noches que no follamos las marco en rojo en mi calendario. El año pasado, sólo tres quedaron en blanco. No fue por falta de ganas. Tampoco por escasez de tiempo. Sólo por miedo. Miedo a ser como ellos, a naufragar en un altar de tul blanco y chaqué oscuro, a sepultar nuestros sueños bajo la losa de la astronómica hipoteca imprescindible para poder adquirir un chalet con jardín en las afueras de Madrid, a tener hijos que encadenaríamos a pupitres de colegios privados y academias de inglés, francés y alemán, a trabajar de sol a sol para poder financiar todo lo anterior, a no querer que nuestros cuerpos se rocen al caer derrengados sobre el mismo colchón, pero ser incapaces de soltarnos las manos en las sonrientes barbacoas de nuestros vecinos, a mirarnos a la cara en nuestras bodas de oro y darnos cuenta de que sólo tenemos lo que las películas de Hollywood nos obligaron a buscar. Por eso nos alejamos cada vez que nos tocamos, pues en cada combustión espontánea de nuestros orgasmos cuasi simultáneos yace el espejismo de la impostada felicidad de las parejas perfectas. Por eso evitamos que nuestros cuerpos se estrellen más de lo estrictamente necesario para no caer en la psicosis de quienes no satisfacen sus deseos más ocultos. Reducimos al mínimo las cinematográficas noches de pasión, ensuciando de semen, rímel y carmín las impolutas sábanas que se ven en pantalla grande, desmitificando los solos de violín que acompasan el lento movimiento de los cuerpos que hacen el amor. Tú y yo nunca escucharemos músicas celestiales, sólo jadeos guturales y borboteos de fluidos genitales. Pero tememos caer en su red y huimos en direcciones contrarias para no acabar firmando un papel que nos comprometa a dejar de ser.

sábado, 1 de marzo de 2014

Disparos (II)

Sé que te irás. No tiene sentido luchar. Hoy me he dado cuenta. No sé por qué. Lo más gracioso es que, por primera vez en mi vida, he aceptado que hay algo que no puedo cambiar. No, no me importa reconocer la inevitabilidad del final, porque sé que, aunque te vayas, no se acabará. Podrás cruzar el charco. Podrás nadar. Podrás rezar. Pero, por mucho que lo intentes, habrá imposibilidades que no dejarás de anhelar. Yo me quedaré aquí a contemplar el lento naufragio de su imperio, porque para mí será fácil resistir. Yo siempre hago lo que quiero, poco importa el dictador que determine la lista de los próximos ejecutados. Tienes razón, cuando el derramamiento de sangre es injusto, a veces, lloro de rabia. Qué más da. Tengo demasiados asideros para que sus flechas me lleguen a alcanzar. Te pediría que te quedes, por ti, por mí, para vengar todos los crímenes que la nobleza cometió contra el pueblo, para abolir la servidumbre y apuñalar a la censura, para instaurar el Siglo de las Luces. La libertad, la igualdad, la fraternidad. Pero todo ello conlleva exigencia de responsabilidad y ellos prefieren lavarse las manos como Pilatos. Yo no. Yo la mataré a ella y a todos sus secuaces. Conozco el precio y no me importa pagarlo. Todos temen a la muerte. Yo también, pero, como afirmó Lawrence de Arabia, mi miedo es cosa mía. Vete. Mejor ahora que después. Tiemblas. Tiemblas ante la idea de perdernos, de dejar de ser quienes somos, de que nos atraquen por sorpresa y nos roben nuestra esencia. No te preocupes. Ellos no saben quiénes somos, así que se irán contentos si les entregamos nuestras máscaras y disfraces. Pensarán que nos han robado el alma, pero el alma no se puede robar. Lo sé. Han intentado arrebatármela demasiadas veces. Una vez me torturaron. Quería dársela para que pararan, pero acabé escupiéndoles a la cara. Mi alma es eso. Una constante afrenta a cualquier tipo de autoridad que pretenda restringir la igualdad, la libertad, la fraternidad. Es una mierda. Cualquier día me decapitarán o, mejor dicho, lo intentarán. Mi cuello es fino, pero resistente, igual que el de Ana Bolena. La mataron para evitar que su hija subiera al trono. Ella murió para lograr justo lo contrario. Su cadáver fue el último en reír. Ése es el problema, hay muertes que, en sí mismas, son una victoria. También vidas. Y luego están los otros, los héroes, los insensatos que buscan desesperadamente la muerte, porque no soportan las injusticias de esta perra vida y buscando ese final prematuro alcanzan la gloria eterna. Como Agustina de Aragón en Zaragoza. Como esa hormiga que aplastas y sobrevive en un intersticio de la suela de tu zapato. Yo también sobreviviré a todos sus ataques, porque no tienen puntería ni miden bien la distancia entre mi cráneo y sus balas de cañón.

viernes, 28 de febrero de 2014

Ni tú eres Orfeo ni yo soy Eurídice

Recuerdo detalles a los que nadie otorga importancia, pero que lo explican todo. Por ejemplo, la aparentemente casual distribución de los comensales alrededor de la mesa, nuestros cuerpos orbitando alrededor de los escasos asientos vacíos, jugando a las sillas con el resto de los asistentes, hasta lograr la proximidad que demandan nuestros centros de gravedad. Nuestros ojos esquivos y erráticos, tratando de evitar la colisión de nuestras miradas, creyendo que, de esta forma, no tendrá lugar el Apocalipsis, a pesar de las profecías de San Juan. Las palmas de tus manos acariciando compulsivamente tus muslos. Ella queriendo sorberte el ses(x)o a través de la pajita de su mojito. Tu propuesta de cambiar de sitio, antes de que los deseos de la carne griten más fuerte que los consejos de la razón. Alcohol ingerido a espasmos de música electrónica. No va más. Ya no caben más apuestas. Todo el pescado está vendido. Si miras atrás continuaré sumergida en el infierno. En mitad de la huida, tu cuello se gira de manera involuntaria, convirtiéndote en piedra durante π segundos. Mi mirada camaleónica fotografía la doliente estatua que decora las fronteras de la pista de baile, mientras mis oídos se calientan con el aliento de la serpiente que esta noche desea morderme algo más que los tobillos. El hombre que sigue los dictados de su cerebro es el más irracional de todos los animales del planeta. Todo se rompió al escuchar tu voz, pero tú pensaste que lo que denotaba el temblor de mis pestañas era desprecio, en lugar de miedo. Miedo de haber encontrado la lira capaz de domesticar todas las fieras que llevo dentro, miedo a sentirte cerca estando lejos y a que colonizaras todos y cada uno de mis sueños. Nadie fue consciente del desastre, ni siquiera tú, porque nadie lee la tinta invisible que rellena el espacio en blanco que queda entre las negras letras de esta gris existencia. Cuando la beses por la espalda no sospechará que es para no ver que su cara no es la mía, porque todos piensan que la mayor parte de nuestros actos son casuales y vienen determinados por las circunstancias exteriores, sin darse cuenta de que quien camina a la deriva llegará a casa en cuanto cierre los ojos y deje de tratar de orientarse. Perdona las metáforas. Ni tú eres Orfeo ni yo soy Eurídice, ni es Hades el responsable de la distancia que esta noche nos separa.

jueves, 27 de febrero de 2014

El club de los poetas muertos

Un poeta muerto me susurra al oído las metáforas de lluvia que no tuvo tiempo de escribir. Yo las transcribo sin darme cuenta de que, poco a poco, van envenenando mis arterias, obstruyendo todos mis vasos sanguíneos, inflamando hasta la más estrecha de mis venas. A él también le pasó y terminó acostándose sobre los raíles de un tren que no supo parar a tiempo. Para no acabar como él me alejo de los hierros que me imantan con sus voces seductoras y me sumerjo en las aguas de un mar sin sal, en el que es imposible flotar. Cambio mis piernas por una cola cuajada de escamas plateadas y trueco mis pulmones por branquias de rana. La poesía acuática sólo se puede soportar en la profundidad más abisal. Ahora puedo respirar. Ya no hay lágrimas que derramar, ni tierra firme que añorar.

lunes, 24 de febrero de 2014

Anuncios lunáticos (IX)

Hedonista nihilista busca racionalista positivista capaz de demostrar empíricamente qué es mejor, si la futilidad de un instante de placer o la gravedad de 90 años de vida ascética.

domingo, 23 de febrero de 2014

Canibalismos (III)

El epicentro del amor está situado en el ático del estambre más alto de la rosa más lasciva. Destrúyeme. Redúceme a la nada. Escarba entre la arena de las dunas que flanquean las orillas de mi esternón. Desentierra los huesos de mis costillas. Róelos, como un perro hambriento al que nadie sirve ni un gramo de Friskies, como una hiena sin escrúpulos que se alimenta de cadáveres a medio descomponer, como un "gusano zombi" que devora con ansia el esqueleto de una ballena que se pudre en el fondo del mar. Dota de literalidad al agujero que ahora siento abierto en el medio de mi pecho. Vacíame. Aniquílame. Olvídame. Deja que otros carroñeros terminen de masticar mis restos. Hay partes de mí que nunca fuiste capaz de digerir. También a mí se me atragantaron algunas de tus palabras. No tenía que ser así, pero lo es y no merece la pena seguir tratando de cambiar aquello que, por definición, es inmutable. Escucha los susurros que el viento arranca a las hojas cenicientas de los árboles que sobrevivieron al incendio. Hablan de ti y de mí, de lo que una vez fuimos, de lo que ya no somos y de lo que jamás volveremos a ser, de altares vetones confundidos con sillas reales, de la sangre sacrificada en honor del dios de la guerra, del granito teñido de granate, de mis lágrimas desperdiciadas tratando de convertir en fértil un suelo que siempre será yermo, de nuestras uñas entrelazadas antes de que el hacha ritual separe para siempre nuestras vidas. Sólo te pido que seas tú el verdugo, que acabes aquello que empezaste, que evites que mi carne sea ofrecida al cielo, porque mi carne es sólo tuya, aunque otros hayan mancillado su envoltorio.