martes, 13 de diciembre de 2022

Desastres (XIV)

Era una vida extraña, plagada de curvas que sólo podían tomarse invadiendo el sentido contrario. O, tal vez, era yo la rara y revirada, sinuosa ese sin principio ni final. Anhelaba caminos rectos, pero lo cierto es que siempre me adentraba en los senderos más tortuosos que encontraba. Así fue como nos conocimos. También como nos perdimos, prófugos sin éxito, atrapados en alambre de espino, Cristos sin corona ni cruz, pero igualmente heridos hasta el hueso. Soltaste mi mano antes de que el dolor me arrebatara el grito y yo caí en la anestesia de tu indiferencia más brutal. No supe digerir el duelo, sino que vomité nuestra historia entre convulsiones etílicas y lágrimas de rabia. Nadie entendió realmente de qué hablaba. Ni siquiera tú, siempre empeñado en utilizar prismáticos para estudiar lo que tienes más cerca. Y continué caminando, marcando mi ruta hacia el cadalso con migajas de mi carne. Y bailé bajo las ramas del desastre. Y morí desangrada entre tus dedos, en lugar de víctima del miedo.

sábado, 8 de octubre de 2022

El año fatídico

He viajado atrás en el tiempo, al año fatídico en que me convertí en destierro. Trato de evitar la equivocación, pero el error está dentro de mí y no sé cómo extirparlo. Podría ser distinto, pero me sumerjo en la inercia del abismo conocido. Y, aun así, este desastre nada tiene que ver con aquel otro. Tu cuerpo nubla mi entendimiento de una manera que jamás lo hizo el suyo. Trato de explicarme todo esto, de encontrar la metáfora perfecta, pero ni la palabra más simple describe fielmente lo que siento. El olor de tu cuello. La calidez de tu risa. El magnetismo de tu piel. Este torrente embravecido fluyendo constantemente entre mis piernas. Tu voz. Tu voz. Tu voz. Kundera sí sabe de lo que hablo; sólo que, en mi caso, Tomás tiene otro nombre y la defenestración no ocurrió en Praga. Y, sin embargo, el silencio que nos envuelve es tan comunista como aquel otro. Sé que el amor florece en los lugares más insospechados, pero es este deseo utópico lo que me ha pillado por sorpresa. Me impide dormir, reblandece mis defensas, cuestiona todo aquello que juraba haber aprendido. Tú no pareces ser consciente de la magnitud del cataclismo o, tal vez, no te importe ser devorado por el huracán. Tampoco a mí me resulta realmente relevante que mi destrucción sea endógena o exógena. No. Esto no es 2016. Es algo mucho peor. Un mal inoperable, la locura, el estertor.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Desastres (XIII)

Mi insomnio tiene tu nombre.

domingo, 17 de julio de 2022

El hombre tranquilo

Tú, borracho, y yo, serena. Tu lengua descerrajando mis labios. Mis manos ancladas al peso que curva tu espalda. ¿Cómo y por qué nos alejamos? ¿Cuándo y dónde volvimos a colisionar? Tu boca en mi boca. Tu cuerpo fundido a mi cuerpo. El deseo licuando las entrañas. Me penetras mucho antes de llegar a hacerlo literalmente. Dentro, muy dentro, hasta el fondo y mucho más allá. Soy una película de nitrato de celulosa y tus dedos el aire que provoca mi combustión espontánea. Ardo sobre mí misma, curvando mi pelvis en posiciones imposibles. El alcohol que circula por tus venas fluye hasta las mías, emborrachando mis sentidos. Quiero y no quiero estar aquí. Quiero y no quiero romperme entre tus dientes. Y sé que está mal. No todo esto que sucede, sino todo aquello que no sucedió antes. Suéltame. Déjame ir. No te aferres a mí como Sean Thornton a Mary Kate Danaher. Pero la tormenta se desata, sellando nuestro error. Y muero contra una pared de gotelé que me acuchilla contra ti. Y lo siento todo con tanta claridad que me desangra.

domingo, 3 de julio de 2022

La blasfemia

Trato de entenderlo; pero me faltan piezas, fragmentos de otras vidas que no logro recordar nítidamente. Una mazmorra helada que custodia mi cuerpo aterido de frío y miedo, poco antes de que el hacha del verdugo lo desgaje definitivamente de mi cuello. Pecado sin arrepentimiento ni propósito de enmienda. Carne enredada en carne vedada. Gemidos ahogados que subrayan las embestidas del deseo. Cambia la religión, pero no la condena de aquello que Dios ve con buenos ojos (la blasfemia es no tenerte entre mis piernas). Pasan los siglos. Ya sólo escribo todo aquello que no me atrevo a convertir en realidad. Te observo desde lejos. Alumbro metáforas en lugar de hijos. Lleno de sangre los pulmones. Toso la vida en pañuelos que dejan de ser vírgenes. Te niego entre sábanas sin dueño. Fallezco antes de que sus lenguas sean capaces de asesinarme. Varias décadas después una amenaza bien distinta se cierne sobre nosotros. El Mal sin correa ni bozal ladra su odio en todas direcciones. Los perros rabiosos nos cercan. Nosotros nos dejamos conducir mansamente al matadero. Inexplicablemente, el apocalipsis sólo me roza de soslayo. Sobrevivo con el único propósito de recordar el Horror. Me enamoro de la tierra que acabó contigo y de hombres que me recuerdan vagamente a ti, conquistadores disfrazados de libertadores, lobos con piel de cordero. Sumerjo mi pena en vodka. Dibujo tu nombre en el vaho del invierno más feroz. Rezo, no por exceso de fe, sino porque ahora está prohibido. Contra todo pronóstico, también resisto este nuevo fin del mundo, el hambre impenitente, el terror enhebrado entre los dientes, la hoz que degolla la libertad y la bota militar que aplasta contra el suelo. Juro que volveré a encontrarte y lo hago, pero no me doy cuenta hasta que es demasiado tarde. Ya no hablamos el mismo idioma ni habitamos idéntico país, pero el destino nos estrella el uno contra el otro con la tenacidad con la que nosotros tratamos de alejarnos. El mismo frío, distinta nieve. La noche transcurre sin que ninguno de los dos dinamitemos las fronteras de lo imposible. Tres besos para disfrazar de hasta luego el adiós definitivo. Flirteo con tu ausencia, destripo errores, invoco viejas heridas. Somos náufragos sin orilla a la que arribar, espectros errantes, sombras sin cuerpo. Te busco a tientas. Te pierdo con los ojos abiertos. ¿Cómo cambiar lo que no está escrito?

martes, 7 de junio de 2022

Cadáveres (XIII)

El alcohol nubla, pero no borra. Tú sigues siendo tú después de una ristra de chupitos de tequila; difuminado, pero tú, al fin y al cabo. Por supuesto, no hablo de ti, sino de tu recuerdo, de todo lo bueno y lo malo que retuve en mi memoria. La tentación de llamarte me picotea las venas de la muñeca izquierda. Gracias a Dios es la derecha la que manda. Los buitres olfatean la carroña y se aproximan a ver qué pueden devorar, sin saber que algunos cadáveres sólo son fagocitados por muertos en mayor grado de descomposición. Vomito mentiras que todos creen, pero que tú siempre presumiste ficción. El humo me ahoga sin terminar de asfixiarme. De repente, me asalta la esquizofrénica idea de que, si viviéramos en un país anglosajón, yo sería zurda y tú tendrías que escuchar aquello de lo que nunca quisiste darte cuenta. Afortunadamente, mi cuerpo lo gobierna la parte equivocada del cerebro y el tuyo es víctima del miedo. Me escurro entre las grietas de la noche y derrito el rímel de mis pestañas en un pecho huérfano de latidos sincronizados con los míos, tronco hueco de dolores compartidos, corteza intacta que repele mi deseo de convertirla en segunda piel. El alcohol nubla, pero no borra. Cada beso que malgasto, cada sueño fugado que no atrapo, esta vida que escogí sin darme cuenta, la distancia de seguridad que nos desgasta, las 666 maneras de no decir todo lo que importa. Tu sonrisa en la pantalla. Mi mueca en el espejo. Un trago más para deshidratarme en el desierto.

lunes, 16 de mayo de 2022

Nocturno (IX)

Las ardientes lágrimas de la vela caían sobre mis botas. Yo contemplaba cómo se solidificaban sobre la negra piel, creando una hermosa constelación de diminutas lunas llenas. En el cielo, el satélite terrestre engordaba por momentos, ahíto de las soledades más feroces. Mi corazón sangraba al compás del silencio de la noche. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?" Caminaba bajo el fuego del recuerdo de ese pasado inaprensible que, aún hoy, continúa acuchillándome de costado. Cuánto dolor para tan poca herida. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?" rumiaba febrilmente entre mis labios, como un mantra incapaz de salvarme, pero sí de anestesiar la angustia. "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?", "¿Dónde estás? ¿Por qué no te siento?", mi oscuridad interna siempre más densa que la externa, petróleo emocional encharcando mis pulmones. Cerré los ojos. Traté con todas mis fuerzas de regresar allí, a esa otra noche huérfana de consuelo, pero preñada de esperanza. Naufragué, sin embargo, en una orilla bien distinta. Grité tu nombre. Sólo el eco respondió. Abrí los ojos. Dejé que me abanicara el aleteo de los murciélagos. "Todo irá bien, por muy mal que parezca ir". No me creí, pero me equivocaba.

martes, 10 de mayo de 2022

De ídolos y tumbas

No le di importancia porque no quería que la tuviera. Una parte de mí sabía que me equivocaba. La misma parte que me susurra a gritos "no podrás hacerle la cobra a tu destino durante mucho más tiempo", como si no fuera más que evidente que mi fatum, más temprano que tarde, me meterá la lengua hasta la garganta. No, no trato de esquivarlo, sino de prolongar esta ilusoria sensación de control sobre mi sino. "Control". ¡Qué palabra tan absurda y engañosa! Hubo un tiempo en el que a mí también me convenció de que creyera en ella. Ahora sé que no es más que un cascarón vacío, una entelequia, pero también un espejismo cuya persecución puede derivar en magnífico desastre. Lo sé porque estuvo a punto de acabar conmigo. Sí, hasta hace poco me sacrifiqué cada día en sus altares. Como con cualquier otro falso ídolo, ninguna de mis plegarias fue atendida. Dirán algunos que también los auténticos Dioses ignoran la mayor parte de nuestras oraciones, pero Ellos están cargados de razones, por más desconocidas que éstas nos resulten. No, no quería filosofar, sino arrepentirme, esbozar esa culpa que nunca arraiga en el centro de mi pecho estéril, alumbrar algún estigma, incluso aunque resulte inapreciable a simple vista. Pero no, sé que todo ocurrió por algo y que, si cambiara la más mínima coma, me hallaría inmersa en un texto bien distinto. Sí, algún día cambiaré de máscara, pero el rostro enterrado debajo continuará inmutable, impertérritamente inaprehensible, dichosamente eterno. Tú me reconocerás y, como siempre, huirás del abrazo del pecado. Yo te maldeciré y bendeciré al mismo tiempo. Y todo seguirá siendo igual, por muy distinto que parezca.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Desastres (XII)

Barajo desastres, sin terminar de decidir en cuál de todos ellos precipitarme. Es hermoso el sonido del silencio, la ausencia de guía, la falta de pistas. En un momento dado, te hago daño, sabiendo que te estoy haciendo daño, pero sin querer hacértelo. Es un acto reflejo, un parpadeo inevitable o, tal vez, sólo el campo magnético que ata a la polilla a la luz (yo, la llama; tú, el insensato insecto). Trato de liberarte del destino al que te condenan las leyes de la física, pero tú te empeñas en fallecer abrasado por el calor de la proximidad de un cuerpo marcado a hierro candente con las iridiscentes letras de otro nombre. Perdóname. Así, con todas las letras y alguna que otra lágrima de arrepentimiento. En realidad, tú eres la luz y yo el insecto, pero la atracción funciona en el sentido equivocado. Busco palabras que enderecen el error, pero las matemáticas no mienten y el alcohol sólo subraya mis silencios. Hay noches que no recuerdo, misericordes amnesias tartamudas que me absuelven de mis pecados más nítidos. Te encierro en una de ellas y tiro la llave al río en el que navegan todos mis secretos. Era necesario a la par que deleznable. Te debo un poema en versos endecasílabos y una explicación desnuda de metáforas, pero sólo te doy otra huida asmática y absurda. Me consuelo con la idea de que, en realidad, nunca me has querido; porque yo, en verdad, soy todo aquello que tú no sabes de mí. Pero, ¿acaso puedo adivinar lo que tú intuyes?

jueves, 24 de febrero de 2022

Los renglones torcidos de Dios

La vida sigue, pero yo no. Mi inmovilidad carece de razones, pero está plagada de motivos. No sabría explicarlo, aunque quisiera, pero lo siento todo de forma tan prístina que me resulta imposible de ignorar. No es que no pueda continuar, sino que no debo hacerlo. He de aguardar a que me rescate mi destino, flotar a la deriva hasta que el mar decida si ha de tragarme o escupirme en alguna orilla, soltar el timón y dejar de rezar para recuperar el rumbo. Lo que tenga que ser, será, no importa el empeño con el que tratemos de enderezar los renglones torcidos de Dios. El tiempo murió en vanas esperas. Traté de resucitarlo, sin terminar de comprender el credo de Nietzsche. Ahora sí entiendo la paradoja que vertebra la existencia. Dejo de resistirme, de hacer, de desear; pero mis omisiones de ahora nada tienen que ver con las pasadas. Su origen es diametralmente opuesto y esencialmente diferente. El miedo ha sido sustituido por una trémula fe en la benevolencia de la omnisciencia divina. O puede que no, que sólo finja creer para no caer en el vacío, para no ser desgarrada por el despropósito de mis emociones, para no admitir que, tras mi parálisis, se oculta el secreto deseo de que, por fin, tú me encuentres a mí.

martes, 22 de febrero de 2022

Y vimos cambiar las estaciones

Anochece antes, pero el frío no termina de llegar. Las hojas caen sin haber mutado de color. Yo te espero como antes, como siempre, como si el mundo y nosotros no fuéramos bien distintos a esos dos estúpidos que se miraban, hambrientos, bajo la lluvia, bebiendo vino para ahogar el deseo o, quizá, simplemente, para tener una excusa que permitiera liberarlo sin remordimientos. Nada ocurrió. No me arrepiento. Ninguno de los dos estaba preparado para esto. Últimamente hablo demasiado. Me derramo en los oídos del primer extraño dispuesto a tratar de adivinarme. Les doy todos los puntos, pero no sabrían unirlos por más que lo intentaran. Mi corazón continúa atrapado en el laberinto de tu recuerdo, olfateando migas de pan que puedan conducirlo hasta tu encuentro. La luna llena ilumina los senderos del olvido, pero yo prefiero adentrarme en la oscuridad, amortajarme en el alquitrán de tu silencio, ése que yo provoqué en un impulso genocida, cuando la vida se expandía en contra de nuestra soberbia voluntad. Ahora centenares de desconocidos fallecen cada día a nuestro alrededor sin que nadie crea en ellos, pues no podemos verlos, ni olerlos, ni tocarlos. Sólo podemos imaginarlos y cruzar los dedos para no tener que acompañarlos antes de tiempo. ¿Sus fantasmas también te provocan pesadillas o sólo yo me despierto cuando entrechocan sus clavículas? Dime que aún hay tiempo para que todos hagamos lo correcto.

lunes, 14 de febrero de 2022

Apocalipsis (IX)

En mi cabeza, bailo todo el tiempo; a veces, contigo; la mayor parte del tiempo, sola. Soy feliz a mi pesar; aunque sepa que el apocalipsis debiera devorarme desde dentro, si no lo hace desde fuera; aunque yo también me hunda en el pantano, sin rama que me sirva de asidero, ni tabla que me mantenga a flote sobre el cieno. He llorado tanto por desastres magnificados que, ahora que el Everest se derrumba sobre mí, no me quedan lágrimas con las que lavar mi cadáver. Somos polvo y el polvo acabará por conquistar hasta la última partícula de nuestro ser. Hay lugares que se repiten y otros que se diluyen en la lejanía de la intrascendencia. Nunca he sabido si escribo para otros o para mí misma. ¿Acaso para ti? Pero no, tú nunca me has leído, porque siempre has sabido que tú sólo entiendes mis silencios. Te veo en sitios que no hemos pisado juntos y trato de borrarte de calles inundadas de tu nombre. Los edificios desaparecen, pero los cimientos se enquistan bajo el asfalto. Conozco de antemano el resultado, siempre lo he hecho, pero sigo esperando que mute la sentencia, que tú y yo anclemos entre gemidos nuestros labios. El tiempo pasa y sólo la incertidumbre permanece. Nuevas muertes jalonan nuestras vidas y el dolor, que tratamos en vano de revertir, nos asfixia con saña cada noche. No hay remedios, sólo anestesias (el alcohol que entorpece los sentidos y diluye el arrepentimiento; cuerpos que nunca serán hogar, pero sí asilo transitorio; el luminoso recuerdo de aquello que fue, a pesar de nosotros mismos).

miércoles, 9 de febrero de 2022

Consejos lunáticos (VIII)

Aquello que te mata, conviértelo en arma.