lunes, 16 de mayo de 2022

Nocturno (IX)

Las ardientes lágrimas de la vela caían sobre mis botas. Yo contemplaba cómo se solidificaban sobre la negra piel, creando una hermosa constelación de diminutas lunas llenas. En el cielo, el satélite terrestre engordaba por momentos, ahíto de las soledades más feroces. Mi corazón sangraba al compás del silencio de la noche. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?" Caminaba bajo el fuego del recuerdo de ese pasado inaprensible que, aún hoy, continúa acuchillándome de costado. Cuánto dolor para tan poca herida. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?" rumiaba febrilmente entre mis labios, como un mantra incapaz de salvarme, pero sí de anestesiar la angustia. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?", "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?", mi oscuridad interna siempre más densa que la externa, petróleo emocional encharcando mis pulmones. Cerré los ojos. Traté con todas mis fuerzas de regresar allí, a esa otra noche huérfana de consuelo, pero preñada de esperanza. Naufragué, sin embargo, en una orilla bien distinta. Grité tu nombre. Sólo el eco respondió. Abrí los ojos. Dejé que me abanicara el aleteo de los murciélagos. "Todo irá bien, por muy mal que parezca ir". No me creí, pero me equivocaba.

martes, 10 de mayo de 2022

De ídolos y tumbas

No le di importancia porque no quería que la tuviera. Una parte de mí sabía que me equivocaba. La misma parte que me susurra a gritos "no podrás hacerle la cobra a tu destino durante mucho más tiempo", como si no fuera más que evidente que mi fatum, más temprano que tarde, me meterá la lengua hasta la garganta. No, no trato de esquivarlo, sino de prolongar esta ilusoria sensación de control sobre mi sino. "Control". ¡Qué palabra tan absurda y engañosa! Hubo un tiempo en el que a mí también me convenció de que creyera en ella. Ahora sé que no es más que un cascarón vacío, una entelequia, pero también un espejismo cuya persecución puede derivar en magnífico desastre. Lo sé porque estuvo a punto de acabar conmigo. Sí, hasta hace poco me sacrifiqué cada día en sus altares. Como con cualquier otro falso ídolo, ninguna de mis plegarias fue atendida. Dirán algunos que también los auténticos Dioses ignoran la mayor parte de nuestras oraciones, pero Ellos están cargados de razones, por más desconocidas que éstas nos resulten. No, no quería filosofar, sino arrepentirme, esbozar esa culpa que nunca arraiga en el centro de mi pecho estéril, alumbrar algún estigma, incluso aunque resulte inapreciable a simple vista. Pero no, sé que todo ocurrió por algo y que, si cambiara la más mínima coma, me hallaría inmersa en un texto bien distinto. Sí, algún día cambiaré de máscara, pero el rostro enterrado debajo continuará inmutable, impertérritamente inaprehensible, dichosamente eterno. Tú me reconocerás y, como siempre, huirás del abrazo del pecado. Yo te maldeciré y bendeciré al mismo tiempo. Y todo seguirá siendo igual, por muy distinto que parezca.