domingo, 17 de julio de 2022

El hombre tranquilo

Tú, borracho, y yo, serena. Tu lengua descerrajando mis labios. Mis manos ancladas al peso que curva tu espalda. ¿Cómo y por qué nos alejamos? ¿Cuándo y dónde volvimos a colisionar? Tu boca en mi boca. Tu cuerpo fundido a mi cuerpo. El deseo licuando las entrañas. Me penetras mucho antes de llegar a hacerlo literalmente. Dentro, muy dentro, hasta el fondo y mucho más allá. Soy una película de nitrato de celulosa y tus dedos el aire que provoca mi combustión espontánea. Ardo sobre mí misma, curvando mi pelvis en posiciones imposibles. El alcohol que circula por tus venas fluye hasta las mías, emborrachando mis sentidos. Quiero y no quiero estar aquí. Quiero y no quiero romperme entre tus dientes. Y sé que está mal. No todo esto que sucede, sino todo aquello que no sucedió antes. Suéltame. Déjame ir. No te aferres a mí como Sean Thornton a Mary Kate Danaher. Pero la tormenta se desata, sellando nuestro error. Y muero contra una pared de gotelé que me acuchilla contra ti. Y lo siento todo con tanta claridad que me desangra.

domingo, 3 de julio de 2022

La blasfemia

Trato de entenderlo; pero me faltan piezas, fragmentos de otras vidas que no logro recordar nítidamente. Una mazmorra helada que custodia mi cuerpo aterido de frío y miedo, poco antes de que el hacha del verdugo lo desgaje definitivamente de mi cuello. Pecado sin arrepentimiento ni propósito de enmienda. Carne enredada en carne vedada. Gemidos ahogados que subrayan las embestidas del deseo. Cambia la religión, pero no la condena de aquello que Dios ve con buenos ojos (la blasfemia es no tenerte entre mis piernas). Pasan los siglos. Ya sólo escribo todo aquello que no me atrevo a convertir en realidad. Te observo desde lejos. Alumbro metáforas en lugar de hijos. Lleno de sangre los pulmones. Toso la vida en pañuelos que dejan de ser vírgenes. Te niego entre sábanas sin dueño. Fallezco antes de que sus lenguas sean capaces de asesinarme. Varias décadas después una amenaza bien distinta se cierne sobre nosotros. El Mal sin correa ni bozal ladra su odio en todas direcciones. Los perros rabiosos nos cercan. Nosotros nos dejamos conducir mansamente al matadero. Inexplicablemente, el apocalipsis sólo me roza de soslayo. Sobrevivo con el único propósito de recordar el Horror. Me enamoro de la tierra que acabó contigo y de hombres que me recuerdan vagamente a ti, conquistadores disfrazados de libertadores, lobos con piel de cordero. Sumerjo mi pena en vodka. Dibujo tu nombre en el vaho del invierno más feroz. Rezo, no por exceso de fe, sino porque ahora está prohibido. Contra todo pronóstico, también resisto este nuevo fin del mundo, el hambre impenitente, el terror enhebrado entre los dientes, la hoz que degolla la libertad y la bota militar que aplasta contra el suelo. Juro que volveré a encontrarte y lo hago, pero no me doy cuenta hasta que es demasiado tarde. Ya no hablamos el mismo idioma ni habitamos idéntico país, pero el destino nos estrella el uno contra el otro con la tenacidad con la que nosotros tratamos de alejarnos. El mismo frío, distinta nieve. La noche transcurre sin que ninguno de los dos dinamitemos las fronteras de lo imposible. Tres besos para disfrazar de hasta luego el adiós definitivo. Flirteo con tu ausencia, destripo errores, invoco viejas heridas. Somos náufragos sin orilla a la que arribar, espectros errantes, sombras sin cuerpo. Te busco a tientas. Te pierdo con los ojos abiertos. ¿Cómo cambiar lo que no está escrito?