martes, 28 de diciembre de 2021

Tocarte

Me hundo en tus ojos de lodo, arenosamente movedizos, enfangados de adúltero deseo. Me recuerdan a esos otros ojos, más oscuros, desértico cañón americano, en el que el séptimo de caballería del destino me aniquiló cual indio empeñado en defender con flechas su existencia. No te quiero, pero podría hacerlo si terminara de inventarte, de atribuirte cualidades que ni tienes ni comprendes. Pero no, no es eso, es sólo el atractivo del error incorregible, la ensalivada boca del lobo, a punto de hincar el primer mordisco, ofreciéndose como piscina en la que refrescar mi hastío. Pero, ¿qué soy yo para ti? ¿La tentación irrealizable, una equivocación pasajera o la última reina de tu póker definitivo? No lo sé y poco me importa, mientras las yemas de mis dedos acarician la punta de la llama. Corre el alcohol más deprisa que las horas, se embotan los sentidos y la lengua se desata tanto como se traba. No sé cómo ni cuándo, pero parafraseamos a C. Tangana (¿Valiente o gallina? ¿La bolsa o la vida?... Follarte). Y desgastamos nuestras huellas dactilares de tanto usarlas. Y la noche muere sin tratar de adivinar qué traerá el día.

martes, 14 de septiembre de 2021

Tiene que ser aquí

Hablo de ti. Todo el rato. Pero nunca digo la verdad, porque la verdad ya la destripó Maggie: "Pienso en ti todos los días y no lo sabe nadie". Así que cuento historias, ficciones sin auténtica base real, antifaces para nublar la nitidez de la ausencia. Puntos suspensivos. Muchos puntos suspensivos. Hoy he naufragado en tu orfanato temporal. ¿Estás aquí o ya has descubierto que no hay continente capaz de evitar el desbordamiento de tu pena? Odio los cielos azules, sin asomo de nubes. Puede que me recuerden aquel día de aciaga memoria o que, simplemente, no sea una mujer monocromática. Te imagino de mal humor, contrariado por todo aquello que le sale bien a otras personas, nunca a ti, iracundo por el algodón que Dios no se molestó en sembrar sobre la bóveda celeste que deslumbra tus ojos de asfalto. Tengo miedo, auténtico pavor a no volver a encontrar otro corazón que me resulte tan transparente como el tuyo, pero lo cierto es que siempre hubo notas que no supe descifrar en el pentagrama de tus pestañas. Son esos minúsculos misterios los que me atan a ti, el hilo rojo que no logro cercenar entre mis dientes, el origen de la espuma enrabietada que escupen las comisuras de mis labios. Soy prisionera de un enigma, rehén de todo aquello que durante tanto tiempo nos esforzamos en negar. No estoy aquí por casualidad, pero tú sí. Tú nunca escogiste este lugar, igual que yo nunca elegí tu pecho como almohada. Ambos somos víctimas de los caprichos de los dioses retratados por Homero, pero nos empeñamos en disfrazar de libre albedrío todas las decisiones inducidas que, primero, unieron y, luego, separaron nuestros cuerpos. Y no habrá ferry que preste sus oídos a la confesión de nuestros más recónditos desvelos; pero este mar, primo lejano de aquel otro que fue testigo del preludio del final, este mar lo sabe todo, especialmente aquello que tú y yo nos concentramos en ignorar.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Este mar

Este mar sabe cosas de mí que los seres humanos ni siquiera intuyen; porque este mar ha compartido mis mareas, penetrado en mis heridas, salinizado mi sangre y centrifugado mis lágrimas. Este mar está dentro de mí y yo dentro de él. Este mar conoce de memoria cada uno de mis miedos e inseguridades, no sólo los que han sobrevivido a todos mis naufragios, sino también aquéllos que logré ahogar en mitad de alguna de las más fieras de mis tormentas. Este mar desveló mis sueños más adolescentes y también vislumbró los que regirían mis insomnios adultos; pero, sobre todo, este mar fue barbitúrico de mis pesadillas más cruentas. Este mar te dibujó desde el principio en la espuma de sus olas, pero yo no quise creer su profecía, ni siquiera cuando ambos inventábamos tiburones sobre la madera carcomida por el vaivén de sus caprichos. Este mar me dijo "Ya te lo advertí", cuando regresé a sus orillas años después de haberte perdido para siempre y también "Volverás a mí, por más que intentes eludirme. Hasta entonces, mis gaviotas continuarán graznando tus desastres en oídos que ni quieren ni comprenden". Este mar es mío y yo suya, porque ambos surgimos del mismo abismo y a él regresamos las noches de luna llena, cuando la oscuridad resplandece en sus pupilas y mis licantrópicos párpados tiemblan de deseo enfebrecido. Este mar, ahíto de piedras, conoce mi destino. Yo le pregunto y él tartamudea futuros, que yo no me atrevo a convertir en realidad; pero he visto reflejadas en su superficie certezas que también están escritas en las estrellas. A veces, las niego. Otras, las muerdo. Este mar ríe. Este mar llora. El muelle cruje. Mi corazón ruge. Este mar siempre vuelve, por más que yo trate de marcharme.

lunes, 19 de julio de 2021

Desastres (XI)

Juego a olvidarte cada día. Siempre pierdo. Es una derrota que me crispa a la par que reconforta; porque, en este mundo donde todo cambia y nada permanece, necesito saber que hay algo eterno, aunque ese algo me asfixie a cada aliento.

miércoles, 16 de junio de 2021

Apocalipsis (VIII)

Me quieren rota y yo, que tanta tendencia tengo a descomponerme en mil pedazos, me coso a cada amago de quiebra. No soy fuerte, sólo rencorosa. Permanecer entera es la única venganza al alcance de mi mano (también la que más les hiere). Vivir, no para matar, sino para que ellos mueran. Podría parecer lo mismo, pero no es posible que sea más distinto. Conseguir que el viento avive la llama, en lugar de apagarla, para que, cuando su dirección cambie, prenda el fuego y el incendio se expanda. Que el aguacero lave, pero no ahogue; que el sol germine la semilla sin agostar la tierra. Seguir caminando, por más que creas que no llegarás a tiempo, aunque ni siquiera sepas cuál es el destino que persiguen tus pies, siempre hacia delante, sin mirar atrás, cualquier cosa menos estatua de sal. Llorar cuando haya que hacerlo, pero sin aferrarte a las lágrimas, flotando en ellas, sabiendo que es posible sobrevivir a cualquier tipo de naufragio, menos a aquellos que nos inundan desde dentro. Emparedar el miedo, liberar el grito, desatar la fe en lo imposible, porque nosotros somos el milagro, aunque sólo los niños se atrevan a recordarlo.

domingo, 30 de mayo de 2021

Sangrado

Siempre pensé que todo iría mejor cuando dejara de sangrar; que, una vez liberada de la esclavitud de mi menstruación, podría disfrutar, sin ningún tipo de cortapisas, de la vida. Me equivocaba. 

Bien es cierto que la menopausia me llegó antes de tiempo. Con 38 años todo el mundo te dice que, si quieres ser madre, tienes que hacerlo ya; pero casi nadie termina de creerse que ese “ya” forme parte del pasado, que la oportunidad se haya desvanecido sin preaviso ni advertencia, que sea tarde para reconsiderar una decisión que tomaste hace tiempo y que la sociedad nunca ha terminado de perdonarte, especialmente, la parte masculina de la misma. 

Por supuesto, es otra la idea que te venden: sé libre, vive la vida, aborta si te quedas embarazada antes de tiempo o del hombre equivocado. Pero, después, cásate, ten hijos, funda una familia, sé una mujer de bien. Si tienes dificultades para engendrar, sométete a todos los tratamientos de fertilidad que sean necesarios hasta lograr el ansiado objetivo. Tu cuerpo y tu mente nunca volverán a ser los mismos, pero ¿a quién le importa? Tú quieres ser madre, aunque ahora mismo no seas consciente de ello. Todas las mujeres quieren. Está inscrito en tu ADN. Si no lo haces acabarás arrepintiéndote y, además, ¿quién cuidará de ti cuando no puedas valerte por ti misma? 

Cuando empecé a salir con Juan se lo dije. 

- No quiero tener hijos. 

- Eres muy joven. Entiendo que no te sientas preparada. Yo tampoco lo estoy aún y eso que soy mayor que tú. 

Yo tenía 30 años y él 37. 

- No lo entiendes. No es que no quiera ser madre ahora. Es que no quiero serlo nunca. 

- ¿Nunca? 

- Nunca. 

- Muchas mujeres piensan eso hasta que su reloj biológico… 

- No se trata de eso. No quiero acabar metiendo la cabeza en un horno como Sylvia Plath. 

No creo que lo entendiera, pero no le importó. 

- Bueno, ya te digo que yo tampoco me siento preparado para ser padre. Ambos somos muy jóvenes aún y llevamos muy poco tiempo saliendo juntos. No hace falta que hablemos de eso ahora. 

Lo dejé estar. Supongo que, en el fondo, tenía miedo de alejarlo de mi lado. Él tenía razón. Llevábamos poco tiempo saliendo juntos. Ninguno de los dos estábamos realmente enamorados del otro. Cuando eso ocurriera nos daríamos cuenta de que, para ser felices, nos bastábamos a nosotros mismos. Juan tenía razón. No hacía falta hablar de ello en ese momento. 

El tiempo pasó. Nos consolidamos como pareja. Ninguno de los dos volvió a sacar el tema. Yo tomaba la píldora, él lo sabía y nunca me pidió que la dejara. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho años. Estar juntos era tan fácil que me desasosegaba. Entonces ocurrió. Una falta. Dos faltas. El miedo. No podía ni quería estar embarazada, aunque lo que más me asustaba era que él me pidiera que no abortara. 

Me hice un test a escondidas. Salió negativo. Respiré un poco. Me hice otro test, luego un tercero e incluso un cuarto. Todos negativos, pero la regla seguía sin bajarme. Fui al ginecólogo. Me lo explicó de manera tan clara como amable: menopausia precoz. Por suerte o por desgracia, cada vez era más frecuente. Si no quería ser madre, el principal inconveniente era la propensión que tendría a partir de entonces a padecer ciertas enfermedades propias de edades más avanzadas (problemas cardíacos, accidentes cerebrovasculares, osteoporosis...). Para evitar estos problemas, lo mejor era iniciar una terapia de reemplazo hormonal: dar a mi cuerpo los estrógenos que mi cuerpo ya no producía. Sé que suena absurdo, pero me pareció un tipo de violación: introducir en mí, a la fuerza, algo que mi cuerpo no quería. Le dije que tenía que pensármelo. También me recomendó una psicóloga muy buena especializada en el tratamiento de “este tipo de condición”. 

Fue ésa la primera vez en que me sentí rota, averiada, necesitada de una urgente reparación. Yo, que siempre creí que dejar de sangrar era lo mejor que podía pasarle a una mujer, comencé a intuir que, tal vez, después de todo, no fuera así. Una leve y difusa punzada se instaló en la boca de mi estómago. Traté de ignorarla, pero sabía que había llegado para quedarse. 

Al volver a casa se lo conté a Juan. 

- ¡Pero no puede ser! ¡Eres demasiado joven! 

- Por eso se llama menopausia “precoz”. 

- Entonces, ¿ya no podremos tener hijos? 

- Bueno, yo nunca he querido ser madre. Ya te lo dije. Lo que me preocupa es lo de la mayor propensión a un ictus o a un infarto. La terapia de reemplazo hormonal tiene algunos posibles efectos secundarios, pero creo que más vale prevenir que curar. 

 - Sí, claro. 

Pero no me escuchaba. Lo veía en su cara. “Me equivoqué. Tenía que haber escogido a otra más joven o, al menos, más sana”, pensaba y yo no podía creer que, después de tanto tiempo, no me quisiera a mí, sino a mi aparato reproductor. Fue entonces cuando comencé a odiarle, justo después de darme cuenta de que él había empezado a menospreciarme. 

Acepté la terapia de reemplazo hormonal. También la puta psicóloga. Engordé 10 kilos en cuatro meses y, después de casi veinte sesiones de terapia, descubrí que mi problema no era la menopausia precoz, sino Juan. 40 € la hora para que me diagnosticaran algo que yo sabía desde el principio. Aún así, no lo dejé. Seguía enamorada de él, aunque supiera que él ya no lo estaba de mí (si es que lo estuvo alguna vez). 

Poco después de cumplir 39 años fue él quien me despachó a mí. 

- Ya no te reconozco. Te has abandonado completamente. 

- ¡¿Que me he abandonado?! 

- Mírate un poco al espejo. Ya he perdido la cuenta de los kilos que te has echado encima y a ti parece no importarte lo más mínimo. 

- Es una cuestión hormonal, ya te lo he dicho. Además, tampoco es que esté obesa, ya que antes estaba hecha una sílfide. No como tú, que siempre has tenido barriga cervecera y nunca te lo he echado en cara. 

- No son sólo los kilos de más. ¡Es todo! Ya no te apetece salir ni hacer cosas. 

- ¡Pero si eres tú el que trabaja hasta las mil! Y, claro, salir a las dos de la mañana a tomar una copa, después de no sé cuántas horas esperándote, la verdad es que no me apetece lo más mínimo. 

Seguimos así durante horas. Al día siguiente, cuando me desperté, él se había largado con lo imprescindible. Dos semanas después volvió a por el resto de sus cosas. Lo hizo cuando yo no estaba. Pensé que trataba de evitar una nueva confrontación conmigo. Fue una vecina la que, muy amablemente, me informó de que había ido acompañado de una encantadora jovencita que le había ayudado a hacer la mudanza. Mi primer impulso fue llamarlo y pedirle explicaciones, pero ¿qué podía él decirme que no supiera yo ya? 

Me apunté a un gimnasio y me puse a dieta. Perdí 3 kilos y decidí que había llegado el momento de hacerme una cuenta en Tinder. Quedé con varios hombres, me acosté con algunos de ellos, los acabé descartando a todos. Me compré un vibrador y borré mi cuenta de Tinder. 

Poco antes de cumplir 40 años, una amiga me presentó a Carlos, un amigo de su marido. Fue amor a primera vista y también a segunda, pues dos semanas después de que nos presentaran me pidió que me fuera a vivir con él. Encajábamos en la cama y fuera de ella, hasta que me hizo aquella maldita pregunta. 

- ¿Qué te parece si empiezas a tomar la píldora y dejamos de usar preservativo? 

- ¡Ah! ¡No te preocupes! Podemos dejar de usarlo sin más. Te pedía que te lo pusieras para evitar enfermedades de transmisión sexual, pero si somos pareja monogámica entiendo que ya no es necesario. Como mucho nos podemos hacer un análisis para descartar enfermedades previas y ya está. 

- Pero necesitaremos usar algún método anticonceptivo o ¿es que ya tienes claro que quieres tener un hijo conmigo? 

- Bueno… 

El miedo, la duda, el déjà vu. 

- No hace falta que usemos ningún método anticonceptivo porque no ovulo desde los 38 años. 

- ¿Como que no ovulas desde los 38 años? 

- Pues eso, que tuve una menopausia precoz, así que no necesitamos tener ninguna precaución de ese tipo. Podemos follar como conejos sin ningún miedo a las posibles consecuencias. Es fantástico, ¿verdad? 

Otra vez esa sombra oscureciendo la cara de mi pareja, del hombre que supuestamente estaba enamorado de mí. 

- No tenía ni idea. ¿Por qué no me lo has contado antes? 

- Bueno, llevamos dos meses escasos juntos. No es algo que considere necesario contar nada más conocer a alguien. ¿Es que quieres tener hijos? No me habías dicho nada… 

- Bueno, como dices, llevamos poco tiempo juntos. No es que quiera tenerlos ya; pero pensaba que, aunque los dos tengamos cierta edad, aún estábamos a tiempo de formar una familia. Ni se me pasó por la cabeza que fueras una menopáusica. 

“Menopáusica”. El problema no es la palabra en sí, sino la forma en la que la pronunció Carlos y otros hombres después de él, la manera en la que fruncen la boca y arrugan la nariz, como si estuvieran oliendo mierda. Y la mezcla de asombro y desprecio que anega sus miradas. “Menopáusica” es sinónimo de mercancía defectuosa, de manzana podrida, de lazareto que no debe ser pisado. Mi útero inerte no supone un dolor en sí mismo. Lo que duele es la imagen que de él tienen aquéllos que creían y que creen amarme; pero para quien, en realidad, yo no era ni soy más que una promesa irrealizada, un espejismo de fecundo futuro, una cigüeña que falleció antes de entregar la preciada carga que portaba. 

Aunque el auténtico problema no es mi infecundidad, sino mi infecundidad prematura. A mis 42 años aún debería poder tener hijos. No puedo, luego no sirvo. ¿Y el amor? ¿Qué papel tiene en todo esto? No es justo que se espere de nosotras cosas que no siempre podemos o queremos dar, ni que la caducidad que nos asigna el mundo sea bien distinta de la de ellos. No, no es justo. Pocas cosas lo son. 

Ayer me crucé con Juan por la calle. Empujaba un cochecito de bebé y, a su lado, iba una rozagante jovencita con un bombo de varios meses. Parecían felices. Me consolé pensando que, tal vez, no fuera más que una fachada. Ambos fingimos que no nos habíamos visto. Espero que a él le doliera, al menos, la mitad de lo que a mí. Resulta irónico que, al final, toda yo me haya convertido en herida que nunca cesa de sangrar.

viernes, 21 de mayo de 2021

Ghosts (I)

The semi-buried skull of our love hisses secrets I don't wanna dance with. The seven-headed monster of what we could have been is howling in the middle of this warm freezing May night. I drink the tears I was too proud to shed. There's blood at the bottom of the cup, muddy lies, dizzy mistakes. It's not my fault and it may not be yours, but it's easier to blame us both than to admit that we opted for the rational choice. And yet, we once unleashed the beasts. The scars of their untamed desire run all over my skin. Can you see them? Can you even think of me? I don't miss you. I just crave you. You itch along the curves of my fingerprints, you expand my mouldy holes and light up my darkest moles. You're not a cancer, you're just a ghost, the suffocating veil that ties me to the empty mattress we should have shared. That's not what I wanted to say, that's the misty turmoil of the undisclosed instant when we were and we failed.

domingo, 7 de marzo de 2021

Campanadas a medianoche

Bebo para recordarte, para revivir aquellos días en que anochecía pronto, hacía frío y sólo el alcohol y el amor mantenían la sangre circulando por nuestras venas. Pero no era amor, sólo deseo o, tal vez, nada más que anhelo (de aquello que fue, pero nunca tuvimos). Un bar ahumado, una huérfana bufanda, un chiste tan absurdo como genial. Todo parece ahora tan lejano, que sólo adquiere consistencia entre los vapores etílicos de esta cálida noche de una primavera prematura. Si supiera que volveré a verte no necesitaría esculpirte en estas líneas. A veces te invento en escenarios que no pisamos juntos y, otras, te borro de lugares que fueron testigos de nuestra simultánea coexistencia en el tiempo y el espacio, cuando no eras mío ni necesitaba que lo fueras. Hay abismos que no se salvan con palabras, sino con miradas, lustros teñidos de sangre que moldearon el carácter de los cautivos y la voluntad de los oprimidos. Tañen las campanas, sin que resuciten los muertos, pero avivando a los fantasmas. Y trago aquello que me hiere, pero que nunca termina de matarme. Y te escupo la forma, pero no el cuerpo. Y bebo, para recordarme sin obviarte.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Desastres (X)

Me queda el consuelo de tu duda, de ese instante en que, por un momento, creíste que yo era un error que merecía la pena cometer y de esa vida que, más temprano que tarde, te golpeará con saña en la boca del estómago hasta hacerte vomitar sangre. Me queda el alivio de mi libertad, de mi navegación sin lastre ni brújula y, al mismo tiempo, de mi rumbo agitado por la brisa del destino. Me queda la esperanza de tu naufragio en alta mar, de tu Waterloo sin exilio y tu Stalingrado sin posibilidad de retirada. Pero, sobre todo, me queda el recuerdo de tus ojos taladrando mis pupilas, penetrando hasta el fondo de mi alma, violando mis más recónditos secretos, descartando mi luz, para quedarse con mis sombras. Sí, tú te enamoraste de mi abismo, gemelo del que anida en el centro de tu pecho, hogar de tus miedos más cervales y tus deseos más oscuros, guarida de monstruos legendarios y demonios policéfalos. Sí, tú me quisiste. También me odiaste. Igual que yo a ti. Es ésta una realidad incómoda que nos persigue con el tesón de un sabueso a punto de alcanzar a su presa. Algún día pereceremos triturados en sus fauces. Mientras tanto, vivamos, siempre a medias, nunca completos, siempre anhelantes, nunca despiertos.

viernes, 15 de enero de 2021

Resaca de Año Nuevo

La nieve se derrite poco a poco. Todo es tan bello que duele saber que no durará para siempre, que ya ha comenzado, lentamente, a desaparecer, como todo aquello que me importa. El Apocalipsis de algunos es mi Paraíso y, al revés, muchos sólo aspiran a mi Infierno. No puedo o no quiero terminar de olvidarte, pero sí he renunciado a ti, porque tú nunca fuiste quien yo inventé para enamorarme de ti, el eco de aquel con quien aún no he logrado colisionar en esta vida, porque en las otras... en las otras siempre hubo un puto Big Bang. Camino despacio, no para evitar una caída, sino para prolongar el placer de ese sonido indescriptible, el crujido blanco bajo mis pies. Me pregunto de qué pensarán que escribo realmente aquellos que me lean y me contesto que, aunque nunca lo sepan, lo sentirán. Eso es lo importante. Anochece pronto, pero el síndrome de Stendhal no se apaga. Te echo de menos, aunque prefiera no volver a verte. Nunca. Hace frío, pero, en lugar de herirme, la escarcha me abriga el corazón. He perdido el miedo y eso es un problema, porque implica libertad y la libertad conlleva responsabilidad. Ya no tengo a nadie a quien culpar. Ni siquiera a mí, porque conozco y entiendo las razones que me llevaron a hacer todo lo que hice y a no hacer todo aquello que omití. No necesito perdonarme porque no hay pecado que arañe mi conciencia, sólo paz y silencio. También dolor, pero he aprendido a amarlo, porque forma parte de mí y, aunque si fuera otra persona, nunca elegiría ser yo, siendo yo, jamás optaría por ser otra persona. Todo lo que he perdido me ha hecho ganar. Todo lo que me ha herido me ha enseñado a sanar. Todo de lo que he huido ha dejado de asustarme. Soy quien soy porque quiero serlo. Pago el precio cada día. Tú eres sólo una mínima parte de la cuenta. Respiro el hielo y sé que todo irá bien, por muy mal que vaya.