martes, 18 de septiembre de 2018

Morder la manzana

El amor no es ciego, sino aleatoriamente irracional, un Tauro cabezota que siempre ve, pero, a veces, niega lo que ha visto, no sólo a los demás, sino, especialmente, a sí mismo. Y, sin embargo, hay quien no niega la evidencia, por más que desconozca las sinrazones que provocaron el cataclismo. Hoy parecías cansado; el azul de tus ojos, nublado de gris; sonrisa sin marco y tres nuevos surcos en el vinilo de tu atribulada frente. Te contemplé, como si de un cuadro de El Bosco te trataras, intentando desentrañar todos tus mensajes ocultos, la lucha entre el bien y el mal, el sexo depravado que inunda el sueño de la doncella que amansa al unicornio, tapiz anónimo que disfraza la puerta a la más secreta de todas tus estancias. Y, de repente, supe que eras TÚ, que siempre lo serías, aunque nunca llegues a serlo realmente y que ése, y no otro, es el precio a pagar por morder la manzana, por dejar que la venda se escurra de los ojos, desnudando la miseria, sin que ninguna hoja de parra sea suficiente para tapar nuestra vergüenza.

martes, 11 de septiembre de 2018

Cadáveres (XII)

Hoy es una de esas noches. La luna refractada en el balcón, diez gotas de sangre salpicando el esternón y una copa de vino para mantener a flote este cadáver que se ahoga en el naufragio. No me busques. Ya es muy tarde y no sabría volver hasta el principio. El barco se hunde y tú y yo fuimos los primeros que saltamos por la borda. No me culpes. Este miedo fue siempre compartido. Tu boca es el cepo y mi lengua un jabato extraviado entre tus bosques. Habría sido más fácil no gritar, sumergirse sin luchar en las profundidades del mar, no intentar liberarnos de estos dientes de hierro, que nos muerden con más saña cuanto más tratamos de zafarnos de su trampa, claudicar, como, más tarde o más temprano, terminan por claudicar todos los desahuciados, aceptar nuestro destino y morir en paz; pero nos empeñamos en salvar todo aquello que ya estaba condenado de antemano, opusimos resistencia al embate de las olas, braceamos en vano, tratando de llegar a una orilla que nunca supimos en qué dirección se encontraba. Fracasamos, pero nos negamos a aceptarlo, convirtiéndonos en una Juana la Loca que acaricia amorosamente el cadáver putrefacto de quien ella cree dormido. Y, sin embargo, si la vida es sueño y la muerte sueño eterno, ¿cómo aseverar que nuestro amor no volverá jamás a abrir los párpados?