lunes, 1 de diciembre de 2014

El piano

Regresó el silencio, sumiendo nuestros días en un cenagoso homicidio cotidiano, abortando verdades reconfortantes, ahorcando excusas reveladoras. Las palabras son cadáveres que se hunden en el barro, fetos tirados a la basura, balanceantes muñecos de trapo que cuelgan del techo de nuestro dormitorio. Fingimos que ninguno de los dos es consciente de lo que está ocurriendo. Volvemos la vista hacia otro lado, esquivando un cruce de miradas que dejaría al descubierto todo aquello que está oculto. Nuestras bocas son estatuas de granito, tan inmóviles como carentes de voluntad. Las paredes contemplan el pétreo paisaje que circunda nuestras almas y, meneando la cabeza, también callan. Quisiera volver a paladear el sincero sonido de tu auténtica voz, antes de precipitarnos ladera abajo, hasta el valle donde habitan las innumerables parejas que ya no tienen nada que decirse; pero tu lengua congelada en el medio de la fría caverna de tu boca es el iceberg contra el que naufrago cada vez que intento reconstruir los cimientos de nuestra historia escarchada. ¿Y yo? ¿Cuánto hace que me convertí en muda?
 

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