sábado, 8 de octubre de 2022

El año fatídico

He viajado atrás en el tiempo, al año fatídico en que me convertí en destierro. Trato de evitar la equivocación, pero el error está dentro de mí y no sé cómo extirparlo. Podría ser distinto, pero me sumerjo en la inercia del abismo conocido. Y, aun así, este desastre nada tiene que ver con aquel otro. Tu cuerpo nubla mi entendimiento de una manera que jamás lo hizo el suyo. Trato de explicarme todo esto, de encontrar la metáfora perfecta, pero ni la palabra más simple describe fielmente lo que siento. El olor de tu cuello. La calidez de tu risa. El magnetismo de tu piel. Este torrente embravecido fluyendo constantemente entre mis piernas. Tu voz. Tu voz. Tu voz. Kundera sí sabe de lo que hablo; sólo que, en mi caso, Tomás tiene otro nombre y la defenestración no ocurrió en Praga. Y, sin embargo, el silencio que nos envuelve es tan comunista como aquel otro. Sé que el amor florece en los lugares más insospechados, pero es este deseo utópico lo que me ha pillado por sorpresa. Me impide dormir, reblandece mis defensas, cuestiona todo aquello que juraba haber aprendido. Tú no pareces ser consciente de la magnitud del cataclismo o, tal vez, no te importe ser devorado por el huracán. Tampoco a mí me resulta realmente relevante que mi destrucción sea endógena o exógena. No. Esto no es 2016. Es algo mucho peor. Un mal inoperable, la locura, el estertor.